—E-ezra...Jadeó tomándolo del cabello, sus dedos se perdieron en las hebras suaves y sedosas, el cabello del omega estaba húmedo, tibio, y la satisfacción de sentir el delicioso aroma que desprendía no hacía más que llenar su lujuria momentánea. El alfa miró a Ezra una vez más antes de cerrar los ojos con fuerza, fundiéndose en el placer y el calor, sentía el cosquilleo abrazar su cuerpo entero, su piel, todo aquél lugar que era tocado por las dulces y pequeñas manos de ese bonito ser que gemía debajo suyo. La mirada de Drozhin estaba tan dilatada al punto cuál de perder el color grisáceo de sus orbes, verdaderamente no quería que acabara, no quería dejar de moverse contra Ezra, de acariciar su cuerpo, de sentir cómo todo ese calor interno lo arrastraba al placer absoluto.
Y se inclinó para besar su espalda, Ezra se removía contra la cama, jadeando y ensalivando la almohada por doquier, las manos del alfa lo tenían aprisionado de la cintura. Ya la piel blanquecina se había tornado roja, ardiente como brasas, liberando feromonas tras feromonas que enloquecía al mayor. Las embestidas que le atinaba eran tan profundas que Ezra ya no tenía fuerza alguna para levantar el brazo y calmar al alfa sobre él. La lengua que lamía su piel dejaba chupones, besos, el cuello del Omega no era más que un camino de cardenales rojizos, tan notorios, brillantes por el sudor.
—Tan bonito... —susurró bajito el alfa sobre el oído del Omega, de repente soltó su cintura, su mano recorrió su espalda, su omóplato derecho y su hombro, la suavidad de su piel causaba cosquillas en su tacto, y acariciar aquél cuello blanquecino no hizo más que aumentar sus ganas de morder la zona. Drozhin recorrió la piel con delicadeza, alzando la barbilla, obligando de a poco a que el joven Ezra arqueara la espalda—. Así... Así... Mírame, Omega.
Ezra ladeó la cabeza, sus mejillas encendidas y su mirada perdida, el color esmeralda de sus ojos estaba apagado, cegado, ciego por la lujuria que su cuerpo le sometía a sentir. La droga que le había inyectado el Omega lo había dejado tan tonto y sumiso que tan sólo parecía un alma ausente ante el acto. La saliva cayó de su boca cuando los dedos de Drozhin se hundieron en la boca del chico, las estocadas se volvían más rápidas, los gemidos más fuertes y los ojos del Omega empezaban a perderse más, entre el calor insoportable y el dolor de sus músculos. Ezra gimió quedito cuando Drozhin lo obligó a pegarse a la cama, salió de él con rapidez y el Omega jadeó de dolor, el vacío que sintió le fue primeramente incómodo y las nuevas sensaciones que sentía no hacían más que darle vueltas la cabeza.
Cuando el alfa le dió la media vuelta Ezra quedó frente a frente con aquél, perdido, desolado en sus pensamientos, sus ojos llorosos no podían desifrar el rostro envejecido de aquél hombre. Las feromonas que soltó Drozhin hizo que Ezra se removiera incómodo, mientras el lubricante y el semen que salía de su entrada se escurría entre sus nalgas. El alfa volvió a acomodarse en él, acomodando sus piernas a cada lado, acariciando los muslos regordetes, yendo hasta el centro cuando se topó con la hombría de Ezra. El Omega llevó una mano temblorosa a sus ojos, bloqueando la vista.
—Alfa... —gimió y arqueó su espalda cuando el otro entró con suavidad, lento, profundo, rozando el punto dulce que hizo vibrar al Omega. Drozhin llevó nuevamente su mano al cabello de Ezra, acercándose, buscando su mirada esmeralda, lamiendo sus lágrimas cristalinas, saladas. Los labios del hombre besaron las mejillas calientes, el cuello, todo. Ezra gemía con cada embestida, tan cegado y ausente que cuando miró a los ojos al hombre frente a él no pensó en quién mierda era. No pensó de quién se trataba. Lo único que lo guiaba era aquella necesidad, lo único que le llamaba la atención era que se trataba de un alfa, uno que podría calmar el dolor y la desesperación que su cuerpo estaba obligando a someterle.
Ezra recorrió su mirada por todo el rostro del hombre, como un niño curioso, y Drozhin se detuvo por un instante, agitado, con el corazón latiendo a mil por la repentina intimidad que sentía. Su alfa interior estaba rugiendo orgulloso, enloquecido, mientras sus orbes grisáceas se perdían en aquellas esmeraldas, en aquellas pequeñas manos que tocaban sus mejillas, sus hombros. El alfa infló su pecho emocionado, y se acercó para besar al Omega debajo suyo, metió su lengua con lentitud, fuerte, desesperado. Volviendo a entregar aquellas estocadas poco delicadas para sentir los gemidos dentro de su boca.
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EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...