Cap 8. La primera clase del curso.

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Severus Snape se colocó con tranquilidad la capa para ir a desayunar al comedor del colegio. Aquella noche había dormido fatal, extrañaba muchísimo a su mujer. Había sido la primera noche durmiendo separados en años y ya sospechaba que ir a Hogwarts no había resultado tan buena idea. ¿Por qué no se había ido con ella a Francia y había pasado de todo? ¿Por qué se había dejado convencer? Eileen...Suspiró pesadamente. Su hija era una buena razón para volver a trabajar en ese maldito colegio, pero la separación con su Hermione era dolorosa e insoportable.

Se miró al espejo vislumbrando unas pequeñas ojeras en sus ojos, como las había tenido en antaño. En realidad, Hermione tampoco habría dormido mucho, se habían pasado la noche hablando por telepatía... ¡Por Merlín! ¡Cuánto la echaba en falta! ¡Y sólo había sido la primera noche! ¿Cómo se suponía que sobreviviría sin ella todo el curso? Se consolaba al menos, sabiendo que le visitaría. Había sido una de las condiciones que le había impuesto a la directora McGonagall para que él se dignara a aceptar ese puesto... y ahora se arrepentía de no haber exigido un par de cosas más.

Salió de su despacho, silbando alegremente la melodía de "O fortuna" de la ópera Carmina Burana. Gracias a la influencia de su esposa, se había aficionado mucho a las artes Muggles en general y la ópera era algo que le entusiasmaba. Eso era música, no esos grupos ruidosos que le gustaban tanto a Eileen, que el cantante parecía que estaba vomitando... Sintió deseos de ver a su hija, y aceleró el paso. Algunos alumnos de Slytherin se le cruzaron en el camino, saludándole. Eso no le había pasado nunca en la vida. Cuando él era profesor años atrás, sus alumnos solían correr hacia el lado opuesto del pasillo cuando le veían por las mañanas. Sobretodo cuando padecía aquel insomnio, que se levantaba de un humor de perros todas las mañanas, inundándole de furia su ya recio carácter... y lo pagaba con cualquiera que se le cruzase en su camino, bueno, con los Slytherin no.

Entró en el comedor con decisión y se acercó a la mesa de los Gryffindor. Tenía muchas ganas de ver a su hija, era a la única habitante de aquel mohoso castillo al que le apetecía desearle un buen día. Naturalmente la mesa de Gryffindor se estaba haciendo notar en todo el comedor, ya que estaban formando un escándalo enorme, gritos, risas, alguna que otra tostada voladora... no le extrañaba en absoluto aquel desorden. Había cosas que nunca cambiarían con el paso del tiempo y si encima aquellos cabezas huecas tenían de jefe de casa a Longbottom, estaban ya tocando fondo.

Cuando se acercó a la mesa, abrió muchos los ojos. Sin poderlo evitar, torció el gesto.

Era Eileen la que estaba montando el jaleo... y no ella sola, que le hubiera dado menos coraje, si no con ese clon mal hecho de Potter. Ese mico que tanto le recordaba a su puñetero padre y que encima llevaba el nombre del canalla de su abuelo... un verdadero encanto.

Le vino a la cabeza aquella noche, en la boda de esa loca amiga de su mujer... En la boda de Lovegood, los había sorprendido a ambos sentados en el quicio de una ventana, completamente solos y colorados como un tomate. Cuando les preguntó qué estaban tramando, Eileen puso esa cara de culpable que él tan bien conocía. Era como su madre, era incapaz de mentir... Ese Potter, ¿Qué se traería entre manos con su hija? Por un momento, llegó a pensar que se estaban besando y eso le enfurecía. Pero su hija seguro que jamás besaría a semejante espécimen. Seguro que prefería besar a un elfo doméstico, mucho más atractivo que ese niñato...

Era su sino, hiciera lo que hiciera, pasara lo que pasara en su vida: siempre habría un Potter incordiándole.

Sintió deseos de convertirlo en rata y hacerlo revotar por todo el comedor... Lamentablemente la transfiguración estaba prohibida como método de castigo... y los crucios. Una verdadera lástima.

No te acerques tanto a ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora