cuatro

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Alfa.

Qué podía hacer un alfa, tan fuertes, tan demandantes y autoritarios. Seres superiores que reinaban la jerarquía del mundo. Cuando a sus catorce años descubrió que era uno su pecho se llenó de orgullo. Tenía a las más bonitas omegas tras él, tenía dinero, poder, tenía todo. Y sin embargo, que ruin ser se encontraba frente a él.

Tan silencioso como una pantera, con aquellas manos cubiertas de látex como si él fuera un enfermo. Notaba las vendas en algunas partes de su curvilíneo cuerpo, tan delgadito, tan minino que su alfa rugió al verlo ahí. Un Omega. Un hermoso Omega que le helaba la sangre con una mirada.

Con aquellos ojos fríos, odiosos. Tan miserable era su nivel que nadie los tomaba en cuenta para grandes cosas, por ser tan frágiles. Tan débiles.

Pero algo estaba mal, algo no se encontraba bien ahí, la naturaleza misma era desafiada por un ser más bajo que él. Y es que, ¿Dónde se había visto un alfa sumiso frente a un Omega? Qué anomalía, qué fenómeno. Qué son los instintos cuando el miedo y el terror gobiernan la mente. Nada.

Nada. Él no era alfa frente aquél Omega.

—Ven —habló bajo, levantó la cabeza y lo observó a un lado de la puerta. Bajito, serio y hermoso. Su rostro le quitó el aliento, sus finos labios se apretaron y sus pómulos eran iluminados por la luz de afuera. Los ligeros ángulos de su rostro se marcaban y suspiró frustrado. Un maldito Omega.

—¿Qué?

—Que te voy a mutilar el pene si te haces el tonto —rugió molesto, Isak se levantó al instante—. Buena mascota. Al menos eres obediente ahora.

Se acercó y su cuerpo se puso rígido frente a él, el Omega traía una camiseta ceñida a su cuerpo, pantalones de vestir cortos con tirantes. Se vestía tan formal que se moriría en carcajadas si no se tratara de él. Apartó la mirada y sus labios se convirtieron en una fina línea. El Omega quedó frente a él, mirándolo con asco.

—Isak... No soy rencoroso... Pero... —se acercó y obligó a que lo mirara, parecía tan inmune al miedo, al terror, lo tomó de la mano y casi se sentía hechizado por sus orbes—. Un dedo por cada error.

Frunció el ceño al escuchar eso y bajó la mirada cuando una sonrisa burlona apareció en los labios del Omega, casi no llegó a gritar cuando sintió el corte pleno de su meñique, este cayó al suelo y la sangre se liberó abundante. Se desgarró, su garganta ardió cuando llevó la mano temblorosa hacia su pecho, la sangre lo manchó por completo y las lágrimas cubrieron sus ojos. No podía ver con claridad.

—Yo me quedaré con esto, saldré esta noche —el omega tomó el meñique e hizo una reverencia—. Que disfrutes de la tuya, Isak.

Avanzó y estaba por salir. Isak cayó al suelo de rodillas, llorando, sollozando como loco mientras sus piernas y pecho se bañaban en sangre. No sé detenía.

—¡¿Qué mierda quieres de mí?! ¡¿Qué basura necesitas para que me dejes en paz?!

—Nada importante Isak —murmuró sin siquiera mirarlo—. Sólo quiero destruir a tu alfa. Voy a eliminarlo por completo de ti. Y si resulta, la jerarquía dejará de existir. Suerte, chico. Vaya a ser que termines como los otros.

Se quedó perplejo, asustado frente a una nube de oscuridad. Su boca se secó cuando escuchó la llave cerrar la puerta. 

—¿Otros...?









SIN EDITAR.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora