Las manos le sudaban mientras su pie no dejaba de repiquetear contra el piso del Mercedes, a la vez que observaba una y otra vez los minutos pasar en la pantalla del celular de Julieta. Al volante iba Mario, el chofer de la familia Iturrez, mientras que ella y su amiga iban en el asiento trasero.
Después de haber visto las noticias, Aldana había llamado a Gabriel para preguntarle qué había ocurrido. Él le había informado que lo único que sabía era que alguien había hecho una denuncia anónima acusando a Damián de su secuestro y que estaba siendo trasladado a la comisaría numero 38.
Se maldijo internamente. Por su culpa ahora Damián se vería implicado en toda esa pantomima que habían creado los medios respecto a su supuesto secuestro. Debía hacer algo, de inmediato. Debía liberarlo del peso de la opinión pública porque estaba segura que la prensa lo iba a despellejar vivo, hasta que no quedara ni rastro de él.
Trazó un plan rápido en su mente, no era lo que su corazón le demandaba, pero sabía que no tenía demasiadas opciones. Si no actuaba pronto, la vida de Damián quedaría expuesta y no podía permitir que aquello sucediera.
Antes de salir de la casa de su amiga hablo con ella y su madre, a quienes les pidió que guardaran secreto sobre lo que sabían sobre su relación con Damián. Una vez en camino, llamó nuevamente a Gabriel y le contó lo que pensaba hacer.
Aldana observaba las calles pasar, ansiando llegar a destino para poner en marcha su plan. Julieta la observaba atenta, aún le dolía su rechazo. A pesar de que sabía que sus chances de ser correspondida eran mínimas, albergaba una pequeña y tonta esperanza. Esperanza que había muerto de forma dolorosa ese mismo día.
Supieron que estaban cerca cuando comenzaron a divisar varias camionetas de diferentes medios de comunicación. Pronto vieron un tumulto de periodistas y cámaras de televisión frente al gran portón.
—¿Paro acá o las acerco más? —preguntó Mario.
—Espera un momento Mario —pidió Julieta antes de girarse hacia su amiga—. ¿Estás segura de querer hacer esto?
—Claro que sí, él es inocente.
—Lo sé, pero sabes que en cuanto pongas un pie ahí afuera no va a haber marcha atrás.
Aldana asintió incapaz de emitir sonido alguno. Trago saliva y observó hacia fuera.
—Estoy acostumbrada a toda esta mierda —dijo señalando con la mano al tumulto de periodistas que se encontraban frente al portón—, pero él no. Esta detenido por mi culpa, su vida va a ser ventilada a los cuatro vientos por mi culpa. Él no está en condiciones de afrontar todo esto, lo van a despedazar.
—Puede que ya sea un poco tarde para evitarlo.
—Todavía no es tan tarde, quizás pueda minimizar el daño. Si logro mi cometido quizás consiga quitarlo del foco de atención.
Julieta solo asintió, su amiga había tomado una decisión y sabía que no daría marcha atrás.
—¿Queres que baje con vos? —preguntó Julieta con evidente preocupación.
—No hace falta. Es mi turno de hacerme cargo de mis propios quilombos. Gracias por todo Ju.
Sin esperar ni un segundo más, Aldana se colocó los lentes de sol y salió del vehículo. Comenzó a caminar a paso lento con una sonrisa fingida en su rostro. No pasó mucho tiempo hasta que uno de los periodistas la vio y pronto todos se habían abalanzado sobre ella.
Desde su posición pudo ver como uno de los de los hombres de seguridad abría el portón para salir a su encuentro. En cuanto la alcanzó se dejó conducir por él entre el tumulto mientras miles de preguntas llovían a diestra y siniestra. Ella solo atinaba a seguir avanzando tambaleándose cada tanto e ignorándolos como siempre lo había hecho.
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Adictos SIN EDITAR
General FictionÉl estaba perdido. Hundiéndose lentamente en un pozo sin fondo del que no tenía intención de salir. Ella se sentía vacía. Intentando llenar ese hueco de cualquier forma que le fuera posible. Él no tenía un motivo por el cual luchar. Ella necesitaba...