Tardamos cinco días en llegar hasta la civilización, pero esta vez no nos había faltado ni comida ni agua. La ciudad de Rissem apareció ante nosotros cubierta por un manto de niebla que traía olor a sal y rumores de olas rompiendo en la costa. Una alta muralla la rodeaba y un puñado de guardias protegían el único acceso a la ciudad a través de un puente levadizo. Al vernos llegar, los soldados nos dieron el alto.
—¿Quiénes sois? —Nos preguntó el qué estaba al mando.
—Simples viajeros —respondí—. Buscamos un barco para atravesar el Mar de la Niebla.
—Nadie os prestará un barco. ¿Acaso no sabéis que estamos en guerra?
—Lo sabemos. Somos portadores del sello real —dije—. Cumplimos una misión de Su Majestad, el Rey Durham.
—Entrad —dijo el soldado mirando extrañado a su compañero —. El alguacil Cornell hablará con vosotros.
El puente levadizo descendió con un chirrido y cruzamos el angosto foso que protegía a la ciudad.
—Yo iré a hablar con ese alguacil —dije—. Vosotros esperadme aquí.
Aidam asintió.
—Parecen asustados —dijo.
—Tal vez Dragnark haya atacado la ciudad. Me informaré.
Descendí de mi montura y me dejé guiar hasta una caseta cercana. En su interior se encontraba el tal Cornell. Después de echarme un vistazo se presentó.
—Mi nombre es Cornellius Pravis y soy el Alguacil a cargo de la seguridad de la ciudad de Rissem. Me han dicho que traéis una carta firmada por su Majestad. ¿Es cierto?
—Así es —saqué la carta que el rey Durham nos había firmado al salir de Khorassym y se la mostré—. Mi nombre es Sargon. Maestro Sargon.
—¿Sois mago? —Preguntó, mientras tomaba la carta y la leía. Su rostro mudó el escepticismo por el asombro—. Aquí dice que hemos de atender todas vuestras solicitudes por mandato real y eso es precisamente lo que haremos. ¿Qué necesitáis de nosotros, maestro Sargon?
—Necesito un barco —dije.
Nos habíamos acomodado en la mejor posada de la ciudad de Rissem y además no tuvimos que pagar ni una sola moneda de oro. La carta que tuvimos la precaución de traer nos había abierto todas las puertas. Acababa de regresar de una reunión con la máxima autoridad de la ciudad y quedó sorprendido al hablarle de nuestra misión. Cuando llegué a la posada me topé con Aidam y con Haskh.
—El condestable de la ciudad nos ha invitado a todos a su palacio esta noche—dije—. Quiere agasajarnos como es debido. Sobre todo cuando pronuncié el nombre de Lord Aidem de Roca Negra.
—Un título es un título —bromeó Aidam—. ¿Pudiste enterarte de lo que ocurre?
—Parece ser que últimamente ha habido varios intentos de asaltar la ciudad, tanto por tierra como por mar. Mercenarios al servicio de Dragnark, imagino. Están preocupados porque la guerra llegue hasta aquí. Además dicen haber visto un dragón sobrevolando la zona.
—¡Dragnark! ¿A cuántas millas está la ciudad de Belzias?
—A menos de cuarenta millas por mar. Por tierra son bastantes más —expliqué.
—Pues deberían echarse a temblar. Si Dragnark ha fijado su objetivo en esta ciudad acabará por tomarla y si no lo logra, la destruirá.
—Eso mismo le explicaremos al condestable esta noche —dije—. Ahora será mejor que encarguemos nuestros trajes de gala. Debemos estar presentables.Haskh, Dharik y los enanos se excusaron de acudir a la fiesta. Yo les di permiso para quedarse en la posada. Acthea y Sheila estaban encantadas de acudir y Milay no acababa de decidirse. Fui a verla a su habitación, que compartía con Acthea, para tratar de convencerla.
—Yo querer ir, pero tener miedo —dijo.
—¿Miedo de qué? —Le pregunté—. Es tan solo una reunión social.
—Nunca antes haber usado vestido. Sheila decir que tener que llevar, que ser protocolo, pero yo asustada.
Me acerqué hasta ella y susurré en su oído:
—Estarás preciosa.
—¿Tú creer?
—Lo sé. Ya eres preciosa sin adornos—dije y sonreí.
Ella asintió. Luego cerró los ojos concentrándose.
—Gracias, Sargon... Lo intentaré.
Había hecho un esfuerzo por pronunciar bien y me mostré sorprendido.
—Sheila enseñar... —se corrigió—. Me está enseñando a... hablar bien vuestro idioma. ¿Qué tal hacerlo?
—¡Genial! —Exclamé—. Sheila es buena maestra, aprenderás mucho con ella.
—Lo sé...
Regresé a la habitación que compartía con Sheila y la encontré concentrada en la lectura de un libro que había cogido de uno de los estantes.
—¿Está interesante? —Le pregunté.
Ella alzó la vista del libro y sonrió.
—Sí. Muy interesante. ¿A qué no sabes de qué trata?
—No lo sé. ¿Es un manual de magia? ¿Un tratado de lucha?
—Es poesía —dijo ella.
—¡Mi hija leyendo poesía! —Exclamé—. Eso nunca lo hubiera imaginado.
—¿Por qué? ¿Acaso no soy una dama? Las damas leen poesía, no van por ahí esgrimiendo espadas ni lanzando hechizos.
—Lo eres. Claro que lo eres. Una encantadora damita... Una damita con el corazón roto.
—Mi corazón ya está cicatrizando —confesó.
—Eso sí que me alegra.
—Acthea es una joven increíble y sé que hará muy feliz a Aidam y eso es lo único que importa. Deben estar juntos, en realidad siempre lo he sabido.
—¿Y tú?
—Yo soy Khalassa. De mí se espera algo más.
—Yo lo único que espero y deseo es que seas feliz —dije.
—Lo sé, papá... Pero eso tendrá que esperar. Tengo casi dieciocho años y ya no soy una niña que sueña con príncipes azules. —Sheila cambió de conversación—. Creo que Milay acudirá a la fiesta. He tratado de convencerla.
—He hablado con ella hace un minuto y me he quedado sorprendido al escucharle hablar. Dice que le estás ayudando mucho.
—Es una buena alumna... A veces me gustaría ser como ella. Libre de prejuicios y siempre tan inocente.
—Los prejuicios son como un vestido demasiado largo. Al final acabas pisándolo y te tropiezas con él. No sirven para otra cosa.
—Hablando de vestidos. ¿Cuál crees que le quedará mejor a Milay?
Sheila había desplegado varios vestidos sobre su cama. Todos ellos fantásticos.
—¿Dónde los has conseguido? —Le pregunté. Sabía que ella tan solo llevaba un par y ninguno era tan elegante.
—Acthea y yo fuimos de compras cuando tú te reunías con el condestable. No nos dejaron pagar nada. Los rumores sobre nuestra misión vuelan tan rápido como las aves.
—Aún más —dije—. Me gusta el vestido azul para ella. Creo que contrastará con el pelaje de Milay.
—Sí, le quedará precioso.
—¿Y tú cuál te pondrás?
—Estoy pensando en no acudir a la fiesta —dijo ella.
—¿Por qué? —Pregunté—. ¿Acaso piensas quedarte encerrada en esta habitación leyendo poesía?
—Aidam irá. Estará muy guapo y Acthea también. Quiero que esta noche sea especial para ellos. Mi presencia lo arruinaría todo.
—¿Y qué me dices de mí? Yo también estaré muy guapo y no tendré a nadie con quien bailar.
—Cuando veas a Milay querrás bailar con ella, te lo aseguro—dijo Sheila sonriendo, pero era una sonrisa triste.
—¿No puedo hacerte cambiar de opinión?
—No, papá.
Asentí contrariado. La herida de su corazón aún no había cicatrizado tal y como decía. Aún sangraba.
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La joya del dragón. (Terminada).
FantasíaSheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser. Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...