Sheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser.
Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...
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PiedraPlata era un pueblo minero tal y como su nombre indicaba y de esas minas se extraía la más fina plata de todo el reino. Mucha gente vivía allí, por lo que podría decirse que casi era más una ciudad que un pueblo; una ciudad pequeña, eso sí. Los enanos abundaban, eran sin duda los más numerosos, los mejores mineros sin duda y una de las razas más longevas. Vivían formando apretados clanes con multitud de miembros, todos ellos emparejados entre sí: Primos y tíos, nietos y biznietos, todos formando parte de una gran familia y todos tan parecidos entre sí que costaba trabajo diferenciar a los varones de las mujeres. También podía encontrarse uno con otras muchas otras razas en PiedraPlata: Humanos, muy numerosos; elfos, estos muy escasos porque siempre es difícil ver a un elfo si él no quería ser visto y una larga variedad de seres de razas que ni siquiera conoceríais si os las describiera.
Advertí como la joven Sheila, montada en el caballo tras de mí, lo observaba todo con cierta curiosidad.
—¿Nunca habías estado en PiedraPlata? —Le pregunté.
—Nunca he estado en ninguna parte —dijo ella, despertando de su ensimismamiento—, aparte de la aldea donde nací y el bosque que la rodea. Solo en una ocasión viajé muy lejos y era muy pequeña y apenas me acuerdo...Tengo hambre, ¿podríamos comer algo?
—Eso mismo estaba pensando yo. Dejaremos a «Pocacosa» en ese establo e iremos a aquella taberna de allí—le dije señalando una cabaña sucia y oscura.
—¿Llamas «Pocacosa» a tu caballo?
—Sí, ¿Por qué? ¿Acaso tú le llamarías de otro modo? Míralo, es tan poca cosa.
—Es un noble animal, creo que se merece un nombre más apropiado.
—Ya, ¿Cómo cuál? ¿Negrito, Betún... Caballete? —Reí mi propio chiste, pero a ella no pareció hacerle gracia.
—¿Por qué no Sombra? Es negro como una sombra.
—Más bien es sucio como el carbón. Bueno, dejémoslo, en realidad a él no le importa cómo le llamemos, solo le interesa el heno que pueda tragar por esa gran bocaza que tiene. A veces es una ruina, te lo puedo asegurar.
Desmontamos de...del caballo y lo dejamos en el establo, después nos dirigimos hacia la taberna. A veces los nombres son tan surrealistas que dan ganas de reír. Llamar taberna a aquel montón de paredes torcidas, ennegrecidas por el polvo de plomo de las minas y de techos desvencijados donde crecían los hierbajos era como llamar rocín a mi caballo.
La oscuridad allí reinante unida al humo de la chimenea y al del tabaco hacían casi insoportable respirar. Por suerte yo estaba acostumbrado a sitios mucho peores, pero mi joven acompañante notó la asfixia en cuanto posó sus flacuchas piernas allí dentro.
La hice sentarse junto a una mesa y llamé al tabernero para que nos trajera algo de comer y una gran jarra de hidromiel. Eso le haría bien a Sheila, quien aún estaba en shock. No solo había acudido a esa posada en busca de alimento, sino también para algo más.