Capítulo 8 - Un enorme enano

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—Así que tu padre, un nigromante super poderoso quiere verte muerta— espetó Aidam —, y de paso a todos nosotros y el oro

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—Así que tu padre, un nigromante super poderoso quiere verte muerta— espetó Aidam —, y de paso a todos nosotros y el oro... No hay oro, ¿verdad?

—Imagínate las riquezas que poseerá un mago tan poderoso—aventuré yo.

—Creo que prefiero seguir teniendo la cabeza sobre mi cuello. Aquí se acaba nuestra pequeña aventura. Espero que no sigáis con esta locura.

—Yo voy a continuar—dijo Sheila.

—Pues morirás—indicó Aidam.

—Tendría más oportunidades con alguien como tú a mi lado.

Aidam se quedó mirándola fijamente a los ojos. Esos ojos verdes como el agua mansa de una laguna, parpadeando ante el sol que se filtraba entre los árboles y caía sobre ellos. Unos ojos sinceros y llenos de vida. ¿De verdad iba a dejar que esa luz se extinguiera? Era apenas una niña, pero poseía un valor que muy pocas veces había observado en guerreros mucho más curtidos. Tenía algo, no sabía el qué, algo que le obligaba a dudar de todo lo que siempre había considerado correcto. En aquel momento lo más sensato era huir muy lejos. Pero sabía que no podía hacerlo.

Bajó la vista y asintió más para él que para los demás.

—Está bien. Recoged vuestras cosas, nos marchamos ahora mismo. Estos mercenarios solo eran una avanzadilla, el resto vendrá después.

Sheila se acercó hasta él.

—Gracias Aidam, sé que esto es lo correcto.

—Espero que estés en lo cierto, Sheila.

Ella le miró sorprendida, era la primera vez que la llamaba por su nombre.

Recogimos el campamento antes de que cayera la noche. Aidam quería partir cuando el sol se pusiera, pues era más seguro viajar de noche y evitar los caminos.

Al cabo de un par de horas, Aidam nos indicó que nos detuviéramos y nos ocultásemos. Todos permanecimos en silencio y vimos a lo lejos un grupo de unos cinco jinetes que avanzaba por el camino principal en dirección a Roca Alta. 

—Nos estarán esperando cuando lleguemos —susurró Aidam—, seguro que han encontrado los cuerpos de sus compañeros muertos. Pero no creo que sepan aún de nosotros. No sé qué podemos hacer para que no se fijen en ti, Sheila.

—De eso me puedo ocupar yo, Aidam—dijo Acthea—con lo que traigo en mi equipaje puedo dejar a Sheila irreconocible. Déjalo en mis manos.

Un rato después Acthea terminaba de dar los últimos retoques al rostro de la joven. Sheila estaba tan cambiada que no parecía ella misma. Acthea había teñido su pelo con unas bayas azuladas dándole un color azul oscuro. Después había maquillado sus ojos y labios, por lo que parecía una mujer mucho mayor, completamente distinta a la que buscaban los hombres de su padre.

—No te preocupes, Sheila, recuperaras el color natural de tu pelo en unos días, no es permanente—dijo Acthea riendo.

Ella suspiró agradecida por la explicación.

—Creo que servirá —aprobó Aidam, fijándose en la joven con mucha atención, quizá demasiada atención, pensé —. Ahora sigamos, no falta mucho para llegar a Roca Alta.

Antes de que clareara y el sol apareciera por el horizonte, pudimos ver la grandiosa ciudad de Roca Alta. Como su nombre indicaba estaba colgada literalmente de un elevado peñasco que se recortaba contra el cielo de un rosa profundo.

—El nombre le viene que ni pintado —dijo Acthea—. ¿Pero cómo subiremos?

—Nos toca escalar más de mil escalones —informé yo.

—¿Mil...Escalones? —Acthea miró hacia lo alto descompuesta. 

Tardamos más de dos horas en subir los aproximadamente mil escalones que hacía de la ciudad de Roca Alta, una de las más inexpugnables del Reino y precisamente por su privilegiada localización. Llegamos fatigados pero contentos de terminar la ascensión.

Atravesamos las gruesas murallas, protegidas por decenas de guardias, a través de una puerta cubierta de grandes planchas de metal y protegida por una pesada reja de hierro forjado. Nadie nos impidió pasar, ni se fijó en nosotros. Los mercenarios que perseguían a Sheila no aparecieron por ningún lado.

—Entremos en esa taberna: el Gato Rugiente. Conozco a alguien allí que podrá sernos de utilidad —nos comunicó Aidam.

La ciudad no era tal y como la recordaba, habían pasado muchos años desde mi última visita a Roca Alta y todo parecía más...  ¿Cómo decirlo? Más sucio. Sucio y apestoso. Los charcos de algo que no quería ni imaginar qué era, nos hacían mirar dónde poníamos los pies. La taberna «El Gato Rugiente» era aún más apestosa por dentro que por fuera. Oscura y maloliente y atestada de gente de todas razas. Incluso alcancé a ver un elfo oscuro sentado en un rincón en la oscuridad, algo que era especialmente apreciado por esa raza.

—¿Tu amigo es...normal? —Le pregunté a Aidam al ver que se dirigía directamente a donde se encontraba el elfo.

—¿Normal? ¿A qué te refieres con normal? —Preguntó a su vez el guerrero —. Todos mis amigos son normales, aunque un poquito especiales, eso sí. 

Indiqué con un gesto al elfo que nos miraba fijamente, pero Aidam negó con la cabeza. 

—No, no te preocupes, viejo —me dijo —, los elfos oscuros no suelen tener muchos tratos con los humanos. Además, jamás me fiaría de uno de ellos. Son muy traicioneros, lo sé por propia experiencia. Nuestro nuevo amigo es ese de ahí.

Aidam señaló a un hombrecillo que había muy cerca del elfo. Tenía una larga barba cobriza como todos los de su raza, pero era calvo, por lo que siempre se cubría con un capuchón de un color verde tierra. Al verle sentí una inmensa alegría, los enanos eran una de mis razas favoritas. Leales, serviciales y sobre todo infatigables trabajadores. Eran muy confiables y educados...

—¡Hijo de una ramera! ¡Bastardo sin escrúpulos! ¿Te atreves a presentarte aquí después de lo que hiciste?

Todo eso salió de la linda boquita del educado y gentil enano. Estaba visto que Aidam solo se codeaba con lo peorcito de cada raza.

—Mira, Thornill. Ya saldamos esa deuda, yo te salvé la vida en SandRock. ¿Creí que con eso ya bastaba?

—No, la amistad es una cosa y el oro otra muy distinta —dijo el enano muy contrariado—. ¡Quiero mis cien monedas de oro! ¡Ahora mismo!

—Por eso mismo he venido, Thornill. Tengo una empresa entre manos y he pensado en ti, así podré saldar esa deuda... ¡Habrá oro suficiente para retirarnos!

—Te escucharé...Si no me convences, te rebanaré la cabeza con mi hacha. ¿Qué habrá que hacer?

—Nada complicado, Thornill, solo...matar a un dragón.

matar a un dragón

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La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora