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Suspiró con fuerza sintiendo sus entrañas retorcerse y el sudor resbaló por su húmeda piel

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Suspiró con fuerza sintiendo sus entrañas retorcerse y el sudor resbaló por su húmeda piel. El calor era sofocante, el dolor en la piel lo ahogaba y, sin embargo, estaba expuesto a las más bajas temperaturas de la habitación. Sentía su garganta gruñir, temblar, su cuerpo entero reaccionando ante el calor y el deseo ciego de poseer a alguien. Su cabeza le dolía, le martillaba por completo y su cuerpo quería caer rendido al suelo. Sentía cómo su piel se erizaba y volvía a retorcerse en el suelo con violencia.

Le habían inyectado algo, lo sabía, se sentía tan débil y fuerte a la vez, tan sensible y bestia. Gruñó con fuerza y frotó su cuerpo tratando de calmarlo, sus uñas se enterraban en su piel y el vaho cálido que salía de su boca era constante y repetidor. Jadeó y tembló de cuerpo entero, se hizo a un lado en el suelo, juntando sus piernas hacia su pecho y pegando el rostro en el frío suelo. Su cabello húmedo dejaba caer gota tras gota, las mejillas sonrosadas y los ojos dilatados, pendiente de cualquier cosa que pudiera generar movimiento. Estaba seguro que se arrojaría a cualquiera frente a él y lo desgarraría solo para satisfacer sus deseos.

Volvió a jadear e hizo una mueca, cansado. Su alfa le arañaba el cuerpo en su interior, lo sofocaba y lo enloquecía. Recordó la primera vez que entró en celo, aquel año donde su padre mismo trajo varias omegas a su casa para que pudieran calmar su desesperado dolor. Había sido la primera vez que experimentaba aquello, rodeado de feromonas que lo enloquecieron, aromas dulces, delicados. De toques suaves y suspiros agudos. Entendió por ese entonces la única razón del porqué existían los omegas, aquellos seres tímidos, pomposos, sumisos y tan frágiles como el pétalo de una rosa. Pequeños seres que se sometían a cualquier pedido con solo gruñir. Que podían marcar, satisfacer los deseos y buscarse otro si querían. Los omegas le traían hijos, les traían placer y dominación.

Porque para él los omegas nacían para complacer al alfa y nada más. Y aunque muchos creyeran que era un pensamiento pésimo, era la pura verdad. Tanto alfa como omega eran esclavos del otro.

Escuchó la puerta abrirse y su mente quedó en blanco, se quedó quieto y cerró los ojos. Fingiendo estar inconsciente. Sintió sus pasos en el suelo, chocando la suela con decisión y lentitud, su olfato se intensificó y sus uñas se clavaron en el suelo cuando apenas percibió un leve aroma amargo que lo erizó por completo. Su cuerpo reaccionó con un acto reflejo, igual que una fiera hambrienta que se convierte en una máquina de matar cuando tiene hambre. Los ojos de Isak se dilataron y un gruñido bajo creció en su garganta como una flor. Se volvió y de un salto su cuerpo se estrelló con el omega que su alfa demandaba devorar.

Se sintió como un mismísimo león frente un ciervo delicado y débil, sus manos lo rodearon con fuerza y el cuerpo cayó al suelo debajo de él. Su cabeza se chocó contra el suelo y, sin embargo, el deseo y el dolor del celo viajó por sus venas para demandar sus acciones. Su piel ardía, era como un fuego despiadado sobre su tacto, rompiéndolo. Sintió unas manos en su pecho y gruñó con fuerza, el tacto de otra persona generó que su cuerpo reaccionara necesitado, quiso tomarlo de la cintura, quiso arrancarle gritos y gemidos de placer para saciar su hambre y, al contrario, lo único que recibió fue una bofetada y una descarga eléctrica que lo hizo volverse al suelo y retorcerse de dolor. Escuchó una queja, mientras suspiraba y gemía a dolorido.

—Alfa inútil, estúpido —rugió con su voz seca. Abrió los ojos y observó en sus manos enguantadas en látex aquel aparato eléctrico que siempre había visto que llevaban los policías. Hizo una mueca y lo miró al rostro de belleza despiadada. En aquella cara engañadora y mentirosa—. Tan tonto, ¿Quién te crees con el derecho de tocarme? Me das asco. Alfa insuficiente, ridículo. Y como llegues a moverte meteré un palo con clavos en tu maldito ano para ver si segregas otra cosa además de sangre. Quieto.

Apretó los dientes y se mordió los labios, lo vio alejarse y traer una bandeja de metal que dejó en el suelo. Intentó levantarse, jadeando despacio; el cuerpo de Isak se sentía débil y el aroma amargo del omega era como un imán a sus deseos. De espaldas pudo verlo mejor, era de contextura pequeña, como todo omega normal, un cuello de aspecto suave y el cabello rizado que caía por su nuca. Sus ojos lo analizaron por completo, cansado, y se relamió los labios, era medianamente alto y delgado. Incluso podría devorarlo por completo. Su alfa aulló por reclamar a ese omega. Sin embargo, cuando lo vio volverse la mirada de aquél lo hizo retroceder un paso. Se quedó en silencio e Isak apretó los puños, un gruñido demandante y feroz vibró en su garganta, esperando que el omega se rindiera, que bajara la mirada, sumiso ante él.

Pero el omega se quedó quieto en su lugar, con el rostro neutro y los ojos oscurecidos viéndolo como una entidad demoníaca. El omega ni se inmutó de sus gruñidos, no hizo gestos y sus ojos no reflejaban sentimiento alguno. Parecía tan inhumano que Isak se calló la boca.

Pero sintió aquellas leves feromonas en su olfato, pequeñas, apenas naciendo en el entorno. Sus manos inquietas no se despegaban de la vista del omega. Y cerró los puños, respirando el miedo que llenaba la habitación.

El chico frente a él dio un paso sin mover la cabeza, como si fuera una máquina sin vida y programada para asesinarlo con simples gestos. Su mirada le enfrió el cuerpo entero y un nudo creció en su garganta. Isak no escuchó a su alfa gritarle que se arrojara al omega. Porque sabía, lo sentía, que no era normal.

Las feromonas aumentaron, sofocándolo. Se agarró del cuello, rascando la piel, el calor volvió a aumentar y retrocedió ante el omega. Se quedó quieto.

—Come lo que traje, y si no lo haces te las verás conmigo. Aunque te dé asco el sabor te lo tragarás, es una orden. Si quieres que tu celo termine lo vas a hacer. Acabará con tus necesidades.

Se volvió e Isak iba a caer al suelo rendido. Sin embargo, el omega se detuvo e hizo a un lado la cabeza. Lo miro de reojo y su voz lo dejó petrificado en su lugar. Sabía que no debía decir nada si quería sobrevivir al menos un día más. Isak, le susurró el Omega despacio como un suave beso cálido, vuelves a usar tu voz en mí y arrancaré tus cuerdas vocales junto con tu lengua. El Alfa se quedó atónito, helado frente a la presencia ajena cuando esta desapareció de su vista en un movimiento. La luz de la puerta lo dejó en las penumbras de la soledad, de un aroma amargo que se sentía en el suelo fermentado y en el aire estancado.

Isak se encogió de hombros cuando sintió su propio miedo.





  

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora