Cap 41. Cuarto poder.

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Rodeados de violencia
su tinta es más sangrienta,
cuando se trata de vender.
No te muevas de tu rumbo,
aunque tiren para atrás,
ellos buscan tus defectos
y se cagan en el mundo.

Hermione contemplaba distraída por la ventana, mientras trazaba con la punta de sus dedos caminos invisibles sobre la palma de la mano de su marido. Había comenzado a caer la tarde, el ocaso teñía de color naranja el horizonte y las nubes parecían derretirse por su calidez. Las lechuzas, impacientes porque la noche cubriera con su manto de oscuridad el cielo, habían comenzado a salir en bandadas por todo el castillo, impacientes, ululando felices porque al fin eran libres para salir a volar y cazar.

Suspiró con tristeza, revolviéndose en su asiento, incómoda. Aquel sillón era confortable, pero ya no sabía en qué postura ponerse, y su abultado vientre no facilitaba la tarea precisamente. Reprimió un bostezo, tapándose la boca con la mano. Estaba agotada, no podía negarlo, pero se resistía aún a ir a dormir. Sabía que no iba a poder pegar ojo aunque quisiera y no le apetecía contemplar el techo del dormitorio. Su mente iba aún a mil por hora y no podía parar, eran muchos los frentes que tenía abiertos de los que la solución estaba ajena a su mano, pero no podía evitar atormentarse. Ella, que desde niña estaba acostumbrada a buscarle solución a todo... Pero la sabelotodo se había quedado sin respuestas. Se quitó de la cara uno de sus mechones rebeldes, soltando la mano de su marido sobre su propio pecho. Severus seguía en el sofá, inmerso en el mundo de los sueños, ya para nada inquietos. Había dejado de renegar y revolverse, para al fin sumergirse en un sueño tranquilo. Su rostro cetrino estaba en calma, sus labios entreabiertos expulsaban el aire de sus pulmones pausadamente.

Seguía siendo aquella fiera salvaje de antaño que sólo parecía inofensivo mientras dormía. Hermione se inclinó y le depositó un casto beso en la frente.

Era curioso, a pesar de haber perdido todo un día de trabajo y haber faltado a todas sus clases sin avisar, nadie se había atrevido a pegar en su puerta. Ningún compañero de trabajo se había atrevido adentrarse en las mazmorras a saber de él, ninguno había acudido a verle, y por supuesto, ningún alumno se había atrevido asomar la nariz por allí. Aunque después del dantesco y atroz espectáculo que había dado en el pasillo, estaba segura que más de uno le habría cogido verdadero pavor al ya de por sí temible profesor de pociones.

Tampoco había acudido Eileen y eso la entristecía profundamente.

Había guardado la leve esperanza que la muchacha acudiera al despacho de su padre otra vez, que insistiera en hablar con él. El hombre debía de leer la determinación y el coraje que se habían grabado a fuego en las pupilas de su hija... Eileen sabía lo que quería y sabía defenderlo con creces.

Severus tendría que entenderlo tarde o temprano...

Ella y el bueno de Neville... Aún le parecía increíble, pero no dejaba de ser cierto. Tenía que hacerse la idea de verles juntos, como pareja... pero no dejaba de resultarle extraño.

Su niña ya había demostrado que era una mujer.

Tenía tantas ganas de verla, hablar con ella, comprobar que se encontraba bien. Estaba debatiéndose en la tentación de acudir a la sala común de Gryffindor y buscarla, pero no estaba muy segura si era más apropiado y mucho después del encontronazo que había mantenido con la nueva jefa de casa, esa mujer tan desagradable. Cerró un puño con determinación, ¿Desde cuándo le importaba qué decía aquella maldita arpía? Iría a ver a su hija y le importaba una mierda lo que opinara al respecto aquella amargada.

No podía imaginarse lo que estaría sufriendo Eileen, ella más que nadie podía hacerse una idea por lo que estaba pasando. Pero no todo en la vida es gozo y dicha, el sufrimiento es parte de ella, la otra cara de la moneda. No todo era un camino de rosas y por desgracia, era una lección que su hija estaba aprendiendo ahora de golpe.

No te acerques tanto a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora