Sheila se encontraba sola, todavía escuchaba las risas que provenían del campamento, pero se había alejado adentrándose en el bosque. Necesitaba poner en orden sus pensamientos. Aún pensaba que la muerte de su madre y de toda su aldea era culpa suya, toda esa gente muerta por su curiosidad y por desobedecer las órdenes que en realidad servían para mantener la seguridad de la aldea. Ella, creyéndose distinta a los demás había destruido todo por lo que habían luchado. Su madre, todos sus conocidos, todos los niños... Muertos por su inconsciencia.
Sheila enterró su cabeza entre sus manos llorando desconsolada. La avaricia, ese gran pecado, lo había destruido todo.
Sacó la espada que había encontrado en aquella torre y la desenvolvió. La mantenía cubierta con un paño pues no tenía valor para mirarla. La gema engarzada en su empuñadura no brillaba, ahora era apenas un oscuro cristal, pero todavía recordaba el fulgor que había despedido cuando la encontró. ¿Qué significaba esa espada? ¿Por qué la había guiado hasta el interior de aquel castillo en ruinas? Recordó la sensación que tuvo al tocar el altar de piedra negra, fue como una descarga de energía. Algo había penetrado en su interior y se acordó del poder que sintió. La magia de la gema se había extinguido, pero sabía que ahora ella la poseía dentro de su ser, muy adentro.
—Puedes invocarla cuando quieras — dije. Me había acercado hasta ella sin hacer ruido y sin que notase mi presencia —. Ahora tú posees ese poder. Por eso te dije que eras la única que podía detener al dragón.
—¿Quieres decir que puedo invocar la magia, como tú?
—En realidad puedes hacerlo mucho mejor que yo. Absorbiste ese poder y ahora forma parte de ti.
—¿Y de qué me sirve? No pude hacer nada, el dragón voló lejos y destruyó mi aldea.
—Sí, te recuerdo que pude ver a ese dragón y también vi como destruyó tu aldea, lo que tú más amabas, Sheila. Aún no controlas el poder que esa joya te otorgó, pero si me dejas ayudarte, te mostraré todo el poder que llevas dentro y lo especial que eres, mucho más de lo que imaginas...
—¿Cómo sabes todo eso Sargon? Cuéntamelo todo.
—¿Recuerdas algo de tu padre?
—Sé que murió cuando yo era muy pequeña...
—No, Sheila, no murió. Eso fue lo que tu madre te contó, esperando el momento oportuno para explicarte la verdad. No debes pensar mal de ella, porque lo hizo por tu seguridad. Ahora que tu madre no está para explicártelo todo, creo que ha recaído en mí ese deber. Sheila, debes saber que hace muchos años, tu madre, tu padre y tú vivíais muy lejos de aquí. Cerca de la costa, ¿recuerdas el mar? Sí, ¿verdad? Tenías cinco años cuando tu padre encontró una gema como la que tú tienes, pero esa gema le corrompió. Se volvió malvado o puede que en su interior ya lo fuese y la gema solo reveló lo que estaba oculto. Tu madre tomó la determinación de huir contigo muy lejos, lejos de él, pues le tenía miedo y no estaba segura de sus intenciones. En aquella aldea perdida en la inmensidad de los bosques, tú creciste a salvo. Pero tu padre nunca cejó en su empeño de encontraros. En estos últimos meses os localizó. Sus huestes pululan como un maléfico pus por todo el Reino y debieron encontraros. Era por eso por lo que tu madre te prohibía que fueras sola al bosque. Creía que el poder de tu padre podría atraerte hacia él y corromperte, aunque yo no comparto esa creencia. Por suerte justo cuando tu padre estaba a punto de alcanzarte, tú encontraste esta gema o fue ella la que te encontró a ti.
—Sentí que algo me guiaba hacia ella —dijo Sheila absorta en la narración.
—Esa joya te protegió del hechizo de tu padre y al mismo tiempo te otorgó un gran poder. Tu padre, enfurecido invocó al dragón y destruyó tu aldea y con ella a su mujer, tu madre.
—¿Entonces fue él quien los mató a todos?
—Exactamente y es nuestro deber detenerlo. Tuyo y mío.
—¿Nuestro deber? ¿Por qué es tú deber? No lo entiendo. ¿Quién eres tú realmente?
—Es mi deber porque yo soy el hermano de tu padre. Tu tío, y siempre he estado cerca de vosotras, protegiéndoos. Solo que esta vez no llegue a tiempo...
—¿Mi tío? Sabía que te conocía, pero no me acuerdo de ti.
—Eras muy pequeña la última vez que visité tu aldea y es normal que no te acuerdes. Llegué a un pacto con tu madre, aunque ella no se fiaba de mí y con razón, después de lo que hice...Logré convencerla de que era lo único que podíamos hacer y al final aceptó. Has de saber, Sheila, que la magia es muy poderosa en nuestra familia. Tu madre temía que yo te contagiara mis locuras, como ella las llamaba. Así que decidí permanecer apartado, pero no por eso he dejado de protegeros a las dos. Cuando salías al bosque tu sola, yo siempre andaba cerca.
—Recuerdo que a veces he sentido la presencia de alguien junto a mí, pero nunca le di importancia. Así que eras tú, tío Sargon.
Asentí.
—¿Cuál era el nombre de mi padre? Mi madre nunca me lo dijo, apenas me habló de él.
—Tu padre se llamaba Ashmon y era un gran hechicero, se dedicaba a hacer el bien y a ayudar a la gente, hasta el fatídico día en que esa gema oscura le llamó. A partir de ese momento cambió, se volvió retorcido y maligno y comenzó a usar sus poderes en su propio beneficio, aterrorizando la ciudad en que vivíais. No se contentó solo con eso, pues ansiaba más poder y marchó lejos, a un lugar donde podía encontrar aquella sabiduría: Las torres Arcanas. Allí estudió las artes prohibidas y se convirtió en un poderoso nigromante. Ashmon había muerto y decidió cambiar su nombre. Ahora todos le conocen por Dragnark el Nigromante. Cuando tu padre volvió a buscaros después de su largo viaje, tu madre y tú ya os habíais marchado y eso le encolerizo tanto que destruyó la ciudad donde habíais vivido.
Sheila permanecía en silencio, eran demasiadas revelaciones para alguien tan joven y asimilarlas le iba a llevar algún tiempo.
—Es...es demasiado para mí —dijo la joven—, yo no soy nadie. Nunca he tenido ningún poder extraño, ni sé usar la magia.
—Es debido a ese amuleto que llevas colgado del cuello. ¿Recuerdas que tu madre te dijo que nunca te lo quitaras?
—Sí, me acuerdo. Dijo que lo había hecho ella misma y que me protegería.
—En realidad lo fabriqué yo, es un represor de magia, con él puesto tus poderes se anulan. Fue tu madre la que me obligó a hacerlo.
Sheila miró el amuleto y de un tirón se lo arrancó, arrojándolo al suelo.
—Pues creo que ha llegado el momento de ser yo misma. ¿Me enseñarás a usar mis poderes, tío?
—Sí, pequeña...Y no creerás de lo que eres capaz.
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La joya del dragón. (Terminada).
خيال (فانتازيا)Sheila, una joven cazadora, encuentra accidentalmente una extraña joya. Una joya mágica que traerá una terrible maldición a su pueblo y al mundo, despertando la ira de un fantástico ser. Junto con un valeroso guerrero, un viejo mago, una hábil ladro...