Capítulo 12. Un poder ancestral.

141 23 1
                                    

—¡Podrías haberme avisado de que era un basilisco antes de encararme con ese monstruo! ¿No crees? —Rezongó Aidam disgustado, pero echándose a reír a continuación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Podrías haberme avisado de que era un basilisco antes de encararme con ese monstruo! ¿No crees? —Rezongó Aidam disgustado, pero echándose a reír a continuación.
No pude hacer otra cosa que sonreír también.
—Te veías tan heroico —señalé—. Eres todo un héroe, Aidam. Le hiciste volar por los aires tú solito.
Del basilisco nada quedaba. Aidam había arrojado sus granadas y le vio reventar en mil pedazos. Después nos sacó a todos de aquel oscuro agujero como era su deber.
Ahora nos encontrábamos en un paraje árido y desértico, como siempre había sido en realidad.
—¿Cómo pudo Dragnark hacer que tuviésemos esas visiones? —Preguntó Haskh, que aún no salía de su asombro.
Porque es enormemente poderoso, me dije. Porque ha alcanzado tal poder que nada puede detenerle ya.
—Parecer tan real —dijo Milay—. Yo tocar paredes de mármol, yo sentir suelos de piedra y nada ser verdad.
—Nos engañó —contesté—. Nos tendió una trampa desde el principio y nosotros fuimos tan tontos de meternos en ella por nuestra propia cuenta.
—Utilizó a Sheila para hacernos daño —dijo Aidam—. Ahora no podemos confiar en ella.
—¿Qué tal se encuentra? —Preguntó Thornill—. ¿Aún no ha despertado?
—No —dije—. Pero parece estar bien.
Sheila aún no había recuperado el conocimiento y descansaba ajena a todo.
—No lo está, Sargon —replicó Aidam—. No está bien. Ahora es uno de ellos.
—Eso no lo sabemos —dije—. Quizá cuándo despierte vuelva a ser la de antes.
—O tal vez trate de matarnos de nuevo. Eso no podemos saberlo. Tenemos que pensar qué hacer con ella.
—¿Acaso quieres abandonarla? ¿Piensas matarla? —Me encaré con él.
—Sabes bien que no, Sargon. Pero tampoco puede seguir a nuestro lado —dijo Aidam pesaroso.
—Algo se nos ocurrirá —dijo Haskh, después miró a Aidam fijamente—. Sheila es uno de los nuestros y yo estoy aquí por ella. Juré defender su vida y eso es lo que haré. Y si alguien trata de hacerle daño tendrá que vérselas conmigo.
—Nadie va a hacerle daño, Haskh —dije—. Pero Aidam lleva razón y tenemos que buscar una solución.
—Mi creer conocer una solución —dijo Milay y todos nos volvimos para mirarla—. En mi pueblo decir que gente herida por aguijón de abeja solo curarse al sacar aguijón.
Al principio no llegué a entender lo que trataba de decir, pero luego caí en la cuenta.
—¡Tienes razón, Milay! —Exclamé y ella sonrió agradecida—. Creo que ya sé cómo recuperar a Sheila. Aidam, tendrás que ayudarme y tú también, Milay.
Sheila dormía como una niña pequeña. Su expresión era tan dulce, que me dolió pensar lo que teníamos que hacer.
—Hemos de registrar su cuerpo para ver si tiene alguna marca. Puede tratarse de un arañazo o un simple rasguño y tan pequeño que pase desapercibido a simple vista—dije—. Aidam, tendrás que tomarla en brazos mientras Milay y yo la desnudamos.
Aidam nos miró con los ojos desorbitados.
—¿T-Tengo que ser yo? —Tartamudeo.
—Sí, has de ser tú. En caso de que despierte tú podrás sujetarla.
—Está bien —dijo el guerrero sonrojándose.
—Milay, tenemos que buscar por todo su cuerpo esa marca. No debes dejar pasar un solo centímetro de piel sin escudriñar, ¿Me has entendido?
—Mí entender —contestó la joven sígilo.
—¡Álzala, Aidam...! —Ordené.
El guerrero la tomó en brazos y la levantó del suelo. Nosotros procedimos a desvestirla. Aidam, mientras tanto, miraba a todas partes excepto a Sheila. Cuando toda su ropa quedó amontonada en el suelo, procedimos a nuestro escrutinio.
—¿Qué es lo que estás buscando, Sargon? —Preguntó Aidam.
—Dragnark es muy poderoso, pero no tanto como para poder dominar a alguien solo con el poder de su mente —dije—. Es muy posible que le hiciese algún tipo de marca o tatuaje. Solo tenemos que encontrarlo y desbaratar su poder y entonces Sheila se curará.
Mi hija seguía dormida y ajena a todo, pero si despertaba podía llegar a ser impredecible, por lo que también debíamos darnos prisa.
—¿Qué ser esto? —Preguntó Milay—. Parecer herida...
Miré lo que la joven sígilo había encontrado en una de sus axilas y sonreí.
—¡Eso es! —Exclamé. Su piel parecía horadada, casi como si se tratase de una simple herida, pero no lo era. El dibujo que había tatuado en su piel se asemejaba a un círculo rodeado de pequeñas estrellas.
Silbaris —dije—. Debería haberlo imaginado.
—¿Qué significa eso?
—Es un hechizo muy poderoso. Anula la voluntad de quien lo lleva grabado. No es fácil de eliminar, la vida de Sheila podría peligrar.
—Podrás hacerlo —Me preguntó Aidam. Yo negué con la cabeza.
—No con el escaso poder que tengo —dije—. Si supiera controlar los Ojos del Despertar tal vez...
—¿Y qué necesitas para poder hacerlo?
—La magia de esas gemas es completamente distinta a todo lo que yo he estudiado. Confiaba que Sheila pudiera desvelarme su secreto, pero dijo que no pertenecían a la magia de los dragones y que no conocía su funcionamiento. Solo un poder ancestral podría enseñarme su conocimiento.
—¿Un poder ancestral?
—El poder de un dios —expliqué—. Pero no sé dónde encontrar a un dios, Aidam.
—Tal vez yo sí que lo sepa, Sargon —dijo el guerrero.
Me pregunté a qué se refería. Cómo iba a conocer el paradero de un dios.
—Dragnark vino a este lugar con una intención, ¿verdad?
—Sí —dije—. La de convertirse en un dios, aunque no creo que lo haya logrado. Si no estaríamos muertos.
—Quizá no era esa su intención o por algún motivo no lo consiguió, pero eso no es lo que ahora nos importa. Lo importante es que Dragnark debía invocar a un dios para arrebatarle su poder, ¿no es así?
—Sí —asentí—. Al dios Rhestar.
—¿Y dónde pensaba hacerlo, Sargon?
—En... —dudé por un segundo. Acababa de darme cuenta de a qué se refería Aidam—. En el altar de Phestius.
—Efectivamente —contestó mi compañero—. ¿Crees que nosotros podríamos invocar a un dios?
Lo pensé durante unos segundos y luego llegué a la conclusión de que sí podíamos hacerlo.
—Creo que podríamos hacerlo —dije—. Aunque necesitaríamos un objeto en particular.
—¿Qué objeto?
—Un objeto que perteneció a una diosa y tan poderoso que exigió un sacrificio. ¿Aún lo tienes, Aidam?
El guerrero asintió.
—Lo llevo conmigo desde entonces —dijo. Luego me mostró el objeto al que me estaba refiriendo. Era una pequeña joya en forma de enredadera—. La encontré junto a mí el día que Acthea murió.
—Sí, lo sé —dije—. Vi cómo se convertía en polvo cuando Acthea lo utilizó para devolverte la vida, pero luego lo descubrí de nuevo intacto.
Aidam me entregó la joya con reticencia.
—Sigo echando de menos a Acthea, viejo amigo —dijo el guerrero.
—Yo también. Su sacrificio fue el acto de amor más portentoso que jamás he visto.
—Pero no fue justo. ¿Por qué tuvo que sacrificarse por mí? No lo merezco.
—Fue ella quién tomó esa decisión —dije.
—Lo sé, y sin embargo...
Las lágrimas habían comenzado a escocerle, por lo que apretó los ojos y respiró hondo.
—¿Crees qué podremos usar esa joya para invocar al dios Rhestar? —Me preguntó cuando se hubo recuperado.
—Sí.
—¿Y crees que él accederá a explicarte el funcionamiento de esas joyas?
Eso ya no lo tenía tan claro.
—Debemos tener fe en que sí —dije esperanzado.
—¡Pues hagámoslo!
—Vale. Pero primero debemos encontrar ese altar.

Phestius El Oculto fue un nigromante que vivió miles de años atrás y su poder y sabiduría fue tal que logró convertirse en un dios, aceptado por los demás dioses como un igual. Su altar de piedra obsidiana estaba construido en forma de media luna y se asemejaba a un arco inconcluso. Phestius terminó por convertirse en el dios de la noche, de los viajeros y los mercaderes, así como también en el dios de los poetas y los amantes, que como todo el mundo sabe, son los que están más cerca de la luna.
Lo encontramos muy cerca de donde tuvimos nuestro encuentro con Dragnark y por los objetos mágicos que rodeaban el altar, advertimos que mi hermano había realizado algún tipo de experimento en él.
—No imagino cuáles eran sus intenciones —dije. Los objetos diseminados por el suelo eran variopintos. Reconocí sales sulfurosas junto a hierbas del dragón, una especie muy rara que solo crecía en la región de Palancris, situada al oriente. Enebro y mirto junto a huesos molidos de reptiles y mineral de estaño fundido. Nada de todo eso me daba una idea muy clara del tipo de hechizo se había llevado a cabo allí—. Ciertamente no parece tratarse de un hechizo de invocación, más bien diría que es un conjuro de metamorfosis.
—¿Y qué se supone que vino a hacer aquí? —Preguntó Aidam.
—Creo que su objetivo era crear algo. Transformar una criatura en otra, no lo sé. 
—Sea lo que sea, al final acabaremos por descubrirlo.
En eso Aidam llevaba toda la razón.
—Ahora debéis dejarme solo —le dije a Aidam y al resto de nuestro grupo—. Realizaré la invocación y veremos qué ocurre.
—¿Estarás bien, Sargon?
—Sí, Aidam. No debes preocuparte. Encárgate mientras tanto de Sheila. No creo que tarde mucho en despertar y no sé si aún seguirá bajo el hechizo de Dragnark.
—La cuidaré, viejo amigo, no lo dudes.
—No lo hago —dije.



La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora