doce

3.6K 406 43
                                    

Doce años antes. 

—¿Vienes por él? —el alfa se paró de su asiento, alarmado, como si la presencia del otro hombre en la habitación se tratase de la mismísima muerte que venía a por su hijo. Se colocó delante de la puerta como instinto y sintió que su piel se erizaba al sólo notar su mirada sobre él. 

El alfa frente suyo entrecerró los ojos como si estuviera cansado de la situación y, también, como si la razón de su visita fuera más que obvia. La presencia pesada que dejaba en la habitación sofocaba al alfa de menor rango, y no fue discreto cuando tragó saliva con dificultad y estiró la mano detrás suyo, tocando apenas el arma que escondía.

El alfa que lo inspeccionaba se acercó con tranquilidad, joven, con ese rostro neutro y esa mirada seca e intrínseca que no revelaba ninguna intención hacia el mundo. Era un alfa joven, de no más de veintiocho años con una presencia mayor que muchos otros. No era la única razón que lo inquietaba, sino más bien, era el oficio al que se dedicaba.

Drozhin era un alfa que experimentaba para los más poderosos, para la gente rica y rencorosa que mandaba a sus enemigos como conejillos de India para este joven. Pero bien, también se encargaba de ser el hombre que creaba curas para enfermedades graves. Y la única esperanza para salvar a su omega destinada. 

  —Me prometiste su mano en cuanto su celo esté presente — habló, y se sentó en el sillón de terciopelo, mientras la luz del hogar a su lado iluminaba su cara—. Ya cumplió la mayoría de edad. Vengo por él. 

—Escucha... —resopló poco convencido de lo que iba a decir—. Agradezco el que hayas salvado la vida de mi omega pero... 

—No existen peros —rugió con dureza, el alfa más viejo se encogió un poco, pero evitó bajar la mirada—. Me prometiste su mano, curé a tu omega de una enfermedad peligrosa y lo único que pido es a mi omega. Cabe destacar que Ezra es un omega hombre, nadie además de mí lo reclamará por asuntos del corazón. 

  —No... No se podrá... —negó—. Es mejor que te vayas, te entregaré el dinero que debí darte, las circunstancias con Ezra son... delicadas. 

Lo observó neutro, tranquilo, como si la noticia se estuviera procesando  en su cabeza con lentitud. Los ojos del alfa se clavaron en los suyos con fuerza, penetrantes, asesinos con solo verlos. Su cuerpo entero se alarmó cuando se levantó de la silla con elegancia, firme, se acomodó el traje y elevó la mirada con tranquilidad. 

  —Me prometiste...—se acercó hacia él, retrocedió unos pasos y buscó con desesperación sostener el arma en su espalda baja, sintió su respiración fuerte y el aroma putrefacto del enojo emanar de sus poros—. Que me lo darías, te pido por favor que me lo entregues en las buenas o considérate un objetivo para mis próximos proyectos. 

Tragó saliva, con las manos temblando y su alfa interno neutro ante la presencia de uno más fuerte. Sintió su mano helada, tan fría sobre la suya, tomando el arma con cuidado y arrojándola al otro lado de la habitación. Su boca temblaba y no pudo defender el estado de su hijo como le hubiese gustado, sino que el nerviosismo y la pesadez de la presencia ajena lo estaba matando. 

—E-es un alfa... Ezra se presentó como un alfa... —confesó agitado, el hombre frente suyo abrió los ojos, mostrando la sorpresa que sentía en su interior. Lo tomó con fuerza del cuello y lo empujó contra la puerta de madera pulida detrás de él. 

—¡Mientes! —rugió molesto, lo hizo a un lado mientras su corazón se aceleraba ante la noticia, el padre del chico cayó al suelo y se encogió cuando el alfa contrario usó su voz en él—. ¡¿Dónde está?! 

— E...En... su habi...tación... —el padre de Ezra apartó la mirada, asustado cuando observó los ojos rojos del alfa enojado. Escuchó la puerta cerrarse con fuerza y trató de levantarse. Sus piernas temblorosas y el aroma putrefacto del enojo lo dejaron descompuesto. 

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora