ocho

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Isak se removió en el auto inquieto, la inseguridad que sentía en su interior era plena y muy ajena a la naturaleza con la que nació. Observó por la ventanilla con el rostro fruncido, liberando feromonas de irritación sin darse cuenta. Y es que el problema y el punto de su enojo e inseguridades estaban en aquellas palabras. Aquél Omega pequeño y joven. Ezra era todo lo contrario a lo que el mundo tenía entendido como Omega. Portaba esa mirada cínica en su hermoso rostro, que siempre terminaba por detener un segundo su corazón. Porque siquiera su voz de alfa causaba impacto en él. Nada. Apretó sus puños y sintió el pinchazo en su palma por culpa de su unión con Ezra. A veces no se sentía Alfa frente de él. No sé sentía humano. Solo un maldito peón de su tablero de juegos.

Apretó los ojos con dolor, se sintió devastado, nervioso. ¿Qué sería de él si no cumplía? Qué pasaría si al simple error no lo perdona. Se secó el sudor con rapidez y sus ojos viajaron al perfil del Omega un asiento delante suyo. Su corazón se llenó de puros latidos desesperados que buscaban calma, los labios de Isak se secaron y el sudor de su cuello caía en débiles gotas pequeñas. Ezra era tan hermoso, tan bonito, el aspecto de su piel hacía querer morderla, sus pequeños rizos estaban bien peinados y el aroma de su perfume lo embriagó por completo. Se recostó con más relajación en el asiento. Y volvió la vista hacia sus manos.

Tenía las venas marcadas, violáceas, verdes, la piel de un excesivo pálido que lo dejó sin suspiro. Su unión con el Omega brillaba gracias a los faroles de luz que aparecían de vez en tanto, frotó sus manos intentando darle calor. El clima afuera era medio monstruoso, la nieve dejaba mucho que desear. Al rato observó otros autos pasar a su lado, y los inspeccionó con cuidado. Los vidrios  blindados no lo dejaban ver a sus pasajeros, la acción se volvió aburrida y dirigió su mirada a Ezra. Apoyó su cabeza contra la vidriera y se quedó ahí, observando el rostro neutro de quien tiene el poder de matarlo.

Era un Omega muy elegante a decir verdad, tenía costumbres viejas, incluso la fachada de su casa parecía de otro siglo. Todo en él parecía no encajar en el mundo. Su forma de actuar era demandante, autoritario, la dulzura de su voz a veces lo engañaba a sus decisiones y terminaba aceptando. Era delicado. Su cuerpo, su belleza maldita, sus labios rosados, todo por fuera era tan distinto y ajeno a lo destructivo de su corazón. Ezra podía ser de todo. Pero menos un Omega.

Tal vez, la naturaleza había sido injusta con él.

—No hables con nadie a menos que yo te lo permita —habló con suavidad, Isak arrugó el entrecejo—. Y si te digo que apuñales a alguien con una daga, lo haces.

Se sintió oprimido, y se levantó en protesta, observó la mano blanquecina y pequeña de Ezra entregarle las tres dagas que había dejado en su habitación. Tragó saliva, y lo miró a los ojos. Esta noche los ojos de aquél estaban dilatados, grandes, sintió un miedo recorrer su cuerpo y las tomó con lentitud. Ezra se acercó más, sin pestañear, sin mover alguna facción de su rostro. Isak se sintió aterrado por un segundo.

—Tú serás mis manos ¿Me escuchas? —susurró, el alfa retrocedió unos centímetros—. Serás mis oídos, mi seguridad y protección. Y como te atrevas a hacer alguna estupidez te dejaré ciego.

Tragó saliva asintiendo, el auto se detuvo y remojo sus labios secos. Isak guardó las dagas dentro de su traje bajando la mirada. ¿Tendría que matar a alguien de verdad? Se sintió sumamente seguro y asustado ante la posibilidad, definitivamente Ezra estaba escaso de humanidad, tanto para decidir sobre una vida y como para privar su libertad. El chofer le abrió la puerta y lo vió salir del auto, aquél traje a su medida resaltaba bellas curvas y un porte elegante. Tuvo que salir también él, y no pudo siquiera despegar la mirada de aquél ser. Como siempre, su belleza inminente contrastaba con su fría mirada, tan hermoso, tan bonito Omega que hasta parecía mentira. Se volvió hacia Isak, y este se sintió completamente hechizado ante sus ojos verdes. Bajó la mirada y frunció el ceño recordando sus palabras.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora