Capítulo 10. La Morada de los dioses

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No fue nada difícil para Sheila encontrar la puerta mágica que nos permitiría traspasar aquella muralla

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No fue nada difícil para Sheila encontrar la puerta mágica que nos permitiría traspasar aquella muralla. Unas palabras en la lengua de los dragones nos mostraron el acceso. Tras cruzar bajo el dintel de la puerta nos sorprendimos al descubrir la belleza que nos rodeaba. La vegetación era exuberante tras la muralla. Una cascada caía desde lo más alto de un risco, formando una ligera neblina teñida con los cálidos colores del atardecer. Un sinuoso camino de baldosas se perdía en la lejanía y ese fue el rumbo que tomamos. Cuanto más nos internábamos en aquel paraje, mayores eran las sorpresas que se nos mostraban ante nuestros ojos. Llegué a ver animales como nunca antes había visto. Seres de un tamaño descomunal que pacían con tranquilidad alimentándose de las tiernas hojas de los también gigantescos árboles. Animales que cruzaban veloces el camino ante nuestra vista y cuyo tamaño no se diferenciaba del de nuestros ciervos. También su fisonomía era parecida a la de estos ungulados, solo que sus astas eran increíblemente más grandes que los que nosotros conocíamos. Advertí la presencia de depredadores entre los animales que íbamos encontrando en nuestro camino. Seres parecidos a lobos, aunque de mayor tamaño y cuyos dientes, cuáles dagas, sobresalían de sus poderosas mandíbulas. Le hice partícipe a Aidam de la presencia de uno de estos últimos que parecía no quitarnos la vista de encima.
—No nos atacará —dijo Aidam—. Somos un grupo demasiado numeroso. Pero habremos de tener cuidado de que nadie se quede rezagado.
El cielo se oscureció y la noche cayó sobre nosotros con furtiva celeridad. Aidam decidió hacer un alto en nuestro viaje y muy pronto varias hogueras iluminaban el bosque en el que nos encontrábamos. El sonido de la fauna podía escucharse a nuestro alrededor. ¿Qué clase de seres nos estarían acechando en ese preciso momento? Eso era algo que no sabíamos.
No dormí apenas durante la noche. He de reconocer que estaba muy inquieto y que el sueño y el descanso no acudieron a mí. Con los primeros rayos del sol volvimos a ponernos en marcha. Nuestro desayuno fue frugal y lo tomamos mientras caminábamos. Aidam deseaba salir de aquel bosque cuanto antes, pero hasta llegado el mediodía no lo logramos.
Cuando el bosque quedó atrás, un espectacular paisaje se mostró ante nosotros. Al fondo, a lo lejos, unas colinas de un intenso color púrpura, marcaban el límite del horizonte. Frente a nosotros se alzaba una construcción que nos hizo exclamar de admiración. Resplandecía con el brillo del oro y en realidad estaba construida con ese mismo material. Aquella atalaya se elevaba en el cielo matutino como si desease perforar las nubes con sus poderosos minaretes. Frente a nosotros, lo que parecía un puente levadizo nos invitaba a entrar en aquel edificio.
—¿Creéis que esta será la Morada de los dioses? —Preguntó Haskh y ninguno supo darle una contestación—. Ciertamente lo parece.
Coincidí con él. Nos encontrábamos en un lugar extraño y atemporal. Un paraje donde el tiempo parecía haberse detenido. Donde los paisajes eran infinitos y donde las criaturas que allí vivían eran, todas ellas, de una espectacular belleza.
—Sí no lo es, no creo que ningún otro llegue a parecérsele tanto —dije yo.
—Mi pueblo contar una historia sobre Hogar de Dioses —comentó Milay. La joven se encontraba restablecida del todo gracias a la magia de Sheila—. ¿Querer oír?
—Claro que sí —dije.
—Ser leyenda antigua. Hablar sobre un dios que ser expulsado del paraíso por ser demasiado arrogante. Llamarse Riumoshy y ser un dios bello y belicoso. Cuando el dios querer volver al hogar, encontrarse cerrada la puerta. Nadie abrirle y Riumoshy montar en cólera. Con su poder destruir ciudad y luego darse cuenta del error, pero ya ser demasiado tarde. El dios tener que peregrinar durante milenios hasta darse cuenta de que su hogar estar en su corazón. Llevar siempre con él. Con lágrimas reconstruir ciudad y hacerla muy bella, enteramente de oro. Luego poblarla con los animales más bellos que jamás ser concebidos y traer de nuevo a dioses amigos a ella. Allí vivir felices por siempre.
—Es una bonita historia, Milay —dijo Sheila.
—No ser tan solo bonita. Ser verdad. Esta ciudad ser misma que Riumoshy construir. Ser Hogar de Dioses.
—Es muy posible que tengas razón y dentro de muy poco lo averiguaremos —dijo Aidam—. Adelante, entremos.

...

Entre esa ciudad y otras que llegué a conocer, no había comparación posible. Nada de lo que anteriormente había podido observar a lo largo de mi vida podía igualarse a la belleza y el esplendor que allí residían. Las columnas de alabastro blanco, los techos cubiertos de pinturas de una calidad exquisita. Los suelos, brillantes como espejos, las escaleras de mármol en forma de espiral. Todo, en resumen, era de una belleza tal, que las lágrimas acudieron a mis ojos. Y no fui el único en llorar al ver aquello. Los enanos farfullaban exclamaciones de asombro al contemplar semejante maravilla, con sus ojos anegados de lágrimas. Milay suspiraba de emoción al saberse en la mítica ciudad que sus leyendas relataban. Sheila me había tomado de la mano en una muestra de amor fraternal, embargada también por las emociones e incluso Aidam permanecía muy serio y demasiado callado, observándolo todo sin apenas parpadear.
—Realmente es un lugar digno de los dioses —dijo este último—, pero no hemos de dejar que nos afecte. Dragnark puede estar observándonos en este preciso momento.
He de reconocer que me había olvidado por completo de Dragnark y de nuestra misión de pararle los pies. Cuando advertí el peligro traté de rehacerme.
—Es verdad. Hemos de encontrar a mi hermano y solo puede estar junto al altar del dios Phestius —dije.
Aidam asintió y aunque nos costó un extraordinario esfuerzo dejar a un lado aquella belleza que parecía habernos hechizado, nos dividimos en dos grupos para explorar aquel lugar.
El edificio era gigantesco y no resultó fácil abarcar toda su estructura. Nuestro grupo, formado por Haskh, Sheila y Milay, aparte de mí mismo, se adjudicó la exploración del ala derecha del edificio. Los tres enanos, Dharik y Aidam marcharon en dirección contraria y acordamos reunirnos en el lugar de nuestra partida cuando nuestra exploración hubiese llegado a su fin.
Caminábamos en silencio. Absortos por lo que íbamos encontrando a nuestro paso: Esculturas tan reales que parecían físicamente vivas. Muebles fabricados en fragantes y olorosas maderas. Estancias tan bellamente decoradas que no nos hubiera importado rendirnos y olvidar el porqué de nuestra presencia allí.
—¿Crees que podamos estar sometidos a un hechizo? —Le pregunté a Sheila y ella tardó unos segundos en contestar.
—No sé si se tratará de un hechizo, pero ciertamente me gustaría quedarme aquí para siempre.
—Mi pensar lo mismo —dijo Milay.
—A mí toda esta belleza me conmueve —dijo Haskh—, pero hay algo aquí que no llega a convencerme. Siento algo parecido a una amenaza...
Al escuchar esas palabras algo pareció romperse en mi interior y entonces supe a qué se refería Haskh.
—Sí, yo también lo siento —asentí—. No me había dado cuenta de ello, pero ahora lo veo con claridad.
El ensalmo parecía haberse roto, pues tanto Sheila como Milay coincidieron conmigo.
—Es una trampa —dijo Sheila y fue entonces cuando advertimos el peligro.

La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora