Capítulo 2 - Donde yo aparezco

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Os estaréis preguntando cómo sé yo todo esto, la respuesta es bien sencilla: Sheila me lo contó algún tiempo después

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Os estaréis preguntando cómo sé yo todo esto, la respuesta es bien sencilla: Sheila me lo contó algún tiempo después. También supongo que os preguntaréis quién soy yo. Dejadme seguir con la narración de este relato y os enteraréis enseguida.

Bien, ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí!

Sheila tuvo la sensación de despertar de un extraño sueño o de una terrible pesadilla, sí; más bien de esto último y corrió con todas sus fuerzas hacia su aldea.

Mil ideas pasaron por su cabeza y casi todas parecían ciertas. Aquella espada estaba maldita y ella había despertado al dragón, de eso estaba segura. Debido a su avaricia una poderosa bestia volaba hacia el pueblo en el que había nacido en dirección hacia sus seres queridos. Como en una pesadilla, pero sin duda muy real.

Mucho antes de llegar a su destino, Sheila contempló horrorizada una espesa columna de humo, negra como la noche más negra o como sus propios pensamientos y que cubría el cielo. Supo entonces lo que había sucedido y se dejó caer de rodillas al suelo cubriendo su rostro con las manos. Las lágrimas surgieron y no pudo evitarlo.

Continuó andando a trompicones, tropezando con cada rama que se interponía en su camino sin dejar de avanzar hasta su aldea o lo que a esas alturas quedaba de ella, porque así era: sus temores se habían cumplido.

Mil personas habían muerto por su culpa. Familias enteras, hombres, mujeres y niños arrasados por el fuego devastador del dragón. Calcinados.

Llegó hasta su casa, que tan solo era un montón de escombros y buscó a su madre. La encontró sepultada al derrumbarse el techo de la vivienda sobre ella. Estaba muerta.

Sheila se arrastró entre las cenizas y los escombros para recuperar el cadáver de su madre y lo acunó entre sus brazos y así permaneció hasta que yo la encontré.

—¡Muchacha! —le dije, pero no pareció escucharme. Tuve que desmontar de mi caballo y acercarme hasta ella y ni siquiera así advirtió mi presencia. Solo cuando le eché una manta sobre sus hombros reaccionó. Me miró con esos ojos de un verde tan profundo, tan tristes y afligidos que helaron mi alma.

—¡Los he matado a todos! —Dijo con voz temblorosa.

—No, querida, no has sido tú —contesté yo—. Ha sido un dragón, uno enorme.

—Yo liberé al dragón...Soy culpable de sus muertes. Déjame, quiero morir con ellos. Quiero morir junto a mi madre.

—Me temo que no va a ser posible, porque solo tú, Sheila puedes detener al dragón...Tú y yo, aunque necesitaremos ayuda y mucha suerte.

Ella levantó la vista hacia mí como si estuviera desvariando. Su rostro era un interrogante.
—¿Cómo sabes mi nombre?

—Lo he visto todo, muchacha. En mis visiones —dije con mi voz más paciente. Siempre que termino hablando de este tipo de fenómenos suelen ocurrir dos cosas: algunos huyen despavoridos pensando que soy algo así como un demente y otros me hacen huir a mí, ya sea con garrotes o a pedradas. Nadie está dispuesto a creer la verdad. Y la verdad es que puedo vislumbrar el futuro. Vamos, no siempre y nunca a voluntad, pero de vez en cuando tengo cierto tipo de visiones que me desvelan lo que aún está por ocurrir. Y esta vez la visión había sido muy clara e intensa.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora