Capítulo 2. El prisionero

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—¡No es posible! —Exclamó Lord Reginus cuando Aidam entró en la mazmorra seguido por Sheila y por mí—

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—¡No es posible! —Exclamó Lord Reginus cuando Aidam entró en la mazmorra seguido por Sheila y por mí—. ¡Te vi morir!
—A veces es difícil permanecer muerto —contestó Aidam en voz baja.
Lord Reginus se encontraba en una húmeda y oscura celda, tras unos gruesos barrotes.
—¿Vienes a matarme?
—Quiero que contestéis a unas preguntas. Después seréis ajusticiado.
—¿Y qué te hace pensar que hablaré?
—Lo haréis u os sacaré la información por la fuerza —respondió Aidam.
—No te tengo miedo...
—Pues deberíais.
Aidam hizo intención de tomar las llaves de la celda para abrirla, pero Sheila le detuvo.
—Déjame a mí, Aidam. Hay maneras más sutiles de hacer que hable. No debes mancharte las manos de sangre.
—Eso es algo que no me importa —dijo el guerrero, pero obedeció, dejando que Sheila se situase frente a la celda.
—¿Quién eres tú? ¿La zorra de Aidem?
Sheila se mostró imperturbable.
—Soy tu verdugo —dijo, y a continuación susurró una sola palabra.
Lord Reginus gritó de dolor al ver como sus ropas comenzaban a arder y el fuego devoraba su cuerpo.
—¿Qué has hecho, Sheila? —Grité yo, espantado.
—El fuego no es real —susurró mi hija—. Tan solo es una dolorosa ilusión, pero eso es algo que él no sabe.
—¡Parad! —Aullaba Lord Reginus—. ¡Hablaré, os contaré lo que deseáis saber, pero por favor parad!
Las llamas se extinguieron tan súbitamente como habían surgido. Fue Aidam quien interrogó al prisionero.
—Contadme los planes de Dragnark. ¿Cuándo piensa atacar?
—Mañana al alba... —respondió Lord Reginus sofocado—. Su ejército de muertos y de Dracos atacará por todos los flancos... No tenéis escapatoria.
—¿Y el dragón?
—El dragón no está. Ese monstruo no es sencillo de controlar durante mucho tiempo.
—¿Dragnark sigue en el campamento?
—No. Partió ayer...
—¿Hacia dónde?
—Al oeste, a las tierras yermas del oeste.
—¿Qué busca allí? —Preguntó Sheila en esta ocasión.
—No lo sé... Dragnark no me cuenta todos sus planes...
—¡Mentís! —Dijo Aidem.
—No miento, os lo juro. Dragnark partió sin decir nada a nadie. Tan solo a nosotros, sus generales, nos explicó su destino, aunque no sus motivos.
—¿Qué puede haber en ese lugar que pueda beneficiar a Dragnark? —Preguntó Haskh—. ¿Por qué abandona la batalla cuando todo apunta a que su victoria está tan cercana?
—Nadie conoce nada sobre esas tierras. Nadie que se haya aventurado allí ha regresado nunca— Expliqué—. Es terreno desconocido, aunque corren muchas historias por ahí sobre ese lugar.
—Eso es cierto —reconoció Aidem—. Se cuenta que existen increíbles criaturas que nunca nadie ha visto antes. Paisajes tan asombrosos que sería difícil describirlos y tesoros inimaginables, sin embargo no creo que nada de eso sea verdad. A la gente le gusta contar cuentos sobre todo lo que desconoce.
—Toda leyenda tiene algo de verdad —dije—. Algo importante ha de haber para que mi hermano acuda allí.
—Sea lo que sea que haya ido a buscar, lo encontrará —dijo Lord Reginus, a quien parecían habérsele pasado los temores—. Volverá y cuando lo haga os destruirá a todos.
—Tal vez sea así —opinó Aidam—. Claro que vos no viviréis para verlo. Mañana moriréis y nada podrá impedirlo.
—Ahora dormid —dijo Sheila y pronunció otra palabra. Lord Reginus se desmoronó como a una marioneta a la que hubieran cortado sus hilos.

...

Nada más abandonar las celdas volvimos junto al rey Durham para contarle lo que Lord Reginus nos había revelado. Él se mostró preocupado ante la gravedad de las noticias.
—No aguantaremos mucho —reconoció—. Nuestras fuerzas son muy escasas y no podremos repeler su ataque. La mayoría de los hombres que nos quedan son campesinos y artesanos sin formación militar, sin contar a los ancianos, las mujeres y los niños. El grueso de nuestro ejército murió bajo el ataque del dragón y tan solo disponemos de dos legiones.
—Seis mil hombres son pocos para defender una ciudad tan grande como esta —fue la opinión de Aidam—. Aunque no todo está perdido.
—Si contásemos con un dragón, como aquel que vino contigo, Sheila, tal vez todo sería distinto —dijo el rey.
Shephiro había regresado al Reino de los Dragones cuando dejó a Sheila en la ciudad de Khorassym. Sheila no quiso retenerlo contra su voluntad, sobre todo al saber que Shephiro no deseaba participar en la batalla que se avecinaba.
—No hará falta ningún dragón —contestó Sheila—. Me tenéis a mí.
¿Cuánto ha cambiado? Me dije al escucharla. Aquella niña asustada a la que recogí de entre las ruinas humeantes de su destruido hogar ya no estaba. La nueva Sheila era infinitamente más sabia y poderosa. Tanto que creí no reconocerla.
—¿Podrás tú sola contra el enemigo? —Preguntó el rey Durham algo escéptico.
—Soy Khalassa. Es mi obligación hacerlo. Viva o muera, destruiré el mal.
No tuvo que decir más. Todos la creímos.

...

La oscuridad cayó paulatinamente, envolviendo nuestro mundo en sombras. La tensión y los nervios hicieron mella en los ciudadanos de Khorassym cuando vieron a nuestro ejército movilizarse y tomar posiciones en las almenas de la ciudad. Todo el mundo intuyó que algo estaba por ocurrir. La conclusión a la que llegaron fue que el enemigo iba a atacar.
Aidam no se separó de Sheila. Mi hija ocupó las altas almenas de la torre norte desde donde podía verse el campamento enemigo y donde la agitación era intensa. Filas inmensas de muertos vivientes nos rodeaban hasta donde se perdía la vista, avanzando en nuestra dirección. El sonido del hierro y del acero y el olor de la putrefacción de los cuerpos corrompidos nos invadió, creando un aura maligna en torno nuestro.
—¿Cómo podemos matar a un enemigo que ya está muerto? —Preguntó Haskh.
—Con magia —contestó Sheila con tranquilidad—. Han sido creados con magia y solo con magia pueden ser destruidos. Mi padre y yo nos encargaremos de ellos, aunque nos vendría bien la ayuda de otros magos.
—Avisaré al maestro Igneus y a varios de sus mejores discípulos —dijo el rey Durham—. Pelearán a vuestro lado. Vos solo indicadles qué conjuros deben usar.
Sheila asintió complacida.
—Mientras tanto que vuestros arqueros dispongan de flechas incendiarias, el fuego no acabará con ellos, pero les ralentizará.
—Así se hará. ¿Tenéis alguna sugerencia más?
—No, Majestad. Solo os pediría que os dirigierais a vuestro pueblo para infundirles ánimos. Los muertos vivientes serán fáciles de detener, los Dracos no lo serán tanto y ahí es donde se decidirá la victoria o la derrota.
—Hablaré con el pueblo —respondió sumiso el rey—. Creo que sin vuestra ayuda esa victoria no sería posible. Sois una gran líder, Sheila.
Sheila asintió sin demostrar orgullo ni ostentación por las palabras del rey.
—Vos, Majestad, sois su líder. Yo estoy bajo vuestras órdenes. La gloria será vuestra.
El rey Durham sonrió.
—Aunque así sea, nunca olvidaré quien procuró que hallemos esa victoria.
—Aún no hemos ganado —rezongó Aidam, harto de tanta palabrería—. Deberíamos ajusticiar a nuestros prisioneros antes de que comience la batalla, quizá después no tengamos oportunidad de hacerlo, además, eso sí que hará subir la moral del pueblo.
—Tenéis razón, Lord Aidem —reconoció el rey—. Daré orden de que su ajusticiamiento se haga de inmediato. Esos villanos no se librarán en caso de que el ejército enemigo llegue a derrotarnos y tomen la ciudad.
—Me encargaré personalmente de que así se haga, Majestad, con vuestro permiso. Se hará rápido, muy rápido.
Aidam nunca olvidaría, pensé. Ninguno de nosotros podría hacerlo nunca.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora