Sargon
Aidam nos había entregado unos viejos capotes para que nos cubriéramos con ellos. Su idea era aprovechar que el joven Lord Richmon acudía para recuperar los cuerpos de nuestros generales asesinados y así pasar desapercibidos uniéndonos a su grupo. Una vez hubiéramos cruzado las filas del enemigo buscaríamos la oportunidad de enfrentarnos a Dragnark.
La idea era buena, pero nada salió como teníamos pensado.
Cuando llegamos junto al campo de batalla el enemigo nos interceptó. Era un pequeño grupo formado por una treintena de soldados, todos ellos humanos. Al mando del pelotón se hallaba uno de los generales desertores, el traidor Lord Banner.
—Os pedimos el cese de vuestras hostilidades para poder recuperar los cuerpos de nuestros generales muertos y poder enterrarlos como es debido—pidió Lord Richmon—. Traigo carros y hombres suficientes para tal menester.
Lord Banner se adelantó unos pasos y observó al joven.
—Vos sois Lord Richmon, ¿no es así? Os reconozco. No pensé que acudierais vos, todo un Lord, para un asunto tan trivial.
—Así es general. Fue decisión mía. Yo me ofrecí voluntario. Nuestros generales merecen ser enterrados.
—Algo encomiable por vuestra parte. Tenéis mi consentimiento, Lord Richmon. Os doy de plazo hasta el mediodía, después asaltaremos la ciudad. Esta noche no quedará nadie para enterraros a vos.
Aidam permanecía atento a la conversación, pero en silencio. Algo tramaba, de eso estaba seguro, sin embargo no dejaba traslucir sus pensamientos.
—No os molestéis en buscar a Lord Reginus. No lo hallaréis entre los muertos —continuó diciendo Lord Banner.
—¿Acaso sigue con vida? —Preguntó el joven soldado—. ¿Es vuestro prisionero?
—No soy su prisionero —tronó una voz que reconocí al momento. Era el mismísimo Lord Reginus quien hablaba. El anciano general se presentó ante nosotros altanero. No parecía haber sufrido ninguna herida—. El rey Durham no tiene opción alguna de ganar esta guerra. Deberíais hacer como yo, joven y optar por el bando ganador.
Vi como Aidam apretaba los puños con fuerza, encolerizado.
—No sois más que un traidor —dijo sin poderlo remediar.
Lord Reginus se volvió al escuchar la acusación y reconoció a Aidam al momento.
—¿Cómo te atreves a acusarme? Tú, un vulgar asesino y un mentiroso.
Aidam desenvainó su espada con tal velocidad que nadie pudo impedírselo. Un instante después arremetía contra su antiguo mentor.
—¡Moriréis por vuestra traición! —Gritó.
Lord Reginus había conseguido sacar su espada también y detuvo el ataque de Aidam. Los filos lanzaron chispas al entrecruzarse.
El resto de nuestro grupo cargó también contra el enemigo. Eran mucho más numerosos que nosotros, pero eso no pareció importarles.
Yo me liberé del viejo capote y me apresté para lanzar un hechizo, cuando vi como Acthea se enfrentaba contra el general Banner y este lograba derribarla. Acthea se encontraba indefensa rodeada por varios soldados más, mientras trataba por todos los medios de incorporarse. Justo cuando una lanza estaba a punto de atravesarla, un hacha se cruzó en su trayectoria desviando el arma. El grito de guerra de los enanos resonó triunfal cuando se unían a la batalla.
Dharik disparaba su ballesta una y otra vez derribando al enemigo. Los gemelos Rolyn y Cash combatían juntos, dejando un buen número de cadáveres tras ellos y Juroh aplastaba el cráneo de un soldado armado con una pesada maza. Todo el mundo peleaba por sus vidas enfrentándose a la muerte con valor y esta, no tardó en llegar.
Una lanza atravesó la garganta de Cash, mientras su hermano caía al suelo herido por varias estocadas. Juroh también recibía una herida en su pierna, haciéndole caer de rodillas donde fue rematado por cuatro adversarios y también vi caer a Dharik, mientras seguía luchando enconadamente hasta el final. Tanto Lord Richmon como sus hombres fueron abatidos, tras presentar batalla. Ninguno de ellos sobrevivió.
Yo había acabado con la vida de un buen número de soldados haciendo uso de mis hechizos, pero también la suerte se acabó para mí. Un golpe muy fuerte en la cabeza me hizo caer al suelo y desde allí pude ver como Acthea se retiraba, junto con los enanos al verse superados en número. Amvrill, sangraba por su brazo derecho y Blumth tenía una fea herida en su rostro. La joven y los enanos no pudieron seguir huyendo al verse rodeados por numerosos enemigos que les obligaron a soltar sus armas.
El único que continuaba peleando era Aidam. Su coraje no parecía agotarse, mientras hacía retroceder a su oponente que también había resultado herido en el hombro. Las fuerzas del anciano general escaseaban y de una potente estocada, Aidam lo desarmó. Aidam levantó su espada para terminar con la vida de Lord Reginus, cuando doce hombres lo rodearon. Todos iban armados de largas y afiladas picas y fueron estrechando el círculo hasta que el guerrero apenas pudo moverse. Lord Reginus sonrió al descubrir que había salvado la vida de milagro.
—Arroja tu espada —dijo Lord Reginus, recogiendo la suya del suelo—. Hazlo, o morirás.
Aidam se negó a obedecer.
—Eres un joven testarudo, pero no deseo que mueras. No de esta forma. Obedece.
Aidam volteó su espada golpeando las picas. No estaba dispuesto a rendirse.
—¡Matadme ya! —Gritó Aidam—. Hacedlo o yo os mataré a vos.
—Como quieras —dijo Lord Reginus. Entre las picas se abrió un hueco y Lord Reginus atacó. Su espada atravesó el pecho de Aidam que cayó de rodillas al suelo sin soltar un gemido.
Oí gritar a Acthea. Un grito desgarrador. Vi los rostros de estupefacción de los enanos al ver caer a nuestro amigo. Descubrí mi propia desesperación al ver como la espada del anciano general atravesaba limpiamente el pecho de Aidam, que aún miraba con orgullo a los ojos de su asesino. Lord Reginus hacía girar su espada aún dentro del pecho del joven y vi como Aidam apretaba los dientes para no gritar de dolor. Después la sacó muy despacio y la sangre se desbordó por la terrible herida.
—No era esto lo que quería —se disculpó Lord Reginus—. Te hubiera deseado una muerte más lenta y mucho menos honorable, sin embargo ya está hecho.
Aidam se derrumbó, soltando al fin su espada.
—Llevaos su cuerpo. Se lo entregaremos a Dragnark como trofeo.
Acthea logró desembarazarse de los soldados que la retenían y se arrojó sobre el cuerpo de Aidam.
—¡No os lo llevaréis. Antes tendréis que matarme a mí también, —Les gritó.
Thornill, Blumth y Amvrill corrieron a su lado, desarmados y llorosos y se abrazaron a la joven.
Lord Banner interrogó con la mirada a Lord Reginus, esperando sus órdenes. Los arqueros ya tensaban sus arcos.
—Dejadles —dijo al fin—. Que lo lleven a la ciudad, así el rey podrá imaginar lo que le espera. Su derrota será la de él.
Los soldados se retiraron dejándonos abatidos en el yermo campo de batalla. Sangrando por la cabeza y tremendamente mareado conseguí arrastrarme hasta donde yacía el cuerpo de Aidam. Acthea le acunaba entre sus brazos con la mirada pérdida en el horizonte. Cuando llegué a su lado apenas me reconoció.
—Aidam... Está... Está herido... —balbuceó la joven. Sus ojos arrasados por las lágrimas y su mente confundida—. Debes hacer que despierte, Sargon...
—Se ha ido, Acthea —murmuré. El rostro de Aidam estaba en paz, a pesar de haber muerto de aquella forma tan cruel—. Llevaremos su cuerpo a palacio.
—Él sentía algo por mí, Sargon —susurró la joven. Yo tan solo asentí, sin revelar mis pensamientos.
—Lo sé —dije un momento después—. Lo sé...
—No he podido despedirme de él, Sargon. Aidam se ha ido y no pude decirle cuánto le quería...
Las lágrimas asomaron a mis ojos y entonces no pude retenerlas más.
Thornill se había puesto en pie y observaba el brillante cielo sin pestañear. Seguí su mirada y lo que vi me sobrecogió. La sombra gigantesca de un dragón volaba en nuestra dirección. Aquello significaba el fin de todas nuestras esperanzas. Dragnark llegaba para acabar con todos nosotros.
ESTÁS LEYENDO
La joya del dragón. (Terminada).
FantasiSheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser. Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...