XLIX: Suicidio

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Lo intente todo, pero nada funcionó, estaba resignada y aceptaba mi destino.

Habían pasado ya 11 días desde la muerte de Marco Antonio, la tristeza era parte de mi, todos los días.

- Isis, recibeme en el más allá, no me abandones mi diosa- Dije en voz alta.

El tiempo había llegado...

- Quibilah, tráeme una canasta de higos, asegúrate que haya una cobra egipcia dentro- Le pedí.
- Sí, mi reina- Se notaba tensa y triste.
- No debes estar triste, este es mi camino al más allá, a la eternidad- Sonreí y ella se fue.
- Azeneth, trae mi corona, mis adornos y mis cetros- Ordené.
- Si, majestad.

El ambiente era tenso y oscuro, nadie hablaba ni hacia ruido, todos habíamos aceptado que este era el final y solo esperábamos su llegada.

- Me preguntó cómo estará Cesarion- Dije.
- Él está bien, lo están cuidando bien- Respondió Akila.
- Eso espero, él es el futuro de Egipto- Sonreí- ¿Qué pasará con mis hijos cuando muera?- Pregunté a mi consejero.
- No lo sé, mi reina, son hijos de Marco Antonio, quizás los manden a Roma- Dijo.
- Espero que los traten tan bien como yo, y que nunca olviden que todo lo que hice fue por ellos, por protegerlos y por darles un reino.
- Ellos lo entenderán mi reina, debes estar tranquila.
- Necesito que escribas mi última voluntad y que se la des a Octavio cuando yo muera- Le pedí.
- Si, mi reina ¿Qué quieres que escriba?- Preguntó.
- Que deseo ser enterrada junto a Marco Antonio en la tumba que hemos preparado para ambos y también que proteja a Cesarion y que lo deje gobernar Egipto- Dije.
- Sí, mi reina.
- Aquí está lo que me ordenaste traer, majestad- Llegó Azeneth con mis símbolos de la realeza, los cuales me coloqué por última vez.

El tiempo pasaba tan lento que me hería aún más ¡Qué difícil describir mis sentimientos! Quizás era tristeza por que dejaría mi reino en manos de Roma, quizás era intranquilidad por que no sabía cuál era el destino de mis hijos o quizás felicidad por que por fin terminaría este sufrimiento y me reencontraria con Antonio.

- Quibilah ha llegado- Dijo Azeneth.
- Es hora...- Dije.

Abrí la canasta y tal como había ordenado, había una cobra egipcia en el interior. La tomé y la observé.

- Así que tú eres mi llave para el más allá, asegúrate de que mi muerte sea recordada por la eternidad- Sonreí mientras la acariciaba- Azeneth, Quibilah y Akila... Fue maravilloso que ustedes me acompañaran y sirvieran por tantos años- Agradecí.
- Para nosotras fue un placer y también lo será el morir contigo- Dijo Azeneth.

Mire por última vez todo lo que me rodeaba, lo que alguna vez fue mío.

- Octavio, quizás Egipto ahora sea tuyo, pero yo jamás lo seré y así es como te arrebato tu triunfo, nunca me verás encadenada frente a tu pueblo porque​ es digno de una diosa como yo decidir partir de este mundo- Dije en voz alta.

Moleste a la cobra y la puse en mi pecho, pronto sentí sus colmillos entrar en mi piel y el doloroso veneno esparcirse.

- Marco Antonio, pronto nos veremos de nuevo...

Mis siervas también fueron mordidas por la cobra y poco a poco escuche como cada una moría, era triste pero este está nuestro final.

El dolor era demasiado y sentí que no podía respirar, fue entonces cuando escuche pasos y vi a alguien entrar a mis aposentos, era Octavio quien me miró horrorizado a los ojos, entonces hice un último esfuerzo y le sonreí.

- Gane...-Dije en mis adentros y cerré los ojos.

La última reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora