Cap 42. Los árboles mueren de pie.

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Sí acaso tu opinión
Cabe en un sí o un no
Y no sabes rectificar
Si puedes definir
el odio o el amor
Amigo que desilusión
No todo es blanco,
O negro: es gris


Severus Snape masajeaba con ternura infinita, la cálida mano de su mujer entre sus dedos larguiruchos y ásperos. Le gustaba acariciar su tacto suave y jugar distraídamente con su anillo de bodas. Repasaba con la yema de sus dedos el entramado relieve de la serpiente plateada que se enroscaba en su dedo, recordando con añoranza la noche que se casó con ella furtivamente.

Era increíble todo lo que habían caminado juntos por entonces.

Suspiró con fuerza y desvió la mirada de las manos de su mujer a la diminuta ventana de la habitación, pero fue incapaz de vislumbrar nada al otro lado, tan sólo oscuridad imperante. Ya era noche cerrada y fuera estaba tan negro como la boca del lobo. El cristal devolvió su reflejo, aquel hombre que le miraba con ojos melancólicos desde el vidrio se le antojó que no podía ser él, apenas podía reconocerse. Su aspecto era desaliñado, nada que ver con la imagen impecable que le gustaba mostrar al mundo. Sus cabellos estaban revueltos, una sombra de barba cruzaba todo su mentón y hasta juraría tener más canas que la última vez que se contempló en un espejo.

El hombre del reflejo parecía mayor y cansado... ¿Cuándo se había convertido en aquel viejo?

Era como si le hubieran echado encima diez años de repente, volvía a lucir aquellas ojeras de antaño y arrugas en su expresión.

Estaba enfadado y preocupado casi a partes iguales, aunque quizás estaba más preocupado...

Bajó la mirada otra vez a sus manos, llevándose una a la boca, besando casi sin posar los labios en sus nudillos. Ya debía ser casi la hora de cenar en Hogwarts y él aún no había dado ninguna explicación de su ausencia a McGonagall, no se había molestado en enviar una nota para avisar a la mujer de lo que ocurría. No había tenido ningún momento de tranquilidad hasta ahora y tampoco había caído en la cuenta hasta ese instante. Sus prioridades eran muy claras y cualquier represalia laboral le traía al fresco, por él cómo si le despedían, es más, hasta le hacían un grato favor. No se había separado de Hermione ni un segundo, a pesar de las amenazas de aturdirlo que le habían lanzado algunos medimagos ante su despliegue protector y sus gritos en la entrada del hospital exigiendo que atendieran a su mujer sin pérdida de tiempo.

Seguro que la directora estaba que se la llevaban los demonios, ya la podía imaginar claramente en su mente, con los labios apretados, el ceño fruncido y retorciendo la tela de su vestido. Y no era para menos, después de todo lo que había salido en la prensa esa mañana, su ausencia en el colegio seguro que eran las menores de sus inquietudes o quizás la había preocupado más. Con seguridad que estaba lidiando con toda aquella basura que había salido en la prensa.Aunque todo eso ahora, estaba en un segundo lugar. Ahora debía concentrarse en Hermione y que todo estuviera bien...

Ya procuraría él averiguar quién había sido el que había escupido todo aquello a la prensa y le haría lamentar haber nacido... Lo que dijeran de él siempre le había dado igual, estaba más que acostumbrado después de toda una vida llena de calumnias y que la gente te juzgue sin conocer... pero que hablaran de Hermione y Eileen con esa ligereza, era algo que no iba a permitir, antes tendrían que pasar por encima de su cadáver.

Aunque aquello no estaba en sus prioridades en esos momentos, guardó la anotación en un rincón de su rencorosa mente.

No había informado en el trabajo, cosa que le traía al pairo, pero tampoco había avisado a sus suegros de que Hermione estaba ingresada... ni tampoco había avisado a su hija.

No te acerques tanto a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora