Capítulo 44

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Tomás

La sensación de perdida se me antoja tan familiar, es como si cada vez que tengo algo el universo conspirara en contra para arrancarme lo que tanto aprecio.

No soportaría una perdida más, no soportaría su perdida. Sé que no es el pensamiento más positivo de todos, pero con la suerte que tengo es imposible no esperar lo peor en cualquiera que sea la situación.

Hace cuatro días sentí tocar el cielo, sentí mi cuerpo levitar. Me conforme con tan poco, una mirada tímida aunque con sus palabras seguras. Un pequeño tacto de su mano pareció que era el oasis en mi desierto, el pronto refugio en mi tormenta, la paz de mi alma. Me sentí nuevamente en mi hogar.

Cuando corrí tras ella, sabía que algo iría mal. Maldije toda mi existencia por no ser yo quien estuviera en su lugar. Así serían mejor las cosas, no sentiría el vacío que hoy tengo en el pecho. Ella seguiría bendiciendo al mundo con su presencia y su bella sonrisa, si hubiera salido más rápido... Tan solo unos segundos más rápido.

Llegué a la conclusión que todo cambia en cuestión de un segundo, un solo mísero segundo basto para que la mujer dueña de mi ser se encuentre postrada en una cama de hospital.« ¿Por qué eres tan terca, cielo?» pensé una vez más, otra vez ha caído en la inconsciencia, tras unos minutos donde sentí que el alma me volvía al cuerpo, volvió a cerrar los ojos. Esos ojos que iluminaría toda la ciudad. Seco una lágrima silenciosa que rueda por mi mejilla, supongo que este es el castigo que merezco por todo el maldito sufrimiento que la hice pasar hace años atrás.

—No vayas por ahí.— la cariñosa voz de la señora Williams hace que salga de mis pensamientos.

Giro mi rostro y poso mis ojos en los de ella. Supongo que ve la confusión en mi rostro porque se apresura a decir.

—No puedes enmendar el pasado, déjalo estar. Tampoco es culpa tuya lo que está pasando— dice infundiendo tranquilidad que no logra abrazarme — No eres tú quien dicta lo que pasa a tu alrededor.

—Yo...yo siento que es mi castigo— susurro sintiendo un nudo en la garganta— si yo no hubiera aparecido en su vida...

—Si no hubieras aparecido en la vida de ella, seguirían siendo almas sin rumbo. Juntos se complementan. Solo tienen que aprender a perdonar y sobre todo, perdonarse.

—¿Cómo es que lo ves tan fácil?

—No es fácil, si fuera así, supongo que esta vida no tendría sentido.

La presencia del doctor Been interrumpe nuestra conversación. Me levanto de golpe a la espera de una respuesta.

—¿Cómo está ella?— me apresuro en preguntar

—Esta bien, ha salido de su coma, sufrió un desmayo por la debilidad y el esfuerzo que hizo, sin embargo la hemos sedado. Necesita descansar.

— ¿Puedo pasar a verla?

—Por supuesto— sonríe— al parecer su presencia le hace bien.

— Gracias— me despido y me apresuro a entrar a la habitación de mi amada.

Una vez dentro se me hace imposible contener las lágrimas. Se le ve tan indefensa postrada en esa cama. Su cabeza está vendada, su pie derecho se encuentra enyesado y su cuerpo lleno de moratones. Me acerco a ella y tomo su mano que tiene una intravenosa suministrándole suero. La acaricio venerándola como se venera un valioso tesoro.

Su rostro luce demacrado y pálido, unas bolsas negras adornan sus ojos y sus labios morados parecen casi sin vida. Siento como algo dentro de mi se encoje de dolor. Acaricio su pálido rostro que no deja de ser hermoso, recorro con mis dedos el marco de sus pobladas cejas seguido por su nariz aguileña. Recorro sus pómulos altos junto con sus mejillas y mis dedos dejan su recorrido en la comisura de sus carnosos labios. Me niego a seguir el patrón. Me inclino sobre ella uniendo mis labios con los suyos en un tierno beso del que ella no tiene conciencia.

—No me dejes solo luchando con esto. Debemos demostrarle al mundo que lo nuestro es digno de envidiar. Que nuestro amor es efímero e infinito, que juntos somos el siempre comprobado.

Recuesto mi cara el centro de su pecho escuchando el débil latido de su corazón que me promete la vida de ella. Cierro los ojos disfrutando la sincronía de este con el mio formando una hermosa sinfónia.

Podría jurar que su corazón latió más fuerte al sentirme cerca, y no pude evitar que una sonrisa se instalara en mis labios. No podía desistir, esta bella mujer merece todo lo habido y por haber y yo me iba a esforzar para dárselo.


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