Capítulo 15 - El baile (1)

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¡Diana!

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¡Diana!

La ovación del público fue clamorosa. Sheila era la campeona del torneo de tiro con arco. Sus rivales acudieron a felicitarla y entre ellos el joven soldado que había visto desvanecerse sus esperanzas de ganar. Era algo mayor que Sheila, pero no mucho. Tan guapo como él creía serlo y muy galante con las féminas, que parecían volverse locas ante su presencia.

—¿Dónde aprendiste a disparar así? —le preguntó el joven.
—En mi aldea —contestó sencillamente la muchacha, sonriendo—. Tenía que traer algo de comer a casa.
—Pues nadie lo diría. Ser derrotado por una pueblerina es una verdadera lección de humildad, tendré que tragarme mi orgullo. Me llamo Frédéric y me gustaría ser tu acompañante en el baile de esta noche.
—¿El baile? —dudó Sheila.
—Sí, habrá bailes todas las noches. Se celebran en honor a los ganadores de los torneos...O sea, en tu honor, en este caso. No puedes negarte a asistir...
—En ese caso acepto encantada, Frédéric, me llamo Sheila.
—Eres una joven encantadora, Sheila y sorprendente en muchos aspectos. Nunca hubiera esperado ser derrotado por una mujer, pero ahora me alegro, porque sé que no eres una mujer...Eres una diosa.
Sheila, azorada, no sabía qué contestar. El rubor teñía sus mejillas y sus manos temblaban de la emoción.
—No te preocupes, nadie más tiene que saberlo —dijo el joven soldado enigmáticamente—. Será nuestro secreto. Hasta la noche, Sheila, «diosa de la caza».
En ese momento fue cuando todos llegamos junto a la muchacha para felicitarla.
Aidam se plantó delante de ella y con una gran risotada la abrazó, levantándola en el aire.
—Sabía que lo lograrías. Has estado magnífica, ni yo lo hubiera hecho mejor...
Sheila no sabía que decir, todo era como un sueño para ella.
—Gracias, Aidam...
—Espero que no estés muy solicitada en el baile de esta noche, porque pienso pedirte que me hagas el honor de bailar conmigo.
—De hecho ya me han pedido un baile —dijo la joven—, pero no puedo asistir, no tengo nada que ponerme.
Fue Acthea la que acudió en su ayuda.
—Eso no es ningún problema, porque tú y yo vamos a ir de compras y cuando termine de arreglarte habrá muchos más jóvenes solicitando bailar contigo.

—Eso no es ningún problema, porque tú y yo vamos a ir de compras y cuando termine de arreglarte habrá muchos más jóvenes solicitando bailar contigo

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Volvieron varias horas después, sonrientes y excitadas como solo dos jóvenes pueden estarlo.
Sheila corrió a su habitación seguida por Acthea y ambas se encerraron dentro.
No salieron hasta que el sol, ya bastante bajo en el horizonte iniciaba su ocultamiento.
Cuando la puerta de su cuarto se abrió, todos esperábamos impacientes frente a ella anhelando ver a nuestra niña convertida en una preciosa mujer. Aidam, visiblemente nervioso, retorcía sus manos sin descanso. Los enanos, que no sabían apreciar la belleza femenina a no ser que tuviesen largas patillas y poblados bigotes, también aguardaban e incluso Haskh, mitad humano y mitad orco, esperaba paciente para ver el cambio que se había operado en aquella a la que había entregado su vida y su destino.
—Os presento a Sheila, la joven más bonita del baile de esta noche —dijo Acthea, mostrando su más reciente creación.
Estaba deslumbrante con su nuevo vestido de color blanco, bordado con finísimas filigranas de hilo de plata y rematado con piedras semipreciosas de un blanco lechoso y que descendía hasta sus pies en un delicado vuelo. Estos, calzados con unos preciosos zapatos a juego con el vestido, hacían que la joven pareciera una maravillosa aparición surgida de algún cuento de hadas.
—¡Estás preciosa! —dije, sin poder apartar la mirada de su figura.
—Sí, realmente bonita —reconoció Aidam, que se había quedado pasmado al verla—. ¿Aceptarás ahora bailar conmigo?
—Estaré encantada de hacerlo, Aidam —contestó la jovencita con una encantadora sonrisa.
—Bien, pues acudamos al baile —sugirió Aidam, tendiendo el brazo para que la joven se apoyara en él.
Aidam también estaba irreconocible. Había cambiado sus habituales ropas por un conjunto sencillo, pero elegante. Era un saco de sorpresas nuestro guerrero.
Salimos juntos hacia la explanada donde se celebraría el baile y me fijé en que Acthea también llevaba un fino vestido de fiesta.
—Tú también estás preciosa, Acthea. Le concederás un baile a este pobre viejo sin pareja.
—Será un honor, Sargon — dijo ella con una sonrisa—. Algunos hombres no se fijan más que en lo que tienen ante sus narices.
Vi como su mirada se centraba en Aidam y comprendí lo que significaba.
—No te preocupes, esos hombres tardan en enterarse, pero al final acaban descubriéndolo. Solo espera y verás como llevo razón.
Ella suspiró moviendo lentamente la cabeza.
—No, algunos nunca llegan a darse por enterados.
Al llegar al recinto donde se celebraría el baile, vimos que apenas quedaba un hueco libre. Conseguimos una mesa un poco apartada y nos sentamos todos frente a ella. Los cuatro enanos habían sacado a relucir sus mejores casacas y el oro y las joyas a las que eran tan aficionados brillaban a la luz de los hachones que iluminaban el claro.
Haskh también lucía un traje que en otras circunstancias habría parecido sobrio y algo fúnebre. Era negro por completo y se adornaba con infinidad de abalorios dorados lo que le daba un aire muy elegante. A pesar de ser un asesino despiadado, aquella noche se comportó con un encanto digno de la más alta nobleza. Uno no es lo que aparenta ser, sino lo que es, me dije, contemplándolos a todos. Hay ocasiones en que la nobleza del interior es más brillante que el fulgor de todas las joyas.
Sheila sonreía nerviosa a todos los jóvenes que se le acercaban, pero su mirada solo buscaba al joven soldado, Frédéric.
Este llegó más tarde, pavoneándose y rodeado por una multitud de admiradores. Se acercó hasta la mesa en la que estábamos reunidos y haciendo una anticuada reverencia se dirigió a Sheila.
—Mi señora, mi diosa, ¿de dónde aparecéis vos? Vuestra belleza es tal, que deja a mi alma sin aliento. Me siento aturdido al contemplaros y este mal solo terminará cuando decidáis concederme el honor de bailar conmigo.
—¡Qué mono! —Escuché que decía Acthea en voz baja.
—¡Qué pedante! —Dijo Aidam con un susurro.
¡Qué ladrón! Pensé yo.
Sheila no dijo nada, pero el rubor de sus mejillas hablaba por ella mejor que las palabras.
Sí, un ladrón, porque con un par de frases acababa de robar lo más valioso. El corazón de una jovencita.

 El corazón de una jovencita

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La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora