Tomás
Han pasado ya ocho días desde que la vi, siete días en el que recibí su incapacidad y treinta minutos aparcado en la acera del edificio en el que vive decidiendo si entrar o no entrar.
No sé que reacción va a tomar y no sé que carajos estoy haciendo yo acá.
¿Culpabilidad? Quizá.
Después de todo, ella está así por mi culpa. Nunca he hecho nada bien, no he hecho las cosas bien desde hace más de dos años.
Sin pensarlo más me bajo del auto y entro por las puertas dobles del edificio. Sé qué vive en el tercer piso apartamento doce, información que fácilmente le saque a Alejandra.
Subo las escaleras y ya frente a su puerta dudo otra vez ¿Qué le voy a decir? ¿Y si me echa a escobazos? Conociéndola no me sorprendería.
Sin antes darme cuenta estoy tocando el timbre. Estoy nervioso, paso mis manos por mi cabello esperando mientras me abre.
Vuelvo a timbrar y espero lo que parecen tres eternidades hasta que por fin abre su puerta. Y ahí está ella, tan hermosa como siempre.
—Hola—saludo
Lleva un pijama con estampado de ¿Vacas? ¿Ovejas? Que más da. Su cabello negro enmarañado en lo qué parece una coleta, lleva gafas y tras ellas puedo ver sus hermosos ojos al natural que parecen más pequeños pero no dejan de ser tan profundos como siempre.
¿Será que no se cansa de ser tan perfecta?
—Hola
—¿Cómo estás?
—Bien, estem, mucho mejor —miente. Lo puedo ver en sus ojos y en como se rasca su cabecita mientras habla
—¿Puedo pasar?
—Uh, claro, pasa, pasa— abre más la puerta haciéndose a un lado.
Entro y me encuentro con un pequeño apartamento perfectamente ordenado en tonos rosa pálido y dorado. Una pequeña sala se ve al fondo y a mi izquierda está su cocina que por si fuera sorpresa también está más que ordenada.
—¿Quieres un café?—pregunta nerviosa
—Solo si tienes hecho—acepto
—Siéntate— señala el taburete que separa su cocina de la sala, tomo asiento mientras ella se dirige a la cafetera y sirve mi café
—¿Azúcar?
—Por favor— pone delante de mí el café y un azucarero para que me sirva yo mismo. Ella toma su taza humeante y sus gafas se empañan, sonrío y ella también lo hace, sube sus gafas a la cima de su cabeza y es ahí donde veo sus pronunciadas ojeras, no puedo no sentirme culpable. Estamos en un silencio agradable pero necesito que me diga la verdad de como se siente
—Ahora, ¿Puedes decirme cómo te encuentras?— pregunto— sin mentirme por favor—contraataco.
Se mantiene callada por más de un minuto y vuelvo a hablar
—Scarlett...—sentencio
—Mal, pésima, siento un vacío enorme en la cabeza, es como si no la tuviera pero al tiempo la siento pesada ¿Los Mareos? Han cesado. ¿La comida? no logro retenerla y la fatiga me supera—dice y un par de lágrimas salen de sus bellos ojos. Las va a limpiar pero soy más ágil.
¿Es fiebre lo qué tiene?
—Scarlett estás demasiado caliente—me sobresalto— vamos al médico— me levanto de mi silla y me acerco a ella
—No es necesario— dice— debe pasarme en unos minutos. Ya la estoy controlando– pero noto su cuerpo temblar. Tiene frío
—¿Tu cuarto?—La tomo en brazos pero ella se resiste— Scarlett no lo hagas más difícil, quiero cuidar de ti, esto lo mínimo que puedo hacer ¿Tu cuarto?
—La primera puerta a la izquierda— dice mientras esconde su cabeza en mi cuello.
Increíblemente con ella en mis brazos y su cabeza enterrada en el hueco de mi cuello hace que me sienta completo, como si esa parte que me hace falta ella de alguna manera la completara. Como si ella fuera la pieza pérdida de mi puzle... como si ella fuera mi hogar
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Te elegí para SIEMPRE
RomanceScarlett, una joven con tan solo 23 años de edad, ha evitado el amor a toda costa. Sabe que el amor duele, que el amor no es bonito y sobre todo, tiene claro que los "siempre" están sobrevalorados. Tomás Corrigan, el chico que la dejó sin palabras...