La odisea del parque de diversiones

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Fue una fiesta hermosa y divertida, como todas las que había tenido. Pero Louis y Ed no la disfrutaron. Estuvieron callados. Intercambiando miradas de vez en cuando. Según lo planeado, Ed tocó la guitarra y cantó algunas canciones, luego le dio la guitarra a Niall quien siguió con el repertorio completo.

Ed se alejó del barullo y se sentó en el columpio de Louis y Harry. En aquella fiesta, con tantas personas, se sintió tan profundamente desdichado. Louis que tuvo la misma idea y sin querer lo había seguido hasta allí, se sentó junto a él en silencio.

-Cuando Adeline murió yo me prometí a mí mismo que haría lo que fuera necesario para que su hija creciera segura, saludable y feliz – le dijo Ed con tristeza – Por primera vez en la vida siento que no sé qué es lo que debo hacer. Amarla ha sido tan fácil, pero ahora mantenerla a salvo pareces un ideal tan inalcanzable.

-¿Recuerdas cuando cumplió tres años y le dio varicela? - preguntó Louis- Era tarde y antes de llamar al médico Harry te llamó a ti, incluso antes de hablarme a mí. Yo estaba enojado por eso, que yo sepa lo único que sabes de medicina es poner curitas en los raspones, pero tomaste un vuelo de casi dos horas y no te despegaste de ella en toda lo noche, al siguiente día volaste de nuevo porque tenías una entrevista televisada, llegaste con el pelo revuelto y grandes ojeras, respondiste todo, tocaste varias canciones y regresaste con Ad. Se quedaron dormidos abrazados mientras tocabas la guitarra para arrullarla.

-Claro que me acuerdo. Tú estabas en una reunión con Miley Cyrus para convencerla de que firmara contigo, apenas estaban checando los términos del contrato cuando recibiste la llamada de Harry. Cerraste la carpeta y le dijiste que tu hija estaba enferma y que tenías que irte. Ella te dijo que trabajaría contigo, que si tu prioridad era tu hija, esa era la clase de persona con la que quería trabajar. Y firmó sin preguntarte nada más.

Escucharon los pequeños pasos de Ad acercándose, estaba acompañada de Niky, que la seguía como una sombra peluda, era su labrador dorada que ya tenía seis años. Al perderlos de vista fue fácil para ella suponer que se encontrarían en aquel lugar. Ed se limpió una lágrima de su mejilla y la sentó entre ellos. En sus cumpleaños solían estar felices y luego tristes, creían que era demasiado pequeña para entenderlo o incluso para darse cuenta, pero lo hacía. 

Solo tenía cuatro años cuando le dijo a su tío Ed que su madre lo amaba también. Ellos creían que había sido una afirmación furtiva, pero desde que ella pudo hablar, no paró de decirles que por las noches soñaba a su mamá. Al principio pensaron que era el resultado de ponerle los vídeos y los audios de su madre, con los que, no solo había crecido, sino que también había construido una imagen perfecta de cómo era. 

Con el tiempo se dieron cuenta de que hablaba de ella como si la conociera, de cosas que le decía y hacían juntas o de lugares que visitaban, que no parecían tener explicación. El psicólogo les dijo que no se preocuparan, que era simplemente la imaginación inquieta de una niña saludable y feliz. Después de todo, cada cual afrontamos la realidad a nuestra manera.

-No quiero que estén tristes – les dijo Ad sentada entre los dos.

-¿Te gusta tu fiesta cariño? – le preguntó Louis tratando de cambiar de tema.

-Sí, pero no me regalaron lo que yo quería.

-Esto es tu culpa Eduardo – dijo Louis dirigiéndose a Ed – desde que la llevaste a ese acuario no ha parado de pedir un delfín.

-Pequeña, ya te explicamos que es cruel tener un delfín de mascota, si acaso te podría comprar un pony – le explicó Ed ignorando los reclamos de Louis.

-¿Escuchaste Niky?- gritó Ad mientras se bajaba del columpio de un salto y corría con Niky detrás de ella en dirección a la fiesta – ¡Tendremos un pony!

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