Capítulo 9 - Diminutos compañeros

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Nunca en mi vida, lo juro, había visto a un enano moverse tan rápido como a Thornill, al lanzarse al cuello de Aidam

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Nunca en mi vida, lo juro, había visto a un enano moverse tan rápido como a Thornill, al lanzarse al cuello de Aidam. Tuvimos que separarlos entre los tres, mientras el enano no paraba de vociferar, insultar, morder y dar patadas. Retiro mi comentario anterior, algunos enanos dan asco.

—¡Un dragón! ¡Un dragón!... ¡Deja que te arregle la cabeza con mi hacha! —Gritaba Thornill fuera de sí.

—Detente y escucha —gritó a su vez Aidam —. Es cierto, hay un dragón, muy pequeño eso sí y oro, muchísimo oro.

El temita del oro al final traería problemas, eso me lo estaba oliendo yo; pero aún era muy pronto para contarles que el único oro que habría lo vi yo en una de mis visiones.

La palabra oro, dicha repetidamente es como un bálsamo tranquilizador para cierta clase de gente, entre ellos los enanos. Sus ojos de un azul metálico brillaron por un momento con el destello del oro.

Algo parecido le había ocurrido a Aidam cuando yo nombre esa palabreja. Más, después me pareció ver algo más que el brillo del vil metal en su mirada cuando fijó sus ojos en Sheila y decidió acompañarla ¿Qué había sido? Solo había una palabra que definía esa mirada y era... No, no lo diré. Si bien pienso que podría tratarse de lealtad, a lo mejor tan solo era vulgar deseo y Sheila, a pesar de ser muy joven aún, era una preciosa mujercita. La pregunta, en definitiva, era cómo un tipo como Aidam: ladrón, borracho y pendenciero podía sentir algo más elevado que deseo por una jovencita con tan solo mirar en sus ojos. Eso queridos lectores queda mucho más allá de los conocimientos de este humilde narrador.

—Has dicho mucho oro ¿verdad? —Dijo el enano, mientras empezaba a tranquilizarse y dejaba su hacha sobre la cuarteada mesa de la taberna.

—Mucho, Thornill. Deberías estarme agradecido por haber pensado en ti, pedazo de retaco testarudo.

—Lo...lo estoy, Aidam. Perdóname, ha sido un impulso. Es que te odio tanto, que al verte se me subió la sangre a la cabeza.

Aidam parecía tenerlo todo bajo control, a pesar de esas dulces y melodiosas palabras que entre ambos se dirigían. Menudo par de... ¡De lo que fueran!

—¿Crees que puedas encontrar a alguien que quiera ayudarnos?

—Depende del oro que haya. Ya sabes como funcionan las cosas...—contestó el enano moviendo los dedos índice y pulgar en un significativo gesto. 

—Si hemos de derrotar a un dragón y al nigromante que lo domina, vamos a necesitar mucha gente... ¡Un ejército! No dispongo de oro por adelantado, Thornill, así que habrá de ser gente que confié en ti.

—Sé de dos o tres que se unirían a nosotros sin pensárselo siquiera, pero de ahí a un ejército, mucho me temo que no.

—Bueno, tres son mejor que ninguno. ¿Cuándo crees que podrás hablar con ellos? —Preguntó Aidam.

—Esta misma noche, mañana por la mañana podremos partir. ¿Hacia dónde nos dirigimos exactamente?

—Sé hacia dónde fue ese dragón —Aidam, comentó pensativo —. Además no es la primera vez que he oído hablar de ese nigromante. Vive en el Norte, cerca de las Montañas Negras.

—Hay un largo camino hasta allí, Aidam. No va a ser fácil.

—Eso ya lo sé, amigo mío.

Dos horas antes de que amaneciera, el pequeño, pero cada vez más numeroso grupo abandonó la ciudad de Roca Alta

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Dos horas antes de que amaneciera, el pequeño, pero cada vez más numeroso grupo abandonó la ciudad de Roca Alta.

No había habido incidentes de ningún tipo. Aidam pensaba que no sabían quiénes eramos todavía y que todas las pesquisas de los mercenarios que encontraron el día anterior solo se centraban en Sheila, ahora debidamente transformada por la gracia y arte de Acthea. 

Los tres nuevos componentes del grupo, muy amigos de Thornill, eran, como era lógico suponer, tres enanos: 

Anvrill BearBeard, (Barba de oso) llamado así por la fenomenal pelambrera que cubría su rostro, era un tipo ceñudo y avinagrado; pero muy leal, según nos comentó Thornill.

Blumth GreyForge, (ForjaGris) era mucho más simpático y agradable e hizo buenas migas con Sheila desde el primer instante. Tenía una hija muy parecida a ella, nos comentó. ¡Parecida! Su hija tenía ciento cuatro años, bajita, con largas patillas y rechoncha... ¡Total, muy parecida!

Y por último estaba el más carismático del grupo: Daurthon Birchbranch (Rama de abedul), muy anciano, incluso para los enanos y todo un líder. Era contrabandista y odiaba cualquier tipo de jerarquía. Se decía un enano libre y hacía lo que le daba la gana allí donde fuera. 

Los ocho, cuatro humanos y cuatro enanos, partimos aquella mañana en larga comitiva rumbo al Norte, hacia la ciudad de Olvar, donde, Aidam decía tener algún que otro amigo. Eso era lo que más me preocupaba en estos momentos: Los amigos de Aidam. Él decía que eran personas en las que se podía confiar y yo no lo ponía en duda, pero...

Sabía cuál era la idea de Aidam, conseguir formar un grupo lo más numeroso posible, algo así como un pequeño ejército con el que enfrentarse a las tropas oscuras de Dragnark. Iríamos de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad reclutando compañeros que estuvieran dispuestos a enfrentarse a una muerte casi segura y aquello sí que era un logro.

—¿Quién es nuestro próximo compañero, Aidam? —Le pregunté mientras ponía mi caballo junto al suyo. 

—Te sorprenderá mucho, eso puedo asegurártelo—dijo enigmáticamente.

—¿Más aún que con tu amigo Thornill?

—Mucho más, viejo. Muchísimo más. Espera y verás.

 Espera y verás

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La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora