cuarenta y tres

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Cuatro meses después.

—¿Crees que está mejorando...? —habló bajito, el alfa aflojó la mirada. Las mejoras en la piel de Ezra iba tan lento como un caracol, el cuello y el hombro seguía pareciendo una pintura abstracta entre el color rosáceo y el rojo. Sentía el temblor de sus hombros, sus manos pequeñas y frías se arrastraron como serpientes por toda su cicatriz, odiando cada centímetro, cada espacio de todo veneno. Drozhin se quedó callado un instante mientras aplicaba la crema con cuidado. Sintió el malestar del Omega en segundos.

—Irá bien, no te preocupes.

—Tengo el aspecto de un monstruo —susurró y Drozhin apretó los labios, el cabello rizado de Ezra caía largo sobre sus hombros. Tan claros, tan bonitos y sedosos que tomó uno y lo estiró para ver cómo volvía a su estado original, la piel tersa de su espalda era tan distinta a sus heridas, y lo sintió, sintió el brillar de las lágrimas sobre sus ojos aún cuando estaba detrás suyo.

—No eres un monstruo, Ezra —comentó, y aunque le hubiera gustado decirle algo más se calló la boca. Sintió que su alfa se retorció en su interior enojado, y sin embargo, no sé inmutó. El Omega se volvió, con su gloriosa belleza inhumana y aquellos ojos verdes brillantes. Drozhin sintió que su piel se erizó y apartó la mirada cuando peligrosamente paseó su vista por su abdomen, la gran cicatriz, su estómago plano y aquellas bonitas curvas que tanto le llamaba la atención.

—¿Esto no se arreglará jamás... Verdad? —preguntó en un hilo de voz, Drozhin lo miró y apretó los labios. Era tan hermoso. Tan irreal que se quedó tildado ahí, observando, recordando su juventud, sus palabras, y todo lo malo que había hecho. El dolor que se presentó en su pecho ardió como el fuego en Troya, la voz se le fue, se encerró tímida en su garganta. No, porque sabía a lo que se refería y sin embargo esa pregunta iba más allá de sus razones. No arreglaría jamás esa terrible cicatriz, no arreglaría sus recuerdos, su pasado, todo lo que había hecho. No arreglaría el relato de su primer amor de mierda, tan asqueroso y abusivo, no arreglaría nada.

Porque seguiría igual. Seguiría igual hasta sus últimos años, porque aunque aceptara la idea de perderlo, de controlar a su alfa todo seguía ahí latente como el primer día y el inicio de toda destrucción. Porque era consciente que le había arruinado la vida y sin embargo estaba cómodo con su compañía. Que había tenido un cachorro en contra de su voluntad y para empeorarlo no podía devolverle la humanidad al alfa que le gustaba. Bajó la mirada, era la peor escoria de alfa, y sí, no había más animal que su estúpida y alta jerarquía.

—No... —susurró y el Omega frunció el ceño, apunto de llorar—. Es decir... No, no lo sé es... Es una herida muy grande Ezra. No se arreglará de un día para el otro.

Ezra se volvió angustiado, rápidamente se colocó una remera color vino holgada y se apoyó contra un mueble, buscando estabilidad. Sintió las feromonas de tranquilidad que Drozhin liberó cuando se angustió y lloró más por eso.

—Ya deja de hacerlo... —sollozó—. No soy Ilya, no me calma, Drozhin.

—Perdona —murmuró—. Yo...

—No... no, no te disculpes es que yo... —el alfa miró sus manos, temblaban, Ezra se dio la media vuelta y corrió hasta salir del baño—. Necesito estar a solas unos minutos...

—Ezra... —lo llamó y el Omega se perdió de su vista. Drozhin apretó los labios y bajó la mirada, apretó el pote de crema con las manos. Se suponía que debía sanar, o al menos arreglarse un poco. Dejó el recipiente sobre el mueble blanco y suspiró cansado.

—Mamá llora —escuchó la voz de Ilya y su mirada gris chocó con su cachorro de pie en el umbral de la puerta. Su cabello rizado castaño oscuro caía apenas sobre sus costados, su rostro preocupado, tenía un peluche de mono en su mano derecha que caía sobre el piso y el enterito de jean que le había arremangado en los pies se había desarmado. Traía un tirante sin poner y la remerita amarilla tenía una mancha de tierra en su costado. Su primogénito lo miró con grandes ojos exigiendo una explicación—. ¿Pa?

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora