Sargon
Renegando como un poseso, pero sin duda complacido, Aidam acudió hasta la antigua hacienda de su padre, decidido a reclamar lo que era suyo. Acthea decidió acompañarle y los enanos también, yo me abstuve. Mi compromiso era con el maestro Igneus. Había quedado en acudir a sus aposentos en palacio para tratar de encontrar una forma con la que comunicarme con Sheila. Me recibió encantado, como la vez anterior y me dijo que lo tenía todo dispuesto.
—Conozco un hechizo muy poco corriente que tal vez de resultado —dijo—. Nunca antes lo he probado, por lo que no sé si realmente funcionará. No os hagáis muchas ilusiones.
—Hemos de intentarlo, maestro Igneus. Confío en vuestra sabiduría.
Igneus asintió complacido.
—Para llevarlo a cabo necesitaré un objeto que haya pertenecido a esa joven. ¿Tenéis algo así?
Dudé. Estaba a punto de decir que no, cuando recordé algo.
—Tengo esto —dije, mostrando un objeto que había guardado sin razón alguna. Se trataba de un pequeño colgante con la forma de una estrella de cinco puntas. El mismo objeto que Sheila llevaba colgado de su cuello cuando ella me conoció. Un represor de magia que anulaba todos sus poderes y que yo fabriqué para ella por encargo de su madre.
—¿Era de esa joven? Entonces servirá —asintió Igneus—. Ahora dejadme un momento. He de concentrarme.
Igneus comenzó a recitar un encantamiento en voz baja y su ceño se frunció debido a la concentración que requería el ensalmo. Sus palabras subían y bajaban de tono según lo requería el hechizo, mientras agitaba sus manos como si pretendiese capturar mariposas.
Al terminar Igneus tomó un balde de agua y vertió su contenido en una copa de metal, después introdujo el objeto que yo le había entregado en dicha copa y este comenzó a brillar como si estuviera incandescente.
—Bebed —me dijo, entregándome la copa. Yo apuré su contenido de un trago y aguardé—. Concentraos en vuestra hija, Sargon. Dentro de poco ella podrá escuchar vuestros pensamientos.
Esperé unos segundos y entonces me pareció escuchar una voz muy lejana.
—Hablad con ella —dijo Igneus—. No sé lo que durará este hechizo.
«Sheila», pronuncié su nombre en mi pensamiento. «¿Puedes oírme?».
«¿Padre? ¿Eres tú?», contestó asombrada. «¿Cómo...?».
«No hay tiempo de explicaciones, Sheila. Me alegro de que estés bien. Te echamos mucho de menos, pero de momento va a ser imposible ir a rescatarte. Tienes que ser fuerte».
«No hace falta que vengáis a rescatarme. Conseguí huir». Noté orgullo en su voz. «Estoy con Haskh. Iremos a buscaros. ¿Dónde estáis?».
«Estamos en Khorassym. La capital del reino. ¿Podrás venir?».
«Si todo sale como lo tengo planeado, lo haré». Dijo Sheila y me pregunté a qué se refería. «Nos veremos pronto, padre».
«Te esperamos».
La comunicación se cortó y su voz pareció perderse en la lejanía, pero estaba satisfecho. Sheila se encontraba bien, había conseguido escapar del castillo donde mi hermano la retenía y estaba en compañía de Haskh. Eran muy buenas noticias y estaba deseando contárselo a mis compañeros.
—Me alegro de que hayáis podido hablar con vuestra hija —dijo Igneus.
—Os doy las gracias por haberlo hecho posible —contesté—. Nunca antes había oído hablar de un hechizo como este. ¿Cómo lo aprendisteis?
—Pertenece a la magia prohibida de los dragones —dijo el archimago.
—¿Creía que esa magia se perdió con la aniquilación de los dragones?
—No todo se perdió. Aún quedan vestigios de aquella época. Yo conseguí recolectar algunos de sus hechizos. Todos ellos muy poderosos.
—¿Y no habrá alguno que pueda derrotar a un nigromante? —Bromeé.
—Sí lo hubiera ya lo habría puesto en conocimiento del rey.
—Lo imagino. La guerra será inevitable, ¿verdad?
—Mucho me temo que sí —contestó Igneus—. Dragnark no cederá. Le conozco bien. ¿Sabíais que yo fui su maestro cuando se presentó en las torres arcanas para pasar su prueba? Ya entonces me di cuenta de su excepcional poder. Claro que por aquel entonces aún usaba su verdadero nombre: Ashmon y estaba entregado a hacer el bien.
—No lo sabía. Mi hermano y yo no congeniábamos mucho. Ashmon siempre fue muy reservado. Fue una desgracia que cayese en el lado oscuro y destrozase su vida y la de su familia. Todo fue a raíz de aquella gema que encontró. Fue entonces cuando cambió.
—Esas gemas parecen estar ligadas a vuestro linaje. Vuestro hermano encontró una, vos también y vuestra hija lo mismo.
—Nunca había pensado en ello —dije, aunque me hizo recapacitar. Si era así, había algo que se nos escapaba.
—Quizá solo se trate de una coincidencia después de todo —dije.
—Es posible —asintió Igneus—. ¿Necesitáis algo más de mí?
—Pues sí, me gustaría pediros un último favor....
Aidam y el resto del grupo regresaron al atardecer. Todos se hallaban muy excitados, pero el que más era el guerrero. Llegó vistiendo una elegante casaca oscura, ribeteada en sus costuras con hilo de plata, altas botas de cuero y una cinta de terciopelo sujetando sus revoltosos cabellos. Hacía gala de su apellido y parecía muy cómodo con ello. Acthea también llevaba puesto un vestido de color púrpura que en nada se parecía a los que solía llevar a diario. El vuelo de su falda producía un vago rumor al caminar cuando lo rozaban sus zapatos de tacón alto. Llevaba recogido su cabello oscuro bajo un vistoso sombrero adornado con plumas de faisán. También los enanos lucían prendas nuevas. Sus casacas de seda y las polainas y sus cabellos y barbas cortados con el esmero que solo podía conseguir un diestro peluquero, me sorprendieron.
—Venimos de compras —dijo Acthea con una deslumbrante sonrisa.
—Maese Aidem ha corrido con todos los gastos —advirtió Amvrill, mientras sus compañeros enanos asentían con esmero.
—Parece que todo marcha sobre ruedas, ¿verdad, Aidam? —Le pregunté. Esperaba ese momento para exponerles las buenas nuevas sobre Sheila.
—¿Hablaste con ella? —Me preguntó Aidam excitado. Había adivinado mis pensamientos.
—Tanto como hablar, no sé; pero sí que pude comunicarme con ella. Se encuentra bien. Logró huir del cautiverio de mi hermano y encontró a Haskh por el camino. Piensan venir hasta aquí.
—¡Eso es fantástico! —Exclamó Aidam—. ¿Qué diablos hace Haskh tan lejos de su pueblo? Según nos dijo, tenía que visitar a un viejo amigo.
—Eso no lo sé, Aidam; pero me alegro de que esté con Sheila. Él sabrá protegerla.
—Por lo que parece ella sabe cuidarse solita —dijo Acthea.
—Sí, así es. Escapar del castillo de mi hermano no debió de ser fácil.
—Es una joven muy especial —afirmó Thornill.
Aidam, tan contento que no podía esconderlo, asintió con vehemencia.
—Es mucho más que eso, es increíble, luchadora, inteligente... Bonita.
Observé como el rostro de Acthea se entristecía. Como si hubiera despertado de un sueño agradable para encontrarse con la triste realidad. Entre ella y Aidam no había ocurrido nada aún, pero la joven parecía albergar la esperanza de que eso cambiase algún día. Después de oír a Aidam todos sus sueños se vinieron abajo.
—Estoy deseando volver a verla —continuó hablando Aidam—. Va a tener un montón de historias increíbles que contarnos. ¿Dijo dónde se encontraban?
—No, no lo dijo —contesté—. No tuve oportunidad de preguntárselo.
—Llegará pronto, amigo mío —dijo Thornill—. Volveremos a estar juntos otra vez y entre todos derrotaremos a ese nigromante. Daurthon al fin será vengado.
—Así será —contestó el guerrero—. Yo mismo hundiré el filo de mi espada en su gaznate y veré como la vida escapa de su cuerpo. Lo juro.
Acthea que se había retirado a un rincón, salió de la habitación y la vi alejarse de la posada. Aidam no se percató de ello.
—Deberíamos brindar —propuso Blumth.
—¡Buena idea! —afirmó Aidam—. Pero esta vez no beberemos esa bazofia de aguardiente enanil. He traído unas botellas de vino de mi hacienda que parecían aguardar a que alguien diese buena cuenta de ellas. Brindaremos por Sheila.
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La joya del dragón. (Terminada).
FantasíaSheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser. Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...