Cap 5. Retorno a Hogwarts.

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Eileen Snape repasó con meticulosidad el interior de su baúl. No quería olvidar nada, al menos importante. Su madre ya la había advertido con verdadero ahínco que este año no tendría  ni a su padre ni a ella en casa para mandarle por lechuza las múltiples de cosas que se dejaba siempre olvidadas a su partida. Tenía su ropa, sus libros, su equipo de pociones, su equipo de quidditch… y su estupenda escoba, una saeta de viento. Cerró de golpe su viejo baúl y llamó a Cthulhu para meterla en su jaula. La pequeña ave se posó en su brazo y le picoteó la punta de la nariz a modo de saludo. Cthulhu era un pequeño mochuelo de color marrón muy oscuro, no era capaz de llevar mucho peso, pero era muy rápida llevando sus mensajes. Lo que no terminaría de entender muy bien, es por qué se llevaba tan mal con su padre, si era un encanto de animal.
Mientras acariciaba su suave plumaje, contempló distraídamente el póster de las Arpías de Holyhead, que posaban sonrientes con sus estupendas barredoras.
-¡Eileen! – Gritó su madre desde la planta inferior- Llegaremos tarde y perderás el tren…
Sin más divagaciones, la chica se apresuró a meter su mascota en su jaula, que protestó indignada, ya que nunca solía meterla allí.
-No te enfades conmigo Cthulhu, dentro de unas horas podrás volar por Hogwarts… ¿No tienes ganas de volver?
El animal hizo un ruido con el pico, como si asintiera. Eileen cogió su equipaje y a Cthulhu con sumo mimo y se apresuró a bajar las escaleras. Sus padres la aguardaban en el piso inferior, al lado de la puerta que conducía a la calle. Hermione le enseñaba su reloj de pulsera, mientras le daba leves golpecitos con el dedo.
-¿Qué estabas haciendo cariño? ¡Vamos!
Su padre se apresuró a coger su equipaje y llevárselo al maletero del coche, aunque sin tener ningún tipo de cuidado con la jaula del animal. Su madre era la única que tenía el carnet de conducir muggle. Su padre se había presentado unas cuantas veces y había sido incapaz de aprobar el examen práctico. La circulación le estresaba, era algo que no terminaba de comprender, y por su carácter sumamente explosivo,  siempre había terminado por insultar a su examinador y a los demás usuarios de la vía. Así que había terminado por prescindir de el. De todas formas, Severus rara vez no empleaba un medio de transporte mágico y para conducir el vehículo ya estaba su esposa, que naturalmente, lo había aprobado todo a la primera.
Severus regresó y besó en la frente a su hija.
-Te veré esta noche en la cena…
-¿No vienes con nosotras a la estación de tren?
-No Eileen, tengo que terminar de prepararme… Te veré después en Hogwarts.
A Eileen le iba a resultar extraño no ver a su padre en el arcén de la estación despidiéndose de ella como todos los años, aunque más extraño le iba a resultar verle sentado en la mesa del profesorado… y en la silla del jefe de Slytherin.
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Eileen se alegró mucho llegar a la estación. Allí estaban ya los Potter y los Weasley. A unos escasos metros de ellos, estaban Remus y Tonks despidiendo a Ted, que llevaba un pelo tan llamativo como su madre. Elle sintió nauseas en el estómago… ¡Por Merlín! ¿Qué le pasaba últimamente con ese chico? Sólo se trataba de Ted Remus Lupin, el presumido y arrogante príncipe de Gryffindor, el capitán de su equipo… Se apresuró a desviar su mirada, porque su madre la estaba observando y por su sonrisita pícara, seguro que se había dado cuenta a quien miraba.
Eileen envidiaba a esas chicas que podían hablar de “chicos” con sus madres, a veces, echaba de menos contarle ciertas cosas  a su madre. Había hijas que confiaban mucho en sus madres y a menudo podían hacerle confidencias, tener secretos… pero lo malo de la situación de su madre, es que si le contaba algún secreto, irremediablemente su padre terminaba enterándose cuando se conectaban, que era todos los días. Elle no entendía como esos dos podían ser felices sin intimidad alguna… aunque aquella conexión le hubiera salvado la vida a su padre.
-¡Elle!- la llamó James- ¡vamos, tenemos que subir ya al tren!
Los chicos se despidieron de sus padres por última vez y subieron al tren, ya no había rastro de Ted. Eileen ayudó a la pequeña Rose a subir y comenzaron a buscar un compartimiento vacío donde poder sentarse. Un sentimiento de repulsión le subió a la garganta… a lo lejos del pasillo del vagón, pudo ver a Victoire escoltada de sus dos amigas inseparables: Patty y Estrella. Reían tontamente, haciendo mucho ruido, llamando la atención de todos, que era lo que realmente querían. Eileen apretó los dientes, esas tres eran insoportables, a veces sospechaba que no se separaban nunca porque compartían el cerebro.
Victoire se tocaba el pelo mientras se reía pánfidamente. Hablaba con alguien que estaba sentado dentro de un compartimiento, pero ignoraba de quien se trataba. Victoire era muy guapa, como su madre, había oído en una ocasión que presumía de descendencia de Veelas, pero no sabía a ciencia cierta si eso era verdad, seguro que era una de sus mentiras idiotas. Su pelo era de un pelirrojo intenso, una marca de identidad entre los Weasley, muy buen cuidado y siempre lo llevaba curiosamente peinado. Sus ojos eran de un azul muy claro y en su nariz, tenía desperdigada una hilera de graciosas pecas.
La pelirroja se había percatado de su presencia y había comenzado a darse codazos con sus amigas. Rose tropezó y casi cae al suelo, a no ser por Elle, que con sus rápidos reflejos la había conseguido agarrar a tiempo para que no diera de bruces en el suelo del vagón. La condujo por el pasillo, con sus manos puestas sobre sus pequeños hombros, para darle un poco de estabilidad.
-¡Si aquí está Snape con su guardería!- dijo Victoire con una sonrisa socarrona.
-¿Has pensado tú eso sola o lo habéis pensado entre las tres? Supongo que te habrá llevado todo el verano pensar esa brillante frase…- dijo con ironía Elle.
-¡Deja en paz a Eileen!- la defendió Rose, encarándose con su prima.
-¡Tú cállate enana!- espetó Victoire.
-¡No le hables así a Rose!- le advirtió Eileen- Yo que tú me planteaba porqué tus primos prefieren estar conmigo que contigo…
La pelirroja la miró de arriba abajo, con cierto desdén.
- Supongo que por lástima…
Eileen apretó los dientes y su primer impulso fue abalanzarse sobre Victoire, pero las manos de James la aferraron con fuerza los brazos.
-Ignórala- pidió, después de todo se trataba de la cabeza hueca de su prima- por favor…
Elle miró a su amigo, que la miraba con ojos suplicantes y se tranquilizó. En el fondo tenía razón, no merecía la pena comenzar el curso peleándose con aquella idiota integral. Las chicas se apartaron para dejarles pasar, aunque los hombros de Elle y de la pelirroja sufrieron un fuerte encontronazo.
Cuando encontraron un compartimiento vacío, Eileen se dejó caer en un asiento, como si su cuerpo pesase toneladas, se sintió horrible. Al pasar al lado de aquella imbécil había logrado averiguar con quien hablaba… se trataba de Ted, que había estado contemplando la escena sin decir nada, desde el interior de su compartimento. Malhumorada sacó de su bolso una novela muggle, “La caída de la casa Usher” de uno de sus autores favoritos: Edgar Allan Poe. El libro se lo había dejado su padre antes de marchar al colegio y sin enterarse muy bien de la trama, por el enfado que acarreaba, comenzó a leer, aunque su mente estuviera aún nublada por el encuentro con aquella gilipollas.

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Hermione entró en casa dando un fuerte portazo. La casa estaba completamente a oscuras, Severus había cerrado todas las ventanas dejándola sumida en tinieblas. Un camino de velas flotantes, la conducía hasta la escalera que subía a los dormitorios en la planta superior, cubierta de pétalos de flores. Se descalzó para sentir la suave textura de las flores bajo sus pies. Sonrió y de puntillas subió con gracia la escalera. En el último escalón, había una copa llena de vino de Elfo, su favorito. Tomó un sorbo y se adentró por el pasillo, hasta su dormitorio. Con la punta de los dedos empujó la puerta, asomando su cabeza por el quicio. Su marido no estaba en la cama, pero había varias velas flotando por la habitación, en el cabecero, sobre la almohada, reposaba una bonita rosa de un rojo fuego… Entró en la habitación muy despacio.
-Severus…- susurró.
Sintió una suave respiración en su cuello, el tacto de sus labios rozándole dulcemente.
-Te quiero.- dijo Snape con esa voz melosa que la hacía estremecer. Echó su cabeza hacia atrás, apoyándose en el hombro de su marido. Sus manos la rodearon por la cintura y la atrajeron más hacia su cuerpo, podía sentir su pecho pegado a la espalda.
-Yo también te quiero…- susurró.
-Te voy a extrañar mucho.
-Siempre podemos hablar, podemos sentirnos…
-No sé si lograré dejarte en paz en todo el día.
Hermione se volvió sobre sus talones para abrazar a su marido con fuerza. Era doloroso separarse de él, nunca lo habían hecho durante tanto tiempo, sólo cuando estuvieron separados a causa de aquella maldita guerra.
Unieron sus labios en un tierno beso. Comenzaron a acariciarse, pero con todo su ser. Sintieron con mucha intensidad como sus almas se acariciaban, uno dentro del otro en todos los niveles.
Hermione dejó caer su copa de vino sobre la moqueta, sin preocuparle en absoluto la mancha roja que había comenzado a formarse. Rodeó con fuerza el cuello de su marido y con toda la ternura del mundo, lo empujó hacia la cama. Severus tomó la flor que estaba sobre la almohada entre sus manos y se la tendió a Hermione.
-La he hechizado, no se marchitará jamás.
-Como mi amor por ti…
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McGonagall miraba con disgusto el reloj de su despacho. Había levantado momentáneamente el encantamiento protector a su despacho para que los profesores pudieran aparecerse allí. Todos habían llegado ya, incluso algunos hacía días que estaban allí, como Logbottom ecepto uno que aún no había dado señales de vida… Snape. Andaba un poco preocupada ¿Y si a última hora la mandaba a paseo? Sabía que el profesor de pociones no era un impresentable, al menos es ese aspecto, pero hasta que no estuviera en el colegio no estaría tranquila. Además, hacía dos horas que ya debería estar allí...
Un fuerte crujido la sacó de sus pensamientos y pudo ver como Severus Snape, se aparecía en el centro del despacho.
Venía muy despeinado y sonrojado.
-¡Severus! ¡Llegas tarde!- dijo Minerva sin poder evitarlo.- El resto de los profesores ya han llegado.
-Perdone señora directora, pero creo que soy el único profesor casado en su equipo…- dijo sin poder evitar una sonrisa de oreja a oreja.
McGonagall se ruborizó. Aún no se explicaba cómo la historia de Hermione y Severus se había desarrollado en sus propias narices y no se había dado cuenta de ello. Era algo que jamás conseguiría superar… ¿cómo no pudo darse cuenta de lo que ocurría entre esos dos?
-¡Hola Severus!- chilló Albus Dumbledore desde el cuadro.
-¡Hola Albus!-saludó Snape- ¿Me has echado de menos?- dijo sin evitar un matiz de sarcasmo.
-Esto está muy tranquilo, desde que te fuiste… pero me ha sorprendido mucho que aceptases el puesto de profesor de pociones… creo que una vez dijiste que preferías vestirte de amarillo antes que volver a la docencia…
-¿De donde os sacáis todas esas frases?-preguntó asqueado- No recuerdo haber dicho nada de eso…- aunque también había estado bajo la influencia etílica una larga temporada después de la guerra, para celebrar la muerte del psicópata de Voldemort.
-He conocido a tu hija… se parece mucho a ti. Aunque menos mal que ha sacado la nariz de su madre…
-¿Sabías que el lienzo arde con cierta facilidad?
-¡Albus! ¡Snape!- les regañó Minerva
Albus iba a volver a la carga, pero la directora le cortó por lo sano. Ya estaba cansada de sus tonterías.
-Deje en paz a Snape, supongo que estará deseando bajar a las mazmorras e instalarse antes de la cena.
Severus asintió con la cabeza.
-Hasta luego Directora.- Severus estrechó su mano, dedicándole una gran sonrisa y con un movimiento de varita su equipaje desapareció del despacho de McGonagall ubicándolo en el despacho en las mazmorras, sus dominios.
Minerva observó cómo el hombre abandonaba la habitación, perdiéndose en el tramo de la escalera. Sus mejillas estaban rojas, por mucho que lo intentara, no se acostumbraba a que ese hombre sonriera.
-¡Severus ha vuelto!- dijo con entusiasmo el cuadro de Albus.
Al menos sabía que ese año no se aburriría.

Hasta aquí otro cap.
Como podéis ver, este ha sido un cap de transición, pero ya tenemos otra vez al temible profesor de pociones en sus mazmorras. (Y sospecho que aún de buen humor, a ver lo que le dura mujajajajajajajajajajaja)
Un besiño

No te acerques tanto a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora