Damián repiqueteaba con ambos pies sobre el piso de madera de aquel cuarto. Era temprano, pero sabía que le iba a ser imposible volver a conciliar el sueño. Ni siquiera sabía cómo había logrado quedarse dormido en primer lugar. Se sentía irritado, sus ojos lagrimeaban y la ansiedad consumía todo su ser.
Un nuevo calambre abdominal le hizo soltar un quejido ahogado, cerró los ojos con fuerza hasta que el dolor disminuyó. Llevaba varias horas sintiéndolos, eran cada vez más frecuentes e intensos.
La voz de Gabriel llegó a sus oídos. Lo había dejado solo para ir a hacer unas llamadas, le había dicho que la noche anterior le había enviado un escueto mensaje a su madre y que quería hablar con ella para que no se preocupara.
No aguantando más, se puso en pie y salió de aquella habitación, la sensación de asfixia que aquel le provocaba aunado a su creciente ansiedad no era una buena combinación. Avanzo a paso lento, ya que no confiaba en su estabilidad, hacia la puerta ventana que daba acceso a la parte trasera de la casa.
Allí solo se alzaban algunos pocos árboles, una caballeriza, una gran pileta y una pequeña cabaña que seguro pertenecía al personal de servicio. El resto del terreno se mostraba despejado, solo kilómetros y kilómetros de pastizales.
No era capaz de visualizar alguna vivienda vecina, lo cual lo hizo sentirse atrapado. Encerrado. Aquel sentimiento tan contradictorio lo agobio tanto que cambio el rumbo de sus pasos hacia el frente de la vivienda. Un camino custodiado por una espesa arboleda atrajo su atención de inmediato, por lo que avanzó hacia allí dejándose llevar por el deseo de recorrerlo.
La temperatura iba en ascenso a medida que los minutos iban escurriéndose entre las copas de los arboles. Damián daba pasos lentos mientras observaba los alrededores, la extensión de aquel camino escapaba a su vista.
El cielo se presentaba despejado, las copas de los arboles permanecían estáticas ante la falta del soplo del viento. El camino que serpenteaba entre aquellos gigantes llevaba hasta la vieja verja que marcaba la entrada a aquel lugar, que ahora era capaz de visualizarla a lo lejos.
Llevaba al menos unos cinco minutos caminando bajo la protección de las sombras, que le brindaban algo de alivio ante el calor, cuando sucumbió, cayendo de cuclillas al suelo. Apretó con fuerza sus manos en un intento vano de evitar que siguieran temblando, los calambres y espasmos musculares eran cada vez más intensos
Respiró profundo varias veces aunque sabía que solo una cosa podía calmar tanto dolor. Levantó la vista observando a ambos lados del camino, estaba lo suficientemente lejos de la casa como para que Gabriel lo escuchase gritar. El portón de entrada se encontraba a unos doscientos metros, pero nadie circulaba por la calle que había del otro lado.
Apoyó ambas palmas sobre el camino de tierra mientras nuevos espasmos se apoderaban de su cuerpo. Un sonoro grito abandono su boca, perdiéndose inmediatamente entre las ramas y hojas que cubrían los árboles que lo rodeaban. Los pelos de sus brazos se erizaron, provocandole un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral.
Un sonido metálico se escuchó a lo lejos, aunque no se sentía capaz de levantar su rostro para averiguar de qué se trataba. Poco después, el sonido de un motor y de unas ruedas circulando sobre el camino de tierra se hizo presente y dejó escapar el aire sintiendo cierto alivio en su interior.
Ella había vuelto y eso significaba que le iba a dar aquello que tanto necesitaba. Sus fuerzas se estaban agotando y el miedo a seguir experimentando todos aquellos síntomas lo mantenían preso del terror.
—¡¿Damián?!
El eco de su voz llegó a sus oídos, pero al levantar la vista no pudo encontrarla. Aldana no tardó mucho más en entrar a su campo visual, se veía preocupada.
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Adictos SIN EDITAR
Ficción GeneralÉl estaba perdido. Hundiéndose lentamente en un pozo sin fondo del que no tenía intención de salir. Ella se sentía vacía. Intentando llenar ese hueco de cualquier forma que le fuera posible. Él no tenía un motivo por el cual luchar. Ella necesitaba...