VIII: Aliados

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Todo era paz y tranquilidad hasta que mis hermanos, Arsinoe y Ptolomeo XIII planearon una guerra en contra de César, los refuerzos romanos aún estaban en camino, sin embargo pensaba en lo maravilloso que era tener como aliado al mejor general romano, me sentía poderosa aún en un tiempo agitado. Él ordenó que sus soldados me escoltaran en todo momento. Ya no eran soldados egipcios los que protegían mi palacio, había soldados romanos en su lugar y eso me daba un poco de tranquilidad.

Ptolomeo y Arsinoe estuvieron varios meses en el palacio como nuestros rehenes, mientras que César salía por las noches a la batalla.
Solíamos pasar los días juntos, hablando sobre nuestras ambiciones y deseos, hablábamos sobre filosofía, sobre historia. Él me contaba sobre sus experiencias en el campo de batalla y yo le hablaba sobre los logros de Egipto así como de la historia de los ptolemaicos y de los grandes conquistadores empezando por el gran Alejandro Magno*. Eramos más parecidos de lo que esperaba, ambos queríamos ser dueños del mundo.

Después de varios meses los romanos llevaban ventaja, sin embargo eso no era suficiente para ellos. César ordenó quemar la flota que estaba en el puerto pero el fuego llegó a la ciudad, en ese momento fue cuando perdí uno de los más grandes tesoros de Egipto, la biblioteca de Alejandría. En la gran biblioteca aprendí mucho sobre lo que escribieron grandes filósofos​, me aplique en el estudio de varias lenguas e interactúe con grandes pensadores. Realmente significo una gran pérdida para mi.

Mientras miraba por la ventana del Palacio lo sucedido, alguien llegó corriendo a mi encuentro.

— Arsinoe ha escapado— Dijo uno de mis guardias.
— ¿Como? ¿Acaso no la estaban vigilando?
— Lo hicimos. Sin embargo logro burlar la seguridad.
— ¡Son unos inútiles! ¡Busquenla!— Ordené.
— Sí, majestad.

Pronto recibí informes de ella. Arsinoe estaba bajo la guía de Ganímedes quien estaba al mando de los soldados de Ptolomeo, ella les hizo muchas promesas y se ganó los corazones de los soldados, fue entonces que esos inútiles la proclamaron reina, algo que no podría permitir.

— ¿Qué planeas hacer con tu hermana Arsinoe cuando ganemos la batalla?— Me preguntó César mientras estaba recostado a mi lado.
— Aún no lo sé, antes creí que podía al menos confiar en ella, pero cuando estás en el poder no puedes confiar en nadie.
— ¡Que diferente! Sabes, en Roma juran cuidar mi vida, yo confío en ellos.
— No es bueno confiar, el trono de Egipto está manchado con la sangre de tantas familias. Aquí cualquiera es capaz de matar a quien se interponga en su camino.
— Bueno solo no desconfíes de mí, mi bella Cleopatra—Dijo acariciando mi rostro a lo cual le respondí con una sonrisa— ¡Vaya! Vine a conquistar Egipto y me gane el premio el mayor contigo.
— No soy tesoro de nadie, querido.

César, mi buen aliado más no mi dueño.

* Antes de la era Ptolemaica y cuando aún los faraones eran originarios de Egipto,  Ptolomeo (ayudante de Alejandro) consiguió quedarse con Egipto a la muerte del conquistador Alejandro Magno, cuando él y los principales generales del conquistador macedonio se repartieron el imperio. Un territorio del cual expulsaron a los persas y con cuyas gentes y cultura nunca se juntaron. De modo que en época ptolemaica existió en Egipto una doble cultura, la faraónica la cual comenzó en el año 3100 a. C., y helenística traída por Alejandro y desarrollada después por los ptolomeos.

La última reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora