Capítulo 18. El poder de un dragón.

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Sheila

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Sheila

El vestido rozaba mis tobillos con un suave rumor, mientras bajaba la amplia escalinata que conducía hasta el salón donde mi tío había organizado la fiesta.
El salón estaba abarrotado de gente venida de todos los rincones del reino y ninguna me era conocida. Todos los rostros se volvieron a mirarme. Rostros sorprendidos, rostros lujuriosos y también insaciables. Miradas de envidia que parecían taladrarme, preguntándose quién era yo.
Vi a mi tío acercarse hasta mí, sonriente y visiblemente encantado.
—Estás preciosa, Sheila —dijo, tomándome del brazo—. Acompáñame, te presentaré a mis amigos.
Sus amigos eran todos ellos gentes poderosas. Vi generales del ejército del rey que se inclinaban ante la presencia de mi tío. Nobles que se deshacían en elogios al verlo y ricos hacendados buscando una migaja de su atención. Hasta ahora nunca había pensado en mi tío como en alguien importante, pero así parecía ser. Me presentó a todos como su sobrina y también su heredera y sentí sus miradas clavándose en mí.
La música comenzó a sonar después del ágape en el que apenas había probado bocado y mi tío me tomó de la mano y me hizo acompañarle hasta el centro del salón, donde otras parejas también se reunían. Me tomó del talle y me instó a bailar con él.
—¿Te sorprendes al verme rodeado por toda esta gente? —Me preguntó en voz baja. Yo tan solo asentí—. Los odio con toda mi alma, pero también los necesito. Sin ellos mi revolución no sería más que una pueril fantasía.
—¿Tu revolución? —Pregunté.
—Sí, mi revolución. El cambio necesario que pretendo instaurar. Quizá pensabas que mi único propósito era destruir el mundo, pero no es así, Sheila. Solo busco protagonizar un cambio que será beneficioso para todos. La corte está podrida, el rey y toda su parentela apestan y las injusticias están a la orden del día. Todas estas personas esperan con ansiedad que alguien de un primer paso y seré yo quien lo dé.
Mi tío no era alguien altruista, mi padre ya me avisó sobre él y sus intenciones de dominar el mundo y sabía que algo esperaba a cambio.
—¿Piensas derrocar al rey y ocupar su lugar? —Pregunté.
—Alguien debe hacerlo, Sheila. Alguien que cuente con el valor necesario. Gracias a mis contactos puedo hacerlo.
—Y también con el poder, ¿no?
—Tú lo has dicho. Yo tengo ese poder. Tengo tres de las cuatro joyas de Albareth. Solo me falta poseer la tuya para ser infinitamente poderoso.
—La mía ya la tienes —dije—, tú me la quitaste.
—He de ser sincero contigo, Sheila. Tu joya está muerta. Tú absorbiste su poder. Tú eres ahora la joya del dragón.
Dudé. No creía que me estuviese contando toda la verdad.
—El poder de la joya radica en ti, Sheila y solo conozco una forma de obtenerlo.
—¿Piensas matarme?
—¿Matarte? No —se rió—. No hace falta llegar a esos extremos. Hay otra forma de hacerlo.
—¿Cuál?
—Que me entregues tu poder por propia voluntad.

...

Debía salir de allí, me dije, y debía hacerlo de inmediato. Esa misma noche.
Tras la fiesta, Dragnark me acompañó hasta mis habitaciones. Durante el camino no dijo nada en absoluto, aunque yo podía adivinar por donde iban sus pensamientos. Si esperaba que yo le entregase todo mi poder, (¿podría hacerlo realmente?) estaba muy equivocado.
Al llegar junto a la puerta de mi cuarto, mi tío hizo intención de entrar. Yo se lo impedí.
—Estoy cansada —dije a modo de escusa.
—Lo entiendo —contestó él—. Me gustaría que me dieses la oportunidad de corregir mis errores.
—¿Corregir tus errores? ¿Cuánta gente ha muerto por tu culpa? ¿Cuántos han sufrido para tu propio beneficio?
—Cientos, Sheila, puede que incluso miles de personas. Su sacrificio me otorgó el poder para cambiar las cosas.
—¿Sacrificio? —Dije con burla—. ¿No intentaste acaso asesinarnos a mis amigos y a mí? —Chillé.
—Esa nunca fue mi intención. ¿No crees que si lo hubiera intentado de veras lo habría conseguido? Mi plan, puede que tosco e improvisado, funcionó. Mi intención era traerte junto a mí, justo donde ahora estás.
—¿Y qué me dices de Dhaurton?
—¿Quién?
Resoplé, era lógico que ni siquiera se acordase.
—Dhaurton, el enano al que asesinaste a sangre fría, muerto por el fuego del dragón.
—Ese, como tú bien dices, fue el dragón, no yo.
—¡Tú eras el dragón! —Grité con todas mis fuerzas—. ¡Tú lo asesinaste!
—El dragón era yo, sí; pero al mismo tiempo no lo era. Cuando se invoca a un dragón, una parte de ti permanece dormida, mientras que otra despierta. En ese momento eres menos humano y más... Otra cosa.
—¿Quieres decir que tú no mataste a Dhaurton, tío?
—Fue el espíritu del dragón quien lo hizo. Yo asistí como un mero espectador.
—¿Y no pudiste detenerlo?
—No, Sheila. Eso es algo imposible. Los dragones siempre han sido unos seres de una elevada inteligencia. Tú piensas que yo tan solo asumo la apariencia de un dragón, pero no es así. Lo que hago es dejar que uno de esos seres me posea y que pueda volver a este plano físico usando mi cuerpo. El dragón debe de obedecer en todo momento las órdenes del mago que lo invoca, pero a veces ellos toman las riendas y entonces son imprevisibles. Eso fue lo que sucedió con tu amigo. El dragón vio al enano y actuó según su propia naturaleza. El odio entre ambas razas es feroz.
—Lo mató, tío, y a punto estuvo de matar a los demás, incluido a tu propio hermano.
—Lo sé —contestó Dragnark, quien parecía más afectado de lo que yo nunca hubiera imaginado.
—¿Estás tratando de insinuar que tú no tuviste culpa de nada de lo que ocurrió?
—No estoy tratando de disculparme; no Sheila, no es eso. Solo puedo decir que si algún día tienes el poder suficiente para invocar a un dragón, lo comprenderás.
Escuché esas palabras con suma atención: «El poder suficiente para invocar a un dragón», me dije. «¿Cuánto poder sería necesario para poder controlarlo?». 
—¿Crees que algún día, yo...?
—Estoy seguro de que lo lograrás, pero todavía no, Sheila —dijo Dragnark haciéndome caer de esa nube—. Tan solo los magos más poderosos son capaces de aprender ese hechizo.
—¿Por qué? —Pregunté.
—Porque si el dragón ve que flaqueas o no eres capaz de controlarlo, entonces te devorará a ti en primer lugar.

...

Una vez acostada en mi lecho, tras aquella fiesta, mi cabeza no dejaba de darle vueltas a la conversación que había mantenido con mi tío. ¿De verdad algún día sería capaz de invocar a un dragón? Recordaba que mi padre también lo dijo en una ocasión y creía que había llegado el momento de averiguarlo. Ese hechizo, por muy complejo que fuera, podía ser mío.
La única forma de averiguarlo era accediendo al lugar donde mi tío guardaba su libro de hechizos. Un lugar que yo no conocía, pero que podía averiguar y ese iba a ser mi siguiente paso.
Una vez supiera como invocar a un dragón, vería qué hacer...

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora