Cap 27. Del cielo al infierno.

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Yo quise subir al cielo para ver
y bajar hasta el infierno para comprender
que motivo es, el que nos impide ver,
dentro de ti, dentro de mí.

Severus Snape la observaba con atención, con su cabeza apoyada sobre una de sus manos y media sonrisa marcada en su rostro, cómo su hija desenvolvía rasgando el papel, el regalo que le había traído su madre de Francia. Eileen sonreía con una deslumbrante alegría reflejándose en sus ojos. La misma que llevaba viendo en su rostro todas las navidades pasadas, la misma ilusión de cuando era una niña. En realidad, él siempre había detestado aquellas fiestas, tachándolas de mezquinas e hipócritas, tremendamente amargas desde su niñez. Pero desde que había degustado la vida en familia, el calor acogedor de su familia, no le disgustaban tanto. No terminaban de convencerle, ya por esas fechas guardaba amargos recuerdos, y se acordaba mucho de su madre... pero al menos ya no le producían tanta aflicción.

Ahora tenía a Hermione y Eileen.

Además, las navidades eran unas fiestas que siempre le habían gustado a Eileen. Pensó que, con el paso del tiempo, con la madurez, cuando se revelara la auténtica vida ante sus ojos, se le pasaría esa falsa ilusión de aquellas fiestas... pero no era así.

Además, esa mañana estaba especialmente feliz.

Eileen, que había conseguido al fin abrir el regalo, al contemplar su contenido, torció levemente el gesto. Pero se apresuró a disimular para que su madre no se diera cuenta, que la miraba expectante. Entre sus manos sostenía un delicado vestido de gasa de color celeste. Desvió sus ojos a él y se intercambiaron una mirada de complicidad... Sabía que aquello ocurriría.

No le gustaba en absoluto.

Si había alguien en el mundo que conociera a Eileen, ése era él... Ya se lo había dicho a Hermione cuando compró el vestido en Francia y lo vio gracias a una de sus conexiones. Pero ella no se rendía, ni lo haría nunca, había comenzado su especial cruzada para que Eileen introdujera gamas de color en su vestuario. Naturalmente todos sus esfuerzos terminaban en un fracaso rotundo, aunque nunca se daba por vencida. Eileen era como él, con gustos fijos.

Aunque, afortunadamente, a él ya no le daba más la paliza con que se vistiese de color. Ya había desistido por fin con el paso de los años y le había dejado por imposible... pero aún guardaba cierta esperanza con su hija.

La esperanza era lo último que se pierde.

- ¿Te gusta el vestido? - preguntó con voz sedosa, mirando a su hija. Que lo miró fijamente, molesta por haber realizado precisamente esa pregunta.

-Mmmm... sí. – comenzó a ponerse colorada, que era claro indicio que no era sincera- Bueno... el color.

-¿Qué le pasa al color?- saltó inmediatamente Hermione con hastío.

-¡No me gusta mamá! Quizás en negro hubiera sido más bonito...

Hermione resopló disgustada.

-Eileen... no tienes que seguir los pasos de tu padre en cuanto a estética. Él carece de eso.

-¡Eh!- protestó Severus con buen humor. - Creo que es momento de darle el otro regalo... el más importante.

Y sin hacer más ceremonias, sacó de uno de los bolsillos de su levita un sobre de color amarillo y se lo tendió a Eileen.

-¿Y esto? ¿Otro regalo?- preguntó la chica con curiosidad tomando el sobre de las manos de su padre.

-Tu madre y yo lo hemos estado hablando y...- su padre hizo una de sus pausas teatrales- nos pareció muy interesante, teniendo en cuenta que es lo que quieres... queremos ayudarte en todo lo posible.

No te acerques tanto a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora