Capítulo 22. Duelo de hechiceros.

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Sheila

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Sheila

—¡No, tío! —Grité. Corrí hacia Sybill y la protegí ocultándola tras de mí—. ¡Déjala!
—Apártate, Sheila.
—No. No pienso dejar que le hagas daño. La culpa es mía. Yo fui quien cogió ese libro, no ella.
—No te preocupes, tú también recibirás tu castigo —dijo mi tío—. Ahora apártate.
No podía hacerlo. Conocía la ira de Dragnark y no podía permitir que hiciera daño a esa joven que solo había intentado ayudarme. Pensé en los hechizos que había memorizado y me preparé para usarlos.
—¡Osas desafiarme! —gritó Dragnark, colérico—. No me queda más remedio que enseñarte una lección que no olvidarás.
Sentí algo parecido a un cosquilleo en todo mi ser y noté como el aire se cargaba de magia. Mi tío se preparaba para lanzar un hechizo.
Me volví hacia Sybill y la insté a huir.
—¡Vete! —Grité. Sybill no supo reaccionar y me di cuenta de que era demasiado tarde. Una fuerza increíblemente poderosa me arrojó contra la pared sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. El golpe fue fortísimo y sentí que me faltaba la respiración.
Dragnark ya salmodiaba otro hechizo y supe que esta vez no iba dirigido contra mí, sino contra Sybill. Tenía la mente en blanco, todos los hechizos que conocía habían desaparecido de mi pensamiento y era incapaz de recordarlos.
La atmósfera se volvió turbia en torno a nosotros. El aire tenía un extraño olor dulzón, como el de la carne quemada y supe lo que vendría a continuación.
Dragnark señaló a Sybill con su mano y terminó de pronunciar las palabras mágicas. Una llamarada surgió de la mano abierta del nigromante y se dirigió veloz hacia la joven. Entonces recordé un hechizo que mi padre me había enseñado tiempo atrás. Un hechizo sencillo para un mago inexperto, pero al mismo tiempo muy eficaz.
¡Solnias! —Grité y la feroz llamarada pareció detenerse en el acto. Sargon lo había hecho con aquella lanza que estuvo a punto de atravesar a Acthea y también con el hacha que le arrojó Aidam cuando los compañeros le pidieron al mago una demostración de sus poderes. Un truco sencillo, pero muy eficaz.
El fuego se extinguió y observé el rostro perplejo de mi tío.
—No voy a permitirte que le hagas daño, tío —grité envalentonada.
—¿Quién te crees que eres? —Dragnark parecía poseído por el odio. Era su gema de la cólera la que parecía transformarle en un ser ávido de sangre.
En mi mente aparecieron las palabras de un nuevo hechizo y sentí como la magia corría por mis venas cuando comencé a entonarlo en rítmica sucesión. Las palabras eran difíciles de pronunciar y temía equivocarme, pero puse toda mi atención en ello.
—¡No! —Gritó Dragnark al escuchar las palabras que yo estaba recitando—. ¡Aún no estás preparada!
Terminé de pronunciar las palabras en voz baja y luego esperé. Durante unos segundos nada sucedió. Después un profundo rugido hizo temblar las paredes del salón.
—¿Qué has hecho, insensata? —Dijo Dragnark, visiblemente conmocionado.
El resultado que yo había esperado no llegó a suceder. En vez de transformarme en un dragón había hecho acudir a uno de esos seres a nuestra presencia.
Sybill, que permanecía agachada en un rincón del salón se sobresaltó al escuchar el formidable embate de unas alas gigantescas en torno al castillo. El dragón volaba en círculos alrededor de la mole del edificio buscando a sus presuntas presas.
Dragnark había abierto uno de los grandes ventanales y se asomó a él. El viento agitó su túnica negra haciéndola revolotear a su alrededor como si fuesen las alas de un viejo grajo. Después comenzó a entonar unas palabras que yo reconocí.
Por un instante mi tío volvió su cabeza para mirarme. Sus ojos brillaron con un ardiente fulgor, mientras que su cuerpo reaccionaba con la poderosa magia que estaba invocando.
—Esto no termina aquí, Sheila. Volveremos a encontrarnos —dijo.
Su transformación estaba a punto de realizarse y fue entonces cuando saltó al vacío.
—Hemos de irnos —dijo Sybill, tomándome del brazo—. Aprovechemos ahora que está distraído.
Tambaleándome aún a causa del golpe que había recibido, me asomé al balcón buscando el cuerpo de mi tío estrellado en el suelo del patio, pero lo que vi me horrorizó y me sobrecogió por partes iguales. En el patio, la gigantesca figura de un dragón negro como el azabache desplegaba sus alas levantando nubes de polvo. El otro dragón, de un iridiscente color rojo, el mismo que yo había invocado, seguía volando en círculos sin apartar la vista de su congénere.
El rugido de ambos dragones fue sobrecogedor cuando se atacaron mutuamente con toda la furia que poseían y el mundo se oscureció por un momento cuando ambos dragones se interpusieron delante del sol, mientras se atacaban con saña con garras y dientes.
Sybill volvió a tirar de mí y supe que llevaba razón, era nuestra oportunidad de huir de allí.
Bajamos corriendo las escaleras y la joven me condujo hasta los establos, donde varios briosos corceles aguardaban inquietos a causa de los rugidos que podían escucharse en las alturas. Sybill ensilló uno de los caballos y me tendió las riendas. Entonces me di cuenta de que no pretendía acompañarme.
—Tienes que venir conmigo —dije—. Si te quedas mi tío te matará.
—No lograré huir muy lejos, solo seré un estorbo para vos. Me esconderé donde vuestro tío no pueda encontrarme—contestó la joven—. Debéis iros, Sheila y que la suerte os acompañe. Yo estaré bien.
—No puedo dejarte...
Sybill me obligó a montar en el caballo y luego me entregó una bolsa que colgué de mi hombro.
—Seréis una poderosa maga —dijo—. Hoy me habéis salvado la vida y nunca lo olvidaré.
—Gracias —dije. No sabía qué más decir.
—Gracias a vos. Estaré bien, os lo prometo. Adiós Sheila.
Sybill dio una fuerte palmada en el flanco del caballo y este se lanzó al galope. Pronto nos internamos en los bosques, dejando atrás la solitaria figura de Sybill, el castillo y a los dragones que seguían combatiendo en el cielo, perdiéndose en la lejanía.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora