Capítulo 25. La forja

116 23 1
                                    

Bawdim cumplió su promesa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bawdim cumplió su promesa. Al día siguiente le llevé hasta la herrería de la ciudad de Rissem y le invité a usarla como gustase.
—Necesitaré ayuda —dijo—. Tú me ayudarás, Sargon y también tu amigo, ese tal Aidam.
—Cuenta con nosotros —respondí.
—También voy a necesitar varias cosas poco comunes. Espero que vuestra botica esté bien abastecida.
—Hazme una lista y te traeremos lo que necesites.
—Y por último necesitaré la sangre de quien vaya a usar este arma. Tan solo una pizca, no te preocupes.
Accedí a todas sus peticiones.
Bawdim escribió en un papel los ingredientes que iba a necesitar y yo le di la lista a Sheila, encargándole que nos los trajera.
—Si no encuentras alguno de ellos en la botica, acude al herborista, él posiblemente tenga lo que necesitamos.
—¿Qué es el Hidrocante Desecado? —Preguntó mi hija, mientras leía la lista.
—Un tipo de pez venenoso. Es muy común para la preparación de ciertos hechizos—expliqué.
—¿Y el Cáliz de Sephoria?
—Una planta alucinógena, bastante peligrosa.
—¿Y el Lester Agulixa?
—Eso es un licor elfico y no creo que Bawdim lo necesite para su hechizo.
Sheila sonrió.
—Entiendo, dijo. Iré enseguida a buscar todo esto.
—Te esperaremos aquí.
Sheila se marchó y Bawdim se acercó hasta mí.
—Una joven preciosa, ¿es tu aprendiz?
—Es mi hija —contesté.
—¿Tu hija? En eso debo darte la enhorabuena. Has sabido hacerlo muy bien. Cuando vuelva podrías presentarnos.
—Es una maga muy hábil. Mucho más poderosa que yo y por supuesto, más que tú. Llegó a enfrentarse a Dragnark y sobrevivió. Es más, creo que ella es la única que puede derrotarle.
—Ya veo. Formáis una extraña familia.
—Nadie es perfecto. ¿Y la tuya? ¿Qué hay de tu familia?
—Hace años que no les veo. Desde que fui desterrado de mi tierra no he podido verlos. Siguen bien, eso lo sé, pero...
—Lo lamento —fijé con sinceridad.
—Están vivos y eso es gracias a ti, Sargon. Nada en el mundo podrá pagar lo que hiciste por ellos y también por mí.
—Tan solo ayudé a un amigo —contesté.
Bawdim carraspeó molesto, me dio la espalda y se puso a trastear en la herrería. Le vi alzar un pesado yunque como si fuese de suave y sedosa lana y colocarlo sobre el tocón de un árbol. Después acarreó con varias carretillas de madera y de carbón y las metió en la fragua de piedra.
—Necesitaremos una temperatura muy alta. Tendremos que usar otro tipo de combustible —dijo. Me mostró una sustancia oscura y granulosa—. Pólvora.
Había oído hablar de la pólvora. Como buen mago sabía de su existencia y de su alto poder destructivo.
—los antiguos la usaban con frecuencia, pero nunca supieron a sacarle partido. Ellos tan solo pensaban en destruir y la pólvora también sirve para crear. Esta pólvora es especial, porque contiene un ingrediente secreto, lo que la convierte en algo único y muy valioso.
—¿Qué ingrediente es ese? —Pregunté.
—Glándula de dragón. Muy difícil de conseguir como debes saber.
—Sí, no existen muchos dragones en nuestro mundo.
—No, fueron exterminados por los hombres antiguos, aunque su muerte acarreó su propia destrucción. Es gracioso, ¿no?
—¿Y la glándula de dragón para qué sirve?
—Gracias a ella puedo conseguir una increíble potencia calorífica. La necesaria para fabricar un arma como la que buscas. De otra forma no podría forjarse.
Asentí. Así que pensaba utilizar un ingrediente altamente destructivo para crear un arma aún más destructiva.
—Imagino que sabrás lo que haces.
—No debes temer nada, Sargon. No es la primera vez que lo hago, aunque sí que será la primera que funcione realmente.
Me recordé enviar a Sheila y a mis amigos lo más lejos posible por si las moscas.


Sheila regresó varias horas más tarde con todos los ingredientes. Según dijo no había sido difícil encontrarlos, aunque no resultaron nada baratos. Gracias a los dioses el Condestable era quien pagaba la cuenta.
—¿Está todo? Entonces comenzaremos.
Intente enviar a Sheila de regreso a la posada, pero ella se negó. Dijo que le parecía muy interesante conocer ese hechizo.
—Está bien —dije—, pero no te acerques mucho.
Bawdim sonrió.
—No hay peligro, Sargon. Esto es como un juego de niños.
El elfo oscuro había encendido la fragua y después añadió la pólvora y su ingrediente secreto. Temí ver estallar la caldera, pero no sucedió lo que imaginaba. El calor aumentó hasta hacernos sudar a todos, pero no prestamos atención. Estábamos absortos contemplando como el hierro y otras aleaciones se fundían tal y como le sucedería a la nieve en una calurosa tarde de verano. Bawdim vertió la mezcla en un molde y dejó que se enfriase, cuando adquirió cierta consistencia traslado la mezcla al yunque y procedió a darle la forma deseada. Repitió la operación varias veces en tanto el acero se enfriaba. Al considerar que estaba lista, procedió a templarla sumergiéndola primero en agua y después en aceite para austenizar el acero. Luego volvió a darle un nuevo temple a una temperatura mucho menor y se detuvo un momento.
—Ahora es cuando intervine la magia —dijo—. Sin este paso tan solo se trataría de una espada corriente. Tras él se transformará en algo único.
Bawdim tomó los ingredientes que había solicitado y con especial cuidado los mezcló en un mortero de cerámica. Después procedió a bañar la hoja con la mezcla resultante y todos observamos asombrados el intenso brillo blanco que adquiría la futura espada.
—Ahora necesitaré tu sangre, jovenzuelo —dijo Bawdim dirigiéndose a Aidam.  Nuestro amigo le observó con inquietud—. Solo unas gotas para que la espada te reconozca como a su propietario.
—¿La espada está viva? —Preguntó Aidam.
—Puedes apostar a que sí —sonrió el elfo oscuro.
—Yo usaré ese arma —dijo Sheila adelantándose.
Tanto Aidam como yo nos negamos.
—Ninguno de vosotros podrá enfrentarse a Zothar. Lo sabéis tan bien como yo —dijo ella—. Seré yo quien porte ese arma. Yo acabaré con él.
Interrogué a Bawdim con la mirada y él se encogió de hombros.
—Lo mismo da él que ella —dijo.
Sheila tomó un cuchillo y colocó su mano sobre la espada, luego practicó un corte sobre su dedo pulgar y dejó gotear la sangre sobre el acero.
—Listo —dijo el elfo oscuro—. Ahora procederé a darle la forma adecuada.
Trabajó incansable hasta el amanecer, mientras nosotros descansábamos en un rincón de la herrería, luego nos despertó.
—Aquí concluye mi trabajo —dijo.
La espada aún seguía sobre el yunque, pero su forma ahora que estaba acabada ya no era la misma. Mi primer pensamiento fue que se trataba de algo oscuro y peligroso. Bawdim la había diseñado con mucho esmero. Era larga y completamente negra. La empuñadura se asemejaba a la testa de un voraz dragón que envolvería la mano de quien la portase, su cruceta eran los afilados colmillos de la bestia y su filo se parecía a las escamas del monstruoso ser.
—¡Es magnífica! —Exclamó Sheila.
—Lo es. Pero algo tan especial reclamará un pago y no me estoy refiriendo a mí. Yo estoy satisfecho con haberla creado.
—¿A qué te refieres entonces? —Le pregunté.
—A la propia espada. Aquel que la use deberá pagar con su propia esencia vital y un uso prolongado podría llegar a ocasionar la muerte.
—Eso no nos lo explicaste antes —dije.
—Imaginé que lo dabais por supuesto. Un arma oscura siempre vampiriza a su dueño. Claro que todavía estáis a tiempo de no usarla.
Bawdim había vuelto a hacerlo. Aquella era, en definitiva, su pequeña venganza por el mal rato que le hicimos pasar.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora