Capítulo 36. Sabotaje

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Sargon

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Sargon

El estado de agitación de la población llegó al límite cuando por el horizonte, aún de noche, apareció la primera avanzadilla del ejército enemigo. Los esperábamos, pero no tan pronto. Todos los soldados se aprestaron a acudir a sus puestos. Los arqueros colocaron pilas de flechas junto a sus posiciones, atentos a cualquier orden. Mientras que el resto de nuestro ejército, la caballería y la infantería formaban en el patio, junto a la puerta norte de la ciudad. Lord Reginus estaba al mando, montado sobre un bello corcel zaino y ataviado con su deslumbrante armadura plateada que arañaba destellos al sol naciente que surgía tras el horizonte.
Aidam, situado en una de las torres junto a la muralla, observaba las maniobras de nuestro ejército, mientras se aprestaban para cargar contra el enemigo. Su silueta, recortada contra la luz del sol, su cabello suelto, agitado por una suave brisa y su rostro serio, me hizo sentir una enorme admiración por él. Era una suerte ser su amigo, pensé. Una verdadera suerte.
—¿Qué te inquieta? —Le pregunté. Estaba rodeado por su nuevo grupo de guardaespaldas que no se apartaba ni un momento de él.
—¿Eh?... —Aidam se giró hacia mí al reconocerme—. No sucede nada, viejo amigo.
—Eso no es verdad —dije—. Algo temes, o no te hubieras rodeado de toda esta gente.
—No me siento seguro entre estos muros, eso es todo.
—No confías en Lord Reginus, ¿verdad? —Pregunté, tratando de sonsacarle la verdad.
—Él hará su trabajo y yo el mío, aunque si he de serte sincero, no me fio de él.
—Tus hombres te protegerán si intenta algo. Yo también estaré atento a lo que pueda suceder en la confusión de la batalla.
—No le tengo miedo, Sargon...
—Lo sé —dije—. Y no es eso lo que estoy insinuando.
—Ya. Temes que aproveche el caos de la batalla para intentar vengarse, ¿no es así?
—Eso es exactamente lo que temo.
—Pues no debes preocuparte —explicó Aidam—. Le tengo vigilado.
—Seguro que esa joven se encarga de ello —sonreí—. ¿Cómo se llamaba?
—Anae.
—Sí, eso, Anae. Una joven preciosa y también muy espabilada. Para lo joven que es ha debido de tener muchas experiencias, algunas más gratas que otras.
—A veces la vida no es fácil —dijo Aidam.
—No, casi nunca lo es. No creas que estoy criticándola, ni nada parecido. Es adulta y puede hacer con su vida lo que quiera, pero claro, siempre que respete a los demás.
—Entre ella y yo no ha habido nada, Sargon.
—Eso tampoco es de mi incumbencia —me excusé.
—No, no lo es, solo quería dejar las cosas claras. Respondiendo a tu pregunta, sí, ella es la encargada de vigilar a Lord Reginus. Cualquier cosa que planee lo sabré al instante. Por ese lado estoy a cubierto. Lo que temo es que pueda haber algún otro general que trabaje para Dragnark. Ya sabes que tuvimos tres deserciones. Quién sabe cuántos otros habrán cambiado de bando.
—De eso, amigo mío, nos enteraremos muy pronto —aclaré—. La guerra está a punto de comenzar y cada cual tomará un bando u otro.
—Sí, empezará de un momento a otro. Lord Reginus parece confiar en su estrategia, pero yo no lo tengo tan claro. Me da miedo que caigan en una emboscada.
—Mi hermano es un gran estratega —aseguré—. De joven le encantaba jugar al ajedrez y se le daba muy bien. Tendrá pensada su estrategia de antemano y estoy seguro de que nos sorprenderá. Quizá deberíamos convencer a Lord Reginus de tener paciencia.
—¿Crees que nos haría caso? —Preguntó Aidam, meneando la cabeza—. Nadie podría convencerle. No nos escucharía.
—Eso es cierto. Si, tal como piensas, él y sus hombres se dirigen a una emboscada, sufrirán muchas bajas. ¿En qué posición nos dejaría eso?
—Será muy difícil defender la ciudad si la caballería y la infantería caen. El rey lo sabe. Yo se lo expliqué, pero no quiso oírme. Él cree que cada cual debe enfrentarse a su destino. No está por la labor de arrebatarle a su mejor general sus sueños de grandeza. Por otra parte, puede que yo esté equivocado y que Lord Reginus obtenga una merecida victoria. ¿Cómo puedo estar seguro?
—Debemos confiar en nuestro instinto, Aidam —dije.
—Pues mi instinto me dice que debemos ir preparándonos para un asedio —concluyó Aidam.
Le dejé absorto en sus pensamientos, cuando me crucé con Acthea y con Thornill, Amvrill y Blumt. Los cuatro parecían estar buscándome.
—Menos mal que te encuentro, Sargon —dijo Acthea—. He de contarte algo muy importante.
—¿Qué sucede? —Pregunté. Nunca antes había visto a Acthea tan alterada.
—Sé trata de nuestros suministros —dijo Thornill, adelantándose.
—Alguien los ha saboteado —explicó Amvrill.
—¿Cómo? —No daba crédito a lo que oía.
—Encontramos la puerta del almacén principal abierta, allí es donde se guarda la comida y los barriles de agua y eso nos extrañó —dijo Acthea—. No había nadie vigilando, cosa que nos extrañó aún más y decidimos entrar a investigar. Encontramos a los guardias dentro. Estaban muertos y...
—Y la mayor parte de la comida había desaparecido, Sargon —continuó explicando Thornill— y todos los barriles de agua estaban destrozados a hachazos.
—Alguien nos ha traicionado —terminó Blumth.
—¿Le habéis contado a alguien todo esto? —Pregunté.
—No. Tú eres el primero en saberlo —dijo Acthea—. Sé que Aidam debe saberlo y también los demás, pero no creí que fuese el momento oportuno.
—Has hecho bien, Acthea —asentí—. El enemigo está a las puertas de la ciudad y una noticia así no haría más que enturbiar nuestros ánimos. Debemos mantenerlo en secreto tanto como sea posible. ¿Encontrasteis alguna pista de quién puede habernos traicionado?
—En realidad, sí —dijo Thornill—. Encontramos esto.
El enano me mostró una pequeña daga de factura élfica que no reconocí. Luego me di cuenta de que era una de las armas que solía llevar Aidam.
—Pero eso no es posible —dije.
—No, claro que no lo es —reconoció Acthea—. Alguien trata de tenderle una trampa a Aidam.
—Y ese alguien no puede ser otro que Lord Reginus —dije—. Era de esperar que intentase algo vil y rastrero, tal y como él es. Pero esto no quedará así.
—¿Qué crees que podemos hacer? —Preguntó Acthea—. ¿Quién va a creernos?
—Sé de alguien que lo hará. El propio Lord Reginus —dije—. Creo que debo tener una charla con él.
—Eso es muy peligroso, Sargon —dijo Thornill—. Lord Reginus no es alguien a quien se pueda acusar en vano. Cuenta con la amistad del rey y de la mayor parte de los generales.
—Sospecharían antes de Aidam que de él. Aidam no es más que un recién llegado —puntualizó Amvrill.
—¿Quién dice que voy a acusarle de nada? —Respondí—. Le haré partícipe de lo ocurrido y observaré su reacción. Así sabré si ha sido él.
—¿Quién más pudo haber sido? —Preguntó Acthea.
—Fue él, estoy seguro —dije—. Pero nunca lo reconocerá a menos que le tienda una trampa y caiga en ella. Dejadlo en mis manos. Pronto aclararé las cosas.
Eso era lo que pensaba, pero los acontecimientos se desbocaron de tal forma que todo se volvió un auténtico caos.
Lord Reginus no esperó las órdenes de su rey. Mandó abrir las puertas de la ciudad y condujo a su ejército a lo que él consideraba una rápida victoria.
Las tropas respondieron con un grito de júbilo cuando por fin las rejas de la puerta norte de la ciudad se izaron con un chirrido. El clamor fue tal que el trote de los caballos y el ruido de armas, armaduras y escudos quedó amortiguado. Con paso firme tres legiones formadas por unos veinte mil hombres se pusieron en marcha, haciendo retumbar el suelo con sus fuertes pisadas. Su objetivo se encontraba a algo menos de una legua. Un enemigo formado por muertos vivientes y seres de apariencia reptilesca, armados con picas y oxidadas hachas, con temibles mazas y largas espadas curvas. Una avanzadilla compuesta por unos cinco mil adversarios, todos ellos deseosos de desgarrar la carne humana y de saborear su sangre.
—Eso ha sido una imprudencia —murmuró Aidam y llegué oírle desde donde me encontraba, justo donde momentos antes se hallaba Lord Reginus.
Una vez que el ejército hubo abandonado la ciudad las rejas volvieron a bajar sellando la puerta. Junto a mí, en el solitario patio, solo quedaban las huellas de innumerables pisadas sobre la arena y una polvorienta neblina. Lord Reginus había partido para encontrarse con su destino. Fuera el que fuera.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora