—Ilya ya no me habla —murmuró con la vista perdida. Observó sus manos blancas, secas y adoloridas. Había estado cepillando por horas el suelo manchado con la sangre que Drozhin había expulsado de sus labios. Había tenido un ataque en medio de la noche y ahora se encontraba bastante drogado como para recordar su propio nombre. Ezra frunció el ceño—. Mi cachorro está enojado conmigo... ¿Es acaso eso posible? Es demasiado pequeño como para entender lo que vió...
—Yo lo estaría —la voz de Isak se escuchó grave y distante, el Omega se volvió con la vista enojada. El alfa se encontraba cruzado de piernas sobre la cama, concentrado en su bandeja de comida—. Es decir, supongo que es normal para un cachorro como él, ¿No?
Ezra frunció el ceño—. ¿Un cachorro... Como él?
—Cariño, es hijo de dos alfas —el rizado se tensó, los ojos verdes del más grande lo miraron e Isak se mantuvo constante a pesar de la incomodidad que reflejaba el rostro del Omega—. En especial de alguien como tú, Ezra. Eres una persona físicamente extraña, no envejece tu piel... No se marchita. Incluso llegué a pensar que te vuelves más joven al pasar los años. Definitivamente esa cosita linda que acunas en tus brazos cada noche no será un cachorro común como el montón. Viniendo de un alfa como Drozhin y... Tú, no me sorprendería que se desarrollara con tanta rapidez.
—Hablas como si él fuera... —
—¿Una aberración de la naturaleza? Tal vez —Ezra lo miró perturbado, no era las palabras que iba a usar, e incluso se sintió ofendido por la manera que Isak dijo aquello, su labio se volvió una fina línea y observó los ojos rojos del alfa, tan intensos, el más chico bajó lentamente su mirada por el cuerpo del Omega—. Supongo que notó el olor de otro alfa en un tu piel... Tal vez... Está enojado no contigo, sino por mí. Por mis feromonas.
—Supongo... —Ezra lo miró con más atención, Isak se perdió y lentamente la mente del más grande se puso en funcionamiento. Ezra ladeó la cabeza.
—¿Cómo crees que se pondrá cuando se entere que es producto de una violación? —Isak preguntó y el Omega sintió como si lo abofetearan, el choque de aquella pregunta en su mente hizo que miles de pensamientos negativos impulsaran en él. Los ojos esmeraldas de Ezra se clavaron en aquél, horrorizados por la crudeza de la pregunta. Como si fuera nada. De repente un ligero cosquilleo detonó en el tacto de sus manos.
—¿No crees que es un tema demasiado delicado como para soltarlo así? —comentó sin poder ocultar su furia. Isak lo miró—. No vuelvas a decir esas cosas frente a mí.
—Mh —murmuró, el alfa bajó la mirada. Ezra lo seguía fulminando, analizando cada movimiento y respuesta. El carmesí de aquella mirada se pegó en él—. ¿Creerá que tú lo odias... Si supiera?
—Alfa —advirtió. Ezra lo miró de pies a cabeza, Isak estaba distinto y eso era evidente. Su actitud le era chocante, sus ojos, el color... Ezra se sintió incómodo. No recordaba que Isak fuera tan entrometido y cruel, había recordado las advertencias de Drozhin. De las posibles consecuencias de devolverle la humanidad a una bestia. Y tal vez, Isak estaba cruzando por ello. Ezra respiró profundo, analizando—. ¿Y tú...? ¿Recuerdas algo cuando... Cuando tenías tu otra forma? Cuando te transformaste por primera vez, ese año, tú...
—No mucho —murmuró y Ezra se sintió intimidado por sus ojos. Intensos, fuertes, parecían más grandes ese día. Como si lo comiera completo, como si al mirarlo de esa forma le arrancara un pedazo de sus secretos con las garras. Ezra involuntariamente llevó una mano a su hombro, a su cicatriz monstruosa—. ¿Y tú, tú recuerdas dónde estabas?
—¿Eh? —murmuró—. No... No sé a qué te...
—¿Lo recuerdas?
El Omega frunció el ceño ante su mirada, sintió un escalofrío incómodo recorrer su piel y rápidamente respondió ofendido—. Estaba en mi cas... —se quedó callado, con la palabra sin terminar en la punta de la lengua. El rostro de Ezra se sonrojó fuertemente y la presión en su pecho se intensificó cuando oyó la risa suave que Isak había soltado.
ESTÁS LEYENDO
EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...