Capítulo 8. Las tierras baldías del oeste

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El portal se había cerrado tras nosotros, dejándonos en medio de un umbrío y húmedo bosque

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El portal se había cerrado tras nosotros, dejándonos en medio de un umbrío y húmedo bosque. Los árboles, pinos y abetos en su mayor parte, nos rodeaban por todas partes como una maraña impenetrable.
Sheila aún dormía, agotada tras el esfuerzo que requirió el hechizo para abrir el portal. Aidam velaba su sueño sentado junto a ella, mientras que Haskh y los enanos, acompañados por Milay y por Darik, habían marchado a explorar los alrededores. Yo aguardaba junto a Aidam, esperando a que Sheila despertase, con la esperanza de que fuese ella misma y no ese ser oscuro que la había poseído con anterioridad.
—Sheila es fuerte —dijo Aidam—. Estoy seguro de que podrá vencer su lado oscuro.
—Yo no estoy tan seguro —contesté—. A mí me sucedió algo parecido y no fui capaz de controlarme.
—Nunca me has contado qué sucedió en aquella ocasión.
—En realidad muy pocas personas lo saben. Fui débil, Aidam, y mucha gente buena pagó por mi debilidad.
—Pero al final lograste vencer, ¿no es así?
—Sí —asentí—. Aunque el coste fue terrible. La aldea donde vivía quedó arrasada. Mi ira fue tal que nunca pudieron enterrarse los cuerpos de todos esos desgraciados. Doscientos hombres, mujeres y niños, Aidam, muertos por mi egoísmo y por la maldad que hay en mi interior.
—Según dijiste, fue esa joya la que te indujo a hacerlo, ¿no fue así?
—Eso es lo que yo me dije a mi mismo para no aborrecerme cuando me contemplo en un espejo, pero sé que fui yo el culpable. Esas gemas solo amplifican lo que se esconde en el interior de uno mismo. Si en tu interior hay maldad, entonces serás mucho más malvado.
—¿Crees tú que Sheila es malvada entonces?
—Hasta hace muy poco hubiera jurado que no, pero en vista de lo sucedido ya no sé qué pensar.
—Amo a Sheila, Sargon —reconoció Aidam—. Creo que ya te habrás dado cuenta, ¿verdad?
—Sí —asentí.
—Mi amor por ella es sincero. No sé trata de un capricho, ni de una fantasía romántica. Por eso mismo te juro que la protegeré con todas mis fuerzas pase lo que pase. La protegeré incluso de si misma si es necesario.
—Sé que lo harás, Aidam. Confío en ti.
Nuestra conversación fue interrumpida por la llegada de nuestros compañeros. Milay había regresado junto a Thornill, Amvrill y Blumth. Haskh y Dharik habían decidido continuar la exploración.
—No haber más que bosque en kilómetros —explicó Milay—. Pero nosotros ver algo en la lejanía. Ser una construcción. Haskh y Dharik ir a ver. Volver pronto.
—Gracias, Milay —dije—. Deberías descansar un poco.
—Ser buena idea —contestó la joven sígilo.
La vi echarse sobre la hierba y hacerse un ovillo para conservar su calor. La noche era fresca, aunque no fría y el día prometía ser caluroso.
El bosque recobró la calma cuando nuestros compañeros se durmieron y los sonidos nocturnos se dejaron escuchar de nuevo. Capté el ululato de un búho en lo más profundo del bosque, el crujido de una ramita muy cerca de donde nos encontrábamos y las ligeras pisadas de algún roedor buscando su alimento en la noche. También podía escucharse al viento gemir entre las copas de los pinos y el gruñido de algún animal de mayor tamaño no muy lejos de nosotros.
—Es un oso —explicó Aidam, que aún permanecía despierto.
—¿Un oso? —Pregunté.
—Sí, pero está lejos, no hemos de preocuparnos por él.
Sheila se revolvió en su lecho de mantas y la vi abrir los ojos.
—¿Funcionó? —Preguntó con curiosidad. Respiré con tranquilidad al comprobar que era ella misma y no su versión oscura.
—Funcionó —dije—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien, aunque ese hechizo me dejó sin fuerzas. ¿Dónde estamos?
—En medio de un bosque —contesté.
—¿Un bosque? Se suponía que toda esta zona había sido destruida mucho tiempo atrás, que era un erial.
—Han pasado mil años desde que aquello sucedió —dijo Aidam—. La naturaleza ha recuperado lo que le pertenecía.
—Eso o no estamos en el lugar al que pensábamos ir —dudó Sheila.
—La magia de los portales es muy poderosa, Sheila —expliqué—. Siempre te llevan al lugar que tú has elegido. No suelen equivocarse.
—Entiendo, pero nosotros no sabíamos nada del lugar al que pensábamos ir. Puede que ese haya sido nuestro error.
—Tendremos que explorar más a fondo este lugar. Haskh y Dharik han creído ver algún tipo de construcción no muy lejos de aquí y han ido a averiguar de qué se trata. Cuando regresen nos explicarán qué han encontrado. Descansa, partiremos al amanecer.
Sheila obedeció y esperé a que se quedase dormida de nuevo.
—Tú también debes descansar, Sargon —me instó Aidam.
Reconocí que llevaba razón y me recosté contra el tronco de un árbol, cubriéndome con una manta.

...

El sol brillaba en mis ojos cuando desperté. El aroma de la carne, asándose en el fuego despertó también mi apetito. Me acerqué hasta la fogata donde mis compañeros se encargaban de preparar el desayuno y me senté junto a ellos. Haskh y Dharik habían regresado y me pusieron al tanto de lo que habían encontrado.
—Más allá del bosque hay una zona completamente calcinada —dijo el semiorco—. Nada sobrevive allí, ni plantas ni fauna, pero lo que sí se halla intacto es esa construcción. A simple vista parece una vieja muralla, aunque no descubrimos ningún acceso que nos permitiese ver que se oculta tras ella. Lo que sí puedo decirte es que es muy antigua. Muy, muy antigua.
—¿Crees entonces que nos encontramos en el lugar al que pensábamos ir? —Pregunté.
—Estoy seguro de que este es el lugar —contestó Haskh. Dharik también asintió.
—Esa muralla es mucho más antigua que la propia ciudad de Khorassym. Es muy posible que se trate de la mítica ciudad de los dioses —dijo este último.
—Entonces pongámonos en marcha.
—Si partimos ahora, al atardecer estaremos junto a esos muros.
Así lo hicimos. Recogimos nuestro improvisado campamento y nos pusimos en marcha. Haskh iba en cabeza, guiándonos a través del bosque hasta que, con el sol ya a punto de esconderse, vimos los muros de aquella gigantesca construcción.
—La legendaria ciudad de Shotham —murmuró Sheila en voz baja—. La morada de los dioses.

Todos la miramos en silencio, pendientes de sus palabras.

—Hasta hace muy poco ni siquiera sabía de su existencia, pero ahora reconozco estas ruinas como si hubiera estado aquí con anterioridad. Es extraño, ¿verdad?

Lo era, Todo era muy extraño, pero aún más el lugar junto al que nos encontrábamos.

—¿Creéis que Dragnark pueda estar aquí? —Preguntó Haskh—. No parece haber nadie.

—Eso es lo que espero —dijo Aidam casi con furia—. Debemos acabar con esto cuanto antes.

Reconocí que Aidam llevaba razón, pero le advertí que no era el momento de ser impulsivos. Mi hermano no era alguien de quien podías fiarte. Si había venido hasta este desolado lugar tendría sus razones y no iba a dejar que desbaratásemos sus planes.

Aidam se volvió hacía Sheila.

—¿Sabes cómo entrar ahí? —Le preguntó.

—Sí —afirmó ella—. Seguidme.

Íbamos a ponernos en marcha de nuevo cuando un prolongado sonido batió el aire. Su timbre sonó cavernoso como si se tratase de un gran cuerno de caza. Un instante después nos vimos rodeados por una legión de extrañas criaturas de piel coriácea y escamosa y rasgos reptilianos. Portaban lanzas y temibles espadas curvas y se protegían con escudos de cuero.La algarabía que producían heló la sangre en mis venas. Se les veía sedientos de sangre. De nuestra sangre.

Aidam nos hizo correr hasta llegar muy cerca del muro, desde donde podríamos protegernos en caso necesario.

—No creo que pueda con todos ellos —dijo Sheila y yo asentí. Era lógico, aún no se había recuperado por completo del esfuerzo que tuvo que hacer para abrir el portal.

—No importa —contestó Aidam—. Lucharemos con ellos.

Era una locura, pero no dije nada. Eran demasiados para enfrentarnos a su ataque. Esta vez no lograríamos sobrevivir. 

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora