La comitiva avanzaba a buen paso en dirección a nuestro próximo destino, la ciudad de Olvar.
A pesar de ser radicalmente distintos, tanto física como moralmente, nuestros nuevos compañeros se integraron a la perfección. Los cuatro enanos siempre marchaban juntos, hablando de cosas que, para nosotros, vulgares humanos, carecían de explicación. Ellos se movían por su afán de cosechar oro, por el eco de sus voces en oscuras cuevas y por la añoranza de sus congéneres a lo que no veían desde hacía un tiempo demasiado largo. Los enanos son criaturas muy sociables y les gusta formar numerosos grupos donde todos colaboran por el bien común. Son reservados con las otras razas que forman este mundo, aunque saben aceptarlas y convivir con ellas. En realidad, somos nosotros, los humanos, los que siempre tendemos a despreciar a los que tenemos a nuestro alrededor. Quizá se deba a nuestra naturaleza individualista o a nuestra corta existencia, lo que hace que siempre estemos disconformes con todo y con todos.
Aidam marchaba en cabeza siempre solitario y no muy lejos de él, le seguía Acthea. Esta joven callada y reservada apenas si opinaba nada. En el par de ocasiones que intente hablar con ella, tan solo me contestó con cortos monosílabos. Con la que parecía llevarse medianamente bien era con Sheila. Puede que fuera por ser ambas tan jóvenes o por ser las únicas féminas del grupo, pero de vez en cuando las escuchaba hablar en voz baja.
Al acampar a media tarde, me acerqué hasta donde Sheila descansaba, recostada contra un árbol. Al verme se levantó de inmediato. No tuve ni que decirle una palabra, ella desenvolvió la espada que guardaba cubierta con un paño y la tomó en su mano. Estaba deseosa por aprender aquella magia que se le había negado durante toda su vida. Yo tampoco dije nada, solo sonreí y le indiqué con un gesto que se preparara.
Esta vez utilice varios hechizos mucho más potentes y también más peligrosos, pero Sheila no se dejó amedrentar. La espada unida a su magia innata eran capaces de desviar todos los proyectiles que le enviaba. Noté el poder que surgía de la joven, un poder tan increíble, que una vez controlado la transformaría en algo inimaginable.
—Estas gemas, ¿qué son? — Preguntó Sheila con curiosidad.
—Las llaman las lágrimas de la diosa Albareth. Dicen que son las que derramó cuando fue traicionada por Beleazar, un dios al que ella amaba. Sus lágrimas contendrían la cólera, la pasión, el dolor y el amor que ella vertió al sentirse despechada. Cada gema tendría un poder diferente. Tu padre, Sheila, encontró la joya de la cólera y esta le consumió.
—¿Y la roja?
—Es la más poderosa de todas, pues en ella estaría el corazón de la propia diosa. Su corazón roto en mil pedazos por el amor que sintió. Se la conoce con el nombre de la joya del dragón, pero la verdad es que no sé por qué.
—¿El corazón de una diosa?
Vi por el rabillo del ojo que Aidam no nos quitaba la vista de encima, parecía atento a cada movimiento que Sheila realizaba.
—No creo que esté preparada para enfrentarse a su padre —dijo Aidam.
—Lo estará —contesté yo —. Su magia es muy poderosa, incluso más que la de Dragnark, solo hay que darle tiempo.
—Algo que no tenemos, viejo. Si Dragnark es capaz de convocar un dragón, ¿cómo crees que podremos combatir contra eso?
—Sheila también puede hacerlo.
La joven me miró sorprendida. Lo que había dicho era cierto, Sheila también tenía ese poder. Podría convocar la presencia de un dragón y eso sí que nos serviría de ayuda.
—¿Yo? ¿Un dragón? —Sheila estaba asombrada.
—Sí, tu poder es inmenso, solo debes esforzarte en dominarlo y entonces desvelarás ese potencial oculto, pero lo primero de todo es ir paso a paso, no se puede correr sin aprender a andar primero. Si no enfocas el poder de la forma precisa podría volverse contra ti y contra todos nosotros. Como le sucedió a tu padre. Con mi ayuda, lo lograrás.
—¿Tú posees alguna de esas gemas, tío?
—Mi joya es la del dolor. Es la de color verde. Cada gema se enfoca a través de su color. Yo tuve que aprender a base de sufrimiento. No fue fácil y me exigió un gran sacrificio. Tuve que abandonar lo que más amaba y ese dolor lo canalicé a través de mi magia. Te puedo asegurar que fue muy doloroso.
—¿Era bonita? —Me preguntó mi sobrina con ingenuidad.
—Mucho —contesté yo. Mis pensamientos evocando otra época, otras vidas, otras personas—. Sí, mucho.
—Lo siento.
—Fue mi elección, Sheila. Podría haberla elegido a ella, podría haber sacrificado mi magia, mi poder, que en realidad es tan solo una ilusión, por una vida tranquila junto a esa persona, pero no lo hice. Quise tener más, tenerlo todo y...
—Y al final no fue como te lo imaginaste, ¿verdad?
—Eres muy inteligente, Sheila. No, no fue lo que esperaba. Todo poder tiene su lado oscuro. Yo quería ser reconocido, incluso reverenciado y obtuve todo lo contrario. Soledad. Las personas que me conocían comenzaron a evitarme debido al cambio que experimenté y al final me abandonaron...Pero eso no significa que a ti también te vaya a pasar.
—Lo entiendo, tío. Es como si el don que te otorga la gema se llevara consigo algo tuyo...Yo contemple la muerte de todos mis seres queridos justo después de encontrar esta joya. Ese fue el pago que tuve que entregar. El corazón roto, como el de la diosa Albareth.
—No, Sheila. El culpable de eso fue tu padre, no tú.
La jovencita se volvió hacia mí. Había una expresión indescifrable en su rostro, luego muy calmada pronuncio unas palabras:
—Entonces mi padre tendrá que pagar por ello.
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La joya del dragón. (Terminada).
FantasíaSheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser. Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...