XX: Sola

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Me sentía sola y con desconfianza.
Solía estar protegida por Roma, protegida por su líder, Julio César. Estar sentada en el trono solía ser placentero, sabía que nadie podría quitarmelo. Sin César era una situación diferente, era vulnerable y eso me provocaba ansiedad.
Devastada e insegura, solo tenía que esperar a ver cuál era la voluntad de Roma hacia mi. Egipto no podría seguir siendo libre sin un aliado que me reconociera como reina y prefería morir a ser su esclava.
Mientras tanto debía asegurar mi posición en Egipto y así lo hice.

- Azeneth, tráeme aconito.
- Sí, majestad.

Ya había probado su uso con prisioneros, solo faltaba alguien más del cual debía deshacerme.
Vacíe el aconito en una copa de oro y la llene con vino.
- Ptolomeo- Llame a mi hermano- Te ves tan mayor ahora, debemos tomar una copa en honor a eso.
- Está bien- Respondió y bebió el vino mientras yo le sonreía.

Al ir a mis aposentos recordé cuando mataron a mi hermana Berenice. Ella se había revelado y se nombro gobernante de Egipto, así que mi padre mando ejecutarla. La mataron frente a nosotros, con mis propios ojos vi su sangre correr por el suelo, pero no sentí lástima ni dolor. Ser de la realeza no garantiza seguridad, ni que vivire al siguiente día. Cuando menos lo esperas, cuando menos sospechas alguien está planeando como morirás.

- Tu hermano ha muerto, mi reina- Me aviso un guardia.
- Ahora solo falta Arsinoe- Respondí.
Al morir mi hermano, me sentí un poco aliviada, al menos ya no podría hacer una rebelión contra mi, sin él no había nadie más que pudiera quitarme el trono.
Nombré a mi hijo Cesarion mi corregente, el gobernaría junto a mi a pesar de ser un niñito.

- Ahora solo somos tu y yo mi pequeño- Lo abrace.

En Egipto me dediqué a realizar mis deberes como gobernante, no permiti que nadie me viera triste o insegura respecto a mi situación. Para mi pueblo yo era su diosa, yo les daba seguridad y creían en mi. No sabía si mi país seguiría siendo libre después de este suceso, pero me esforzaria por que así fuera.

- Mi reina hemos traído tu comida favorita- Dijo Akila.

Tras ella venía un sirviente con una bandeja de comida desbordandose.

- No me apetece comer ahora, puedes retirarte- Le respondí.
- Majestad, no has comido en varios días, necesitas hacerlo- Insistió.
- ¿Quien eres tú para decirme que debo hacer?- Me acerque a ella.
- Perdona, mi reina- Bajo la mirada.
- Llévate esa comida a otro lado, no me molestes más con eso y prepara mis tratamientos para el cuerpo- ordené.
- Sí, mi reina.

La última reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora