Capítulo 20 - Un padre ausente

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—¿Eres tú mi padre, Sargon?

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—¿Eres tú mi padre, Sargon?

La miré fijamente a los ojos, luego muy lentamente, bajé la vista y asentí con la cabeza.

—Lo soy, Sheila.

—Estaba segura de ello. Algo me decía que estaba en lo cierto. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No vi el momento...
—No sabes cuánto me alegro de que seas tú, mi madre supo elegir bien al final.
—Intenté decírtelo tantas veces, pero después me veía incapaz de hacerlo...No sabía cómo ibas a tomártelo...
Ella me cogió la mano y la vi sonreír. Una luz iluminando su rostro, como la visión del arco iris después de una tormenta.
—Ahora terminan de encajar en su sitio tantas cosas apenas intuidas — reconoció Sheila —. Ese desconocido que venía a vernos cuando era muy pequeña, los regalos que recibía en mis cumpleaños, la presencia que siempre me acompañaba en mis salidas al bosque...Siempre eras tú, padre.
—No podía estar a tu lado, pero nunca te abandoné. Mi hermano nunca supo nada de esto y decidimos; tu madre y yo, que así debía seguir siendo. No dudábamos de lo que él podría llegar a hacerte si se enterase de la verdad. Espero que me perdones, que nos perdones a los dos...
—Sé que lo hicisteis para protegerme.
—Ahora te resultará más fácil enfrentarte a Dragnark, sabiendo que no es tu progenitor...
—No, no me resultará fácil arrebatar otra vida. Pero será muy distinto sabiendo que no tendré que matar a mi propio padre.
—Has madurado, Sheila. Creo que estarás preparada para lo que tengas que hacer.
—Con tu ayuda, padre, lo conseguiré. Estoy muy feliz de tenerte a mi lado.
—Y yo de que por fin estés conmigo, hija mía.

Terminamos abrazados y llorando como dos tontos o como dos almas que acaban de reencontrarse después de mucho tiempo perdidas y anhelando estar juntas. 


Aún esperamos unos días antes de partir, siempre hacia el norte.
Sheila se había recuperado de sus heridas con una rapidez asombrosa, algo que yo achacaba al poder de la gema, que había absorbido. Una joya tan poderosa como la suya tenía el poder de cambiar a su anfitrión, tanto para bien, como para mal. Y eso dependía de cuán luminoso u oscuro fuese el corazón de su portador.
Sheila había respondido bien a ese poder. Pudo haberlo utilizado durante la competición para su propio provecho, pero no lo hizo. Solucionó el asunto sin echar mano a todo ese poder, que ni tan siquiera sospechaba tener. Otros hubieran sucumbido a él.
Yo mismo, cuando encontré la joya que ahora me pertenece, tuve que luchar contra muchos enemigos que se ocultaban, siempre al acecho, en lo más profundo de mi propia alma. La ambición, el odio, la sensación de ser superior a los demás, infinitamente superior. Esos son los verdaderos enemigos. Mucho más peligrosos que cualquier oponente y sobre todo, mucho más esquivos.
¿Lo superé? Creo que estoy en condiciones de afirmar que sí lo hice.
¿Fue fácil? No, absolutamente no.
La verdad es que muchas veces es necesario perder la batalla contra uno mismo para darse cuenta de que al final, has resultado ser el ganador.
Pero eso solo se conoce después de que los hechos hayan ocurrido.
Dejamos atrás la ciudad del Paso del Peregrino, con nuestros fardos bien cargados de provisiones y abastecidos para algún tiempo. Nos iba a ser difícil encontrar otra ciudad tan al norte, salvo la propia ciudad a la que nos dirigíamos y donde gobernaba Dragnark con mano de hierro. Tan solo había pequeñas aldeas desperdigadas por aquí y por allá. Aldeas donde sería muy dificultoso encontrar un herrero que atendiera a nuestras monturas, un médico que sanase nuestras heridas o una posada en la que guarecerse de las inclemencias del tiempo.
Había sido Anvrill Bearbeard quien tuvo la idea, excelente por otra parte, de comprar tres carromatos y varios caballos de tiro. En el interior de estos carros, el frío era soportable. De haber tenido que dormir a la intemperie, más de uno no hubiera despertado a la mañana siguiente. Y esto era así porque el frío al caer la noche se convertía en el peor de todos los enemigos. Penetraba en el interior de cualquier ropaje y acababa con tu vida sin que ni siquiera te dieras cuenta de ello.
Apiñados en unos de los carros, el más espacioso, y al calor de un pequeño brasero, planeábamos nuestra próxima jugada.
Nuestra intención era llegar lo más pronto posible a la ciudad donde Dragnark tenía su fortaleza. El nombre de esta ciudad ya lo decía todo sobre ella. Una ciudad donde las fuerzas del mal campaban a su antojo, una ciudad oscura, renegrida por el humo de los numerosos incendios que la habían asolado; una ciudad empapada por la maldad. Su nombre: Devilslave. El esclavo del diablo.
Se contaban numerosas anécdotas sobre este lugar y todas ellas eran terroríficas. Una ciudad construida por esclavos, de ahí el nombre con el que la habían bautizado, y que habían regado con su sangre los muros y los cimientos, las casas y las calles y sobre todo, la oscura fortaleza que dominaba el paisaje. Un bastión que se elevaba sobre la propia ciudad y que parecía extender su maléfica sombra sobre sus, ya de por sí, oscuras calles y sobre todas las gentes que la poblaban.
Un lugar creado por el mal y en homenaje a su señor, el oscuro nigromante al que habíamos venido a destruir: Dragnark. Mi hermano.

 Mi hermano

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La joya del dragón. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora