Capítulo 14

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Aldana se dirigió escalera arriba alumbrando su camino con la linterna de su celular. La luz roja titilando le indicaba que le quedaba poca batería, por lo que se dispuso a apresurarse mientras la luz durase. Dejó la bolsa con los artículos de aseo y su mochila en la habitación y se dirigió al baño.

Lavo su rostro y manos. Tomó el pomo de dentífrico que estaba sobre la repisa debajo del espejo, parecía estar vacío, pero logro sacar una pequeña cantidad la cual colocó en su dedo para limpiar sus dientes. Le daba demasiada pereza ir en busca del cepillo que había comprado. Mientras realizaba aquella acción fijo su vista en el reflejo que le devolvía el espejo.

Bajo la tenue luz del celular, que la alumbraba desde abajo, parecía un ser extraído de alguna película de terror. Su pelo negro y lacio enmarcaba su cara y sus ojos turquesa brillaban en su pálido rostro. Se observo unos segundos más, quizás esperando ver como su cabeza giraba sobre su eje o algo parecido, cosa que obviamente no sucedió.

Una vez en la habitación, se quito los pantalones y se recostó sobre el colchón de dos plazas. Le había colocado unas sabanas que suponía debieron ser blancas en su mejores épocas. El golpe de una puerta cerrándose le llegó desde la planta baja, seguramente Damián se había ido, pensó.

Rememoró el momento que habían compartido hacía unos instantes en la escalera. Le sorprendió aquel acercamiento, pero intento mostrarse indiferente ya que tenía la sospecha de que cualquier movimiento de su parte podría espantarlo.

La intriga que le despertaba aquel muchacho estaba comenzando a preocuparla, no entendía esa extraña necesidad de querer ayudarlo. Pronto sus cavilaciones se hicieron a un lado cuando el cansancio tanto físico como mental comenzó a tironear de su conciencia, llevándola sin su permiso a un profundo sueño.

Al abrir los ojos noto como la claridad entraba por la ventana que había a su izquierda. La noche anterior había dejado la persiana levantada para que entrara la poca luz que llegaba desde la calle. Al estar desprovista de cortinas, el sol entraba con todo su esplendor, obligándola a taparse los ojos con el brazo. Se sentó sobre el colchón y giró su cabeza de un lado al otro en un intento vano por aflojar los músculos de su cuello. No estaba acostumbrada a dormir en el piso, pero no iba a emitir ninguna queja al respecto.

Tomo ropa de su mochila y algunos elementos de aseo y se dirigió al baño para tomar una ducha. Una vez limpia y vestida, salió del baño con sus pies descalzos y su pelo húmedo, dejando caer pequeñas gotas al piso. Observó con atención el pasillo que la conducía al cuarto donde había dormido, había tres puertas más a parte de las dos que ya conocía su interior.

La primera estaba a la derecha del baño, la cual abrió dejándose llevar por su curiosidad. Estaba desprovista de muebles, cosa que no le sorprendió. Algunos libros y cajas con papeles amontonados a un costado le hicieron suponer que quizás ese lugar había sido una oficina o biblioteca.

Siguió con la puerta de al lado, también vacía. Esta era de gran tamaño y por las marcas que había en las paredes y suelo sospechaba que había sido una habitación. Quizás la principal. Allí había tres cajas grandes cerradas y una alfombra bastante sucia y deshilachada a un costado.

Salió de allí y se dirigió a la puerta contigua a la habitación donde se instalo. Pero al intentar abrir, se percato de que estaba cerrada con llave. Aquello despertó su curiosidad, provocando miles de suposiciones en su mente. Ella siempre había sido muy curiosa y esa cualidad, o defecto, le había traído varios problemas a lo largo de su vida. Simplemente no podía evitarlo, era más fuerte que ella. Volvió a tomar el pomo y forcejeo inútilmente, sabiendo que si estaba con llave no iba a poder hacer mucho al respecto.

—Nunca, jamás, intentes entrar a esa habitación —la voz de Damián la hizo saltar en el lugar.

—¿Qué hay ahí?

—No te importa.

Él pasó por detrás de ella dirigiéndose al baño y cerró la puerta de un portazo al entrar. Aldana sacudió la cabeza ante aquella actitud. Entró en su habitación, dejó sus cosas y se vistió con parsimonia. Una vez lista se dirigió escalera abajo para prepararse su tan ansiado café.

Ya en la cocina, inspecciono los muebles en busca de una taza y una jarra donde calentar el agua mineral que había comprado. No tardó mucho en encontrar lo que buscaba, aunque tuve que lavar ambas cosas ya que estaban sucias. Luego se acercó a la cocina y se dispuso a prender la hornalla con su encendedor, rogando que hubiera gas, sino no tendría que ver como arreglárselas.

A pesar de haber sido criada entre almohadones de pluma, ella sabía apañárselas bastante bien sola. Nunca le había gustado ser una inútil dependiente, por lo que siempre que podía trataba de aprender nuevas cosas.

Recordó entonces a Nilda, quien de chica le enseño a cocinar ciertos platillos y en especial galletas y bizcochuelos. Nilda era la ama de llaves, era la típica señora regordeta con apariencia de abuela cariñosa, aunque ella podía dar fe de que tenía su buen carácter. Una sonrisa se dibujo en su rostro mientras las llamas de la hornalla prendían, pero aquella sonrisa se debía al sentimiento de añoranza que le había generado el recuerdo de Nilda.

Colocó la jarra con agua en el fuego y luego puso el sobre de café en la taza. Mientras esperaba se dedicó a mirar el jardín trasero desde la ventana. Las hierbas altas y las flores silvestres bajo la luz del sol creciente hacían ver aún más abandonado aquel lugar. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por los pasos de Damián entrando a la cocina. Se colocó a su lado y tomó un vaso de la rebalsada pileta para servirse agua de la canilla.

—¿Eso solo vas a desayunar?

El solo la observó de reojo mientras terminaba de tragar el agua. Dejo el vaso nuevamente de donde lo tomó y se dio media vuelta.

—No sé cuando vuelvo. En el porta llaves tenes un juego de llaves por si necesitas salir.

Y con esas palabras salió de la cocina. Pocos segundos después se escucho la puerta de calle cerrarse.

—Estúpido —soltó Aldana a la vacía habitación.

Se asomó sobre la jarra y comprobó que el agua estaba hirviendo, la retiró del fuego, apagando la hornalla a la vez y luego sirvió el contenido en la taza. Revolvió el café antes de darle un buen trago. Amargo, como le gustaba. Saboreo lentamente y sin prisa. Al terminar decidió dejar los trastos en la pileta, pero esta ya estaba bastante llena con vajilla sucia. La sombra de una cucaracha pasando por detrás de la canilla la hizo saltar en el lugar.

—¡Qué asco! —grito para sí misma.

Se preguntó como Damián podía vivir así, pero supuso que poco le debía importar si ni siquiera cuidaba de sí mismo. Giro sobre sus talones y observó los alrededores, no le gustaba el desorden ni la suciedad, pero rara vez tuvo que hacerle frente por sí misma. Y no por la falta de intención, la única que le permitía utilizar sus manos en quehaceres domésticos era Nilda.

"Todos tenemos que ser capaces de desenvolvernos por nosotros mismos" solía decirle, mientras le daba para secar alguna olla o la instaba a hacer su propia cama. Ella era feliz cuando compartían aquellos momentos, porque aquello le hacía sentirse importante para alguien.

Buscó en los armarios y resopló al comprobar que no había productos de limpiezas, ni siquiera había una escoba a la vista. Decidió desistir por el momento.

La curiosidad tiro de ella nuevamente a la planta alta, estaba segura que se mantendría entretenida el resto del día husmeando en las habitaciones. Y quizás, solo quizás, lograría encontrar la forma de abrir la misteriosa y prohibida habitación.

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Hola, nuevo capítulo. De a poco van revelando cosas de su pasado, así los van conociendo. 

En un par de capítulos más las cosas se va a empezar a poner un poco intensas, tengan paciencia.

Nos estamos leyendo la próxima semana, si puedo empezare a publicar nuevamente dos veces por semana.

Saludos!!!

Clau

Adictos SIN EDITAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora