treinta y uno

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—Señor... No creo que sea buena idea—le advirtió el Jones con la mirada preocupada.

—Pero... —Drozhin bajó la mirada al bebé que tenía sobre sus brazos. Envuelto en una suave manta blanca que lo mantenía cálido y seguro, los ojitos verdes de este se perdían en su rostro y su alfa rugió en su interior como una gran llamarada, el cachorro bostezó y sus pomposos cachetitos se tiñeron de un bello carmín que lo dejó callado al instante. Lo apretó con fuerza contra su pecho, mientras la beta a su lado extendía los brazos para tomar a su hijo—Solo quería...

—No es tiempo Señor Drozhin —dijo el beta seriamente, suspiró y bajó la mirada como si estuviera cansado de la situación. El alfa frente suyo frunció el ceño con ligereza mientras la mirada marrón del beta subía a sus ojos—. Su Omega necesita recuperarse tanto física como mentalmente, transcurrió un mes desde que dió a luz a Mijaíl y sin embargo...

—Lo sé —susurró el alfa tragando duro, su vista se desvió como si de repente no soportara el nudo que se formó en su garganta, podía oír a Ezra incluso desde el segundo piso y no hacía más que alterarlo de todas las formas existentes. Sentía su cuerpo vibrar de la alegría y excitación, su alfa rugía orgulloso y tan sólo quería entrar ahí, con su hijo en brazos para demostrarle el bello y pequeño ser que trajo al mundo—. Entonces entraré solo —asintió, subiendo por las escaleras, la beta a su lado se volvió y Drozhin la detuvo con tranquilidad—. ¿Puedes esperarme fuera de la habitación con él? Llora mucho cuando me alejo.

—Sí Señor Drozhin —la mujer bajó la mirada, el alfa miró a su bebé y notó cómo este se perdía en la atracción del cabello anaranjado y largo de la beta. Suspiró con cansancio, con más miedo que alegría esta vez, escuchaba la voz de Ezra clara, su respiración, sólo esperaba que el dolor de sus cicatrices no sean tan fuertes.

Ambos betas detrás de él se encontraban en silencio, el señor Jones le había advertido numerosas veces sobre su Omega y lo alterado que se encontraba. Habían transcurrido cuatro largas semanas de recuperación para reconstruir la estabilidad del chico, y Ezra, finalmente despertó esa mañana.

Cuando ya se encontraban en el segundo piso Drozhin se detuvo a dos puertas de la habitación de su Omega. Podía sentir la tensión y las feromonas de miedo que salían de ahí, lo sofocaba tanto que su alfa rugió molesto por aquello. Su vista se volvió al cachorro, y notó que su rostro se había puesto rojo, como si estuviera a punto de llorar.

—¿Seguro que va a entrar Señor? —le preguntó Jones despacio, el alfa se quedó quieto y asintió lentamente. Se acercó a la puerta y buscó calmar su mente, sus manos ardían, y cuando tomó el pomo y giró lentamente sus ojos se dilataron por completo.

Drozhin se quedó petrificado a un lado de la puerta, aspirando con fuerza las feromonas pesadas de Ezra, escuchando sus quejidos, sus gritos. Sus puños se cerraron lentamente cuando presenciaron la mirada verde y cristalina. El cabello rizado de Ezra estaba desordenado y desecho, su rostro estaba rojo por la lucha que hacía al intentar alejarse de las mujeres beta que buscaban calmarlo. Era tan pequeño, tan lindo, su barriga había bajado bastantes centímetros y luchó contra la necesidad de ir y abrazarlo. Recostarlo sobre aquella cama y pedir que trajeran a su cachorro para que viera a su madre.

Sin embargo, también pudo presenciar cómo el rostro de su Omega se deformó en terror cuando lo vio de pie a un lado de la puerta. Su alfa gruñó por la reacción y Drozhin se quedó quieto, perplejo y avergonzado por la actitud que había tomado. Su pecho dolió como el infierno cuando Ezra negó y retrocedió, el llanto se asomó por sus ojos con rapidez y su cuerpo se volvió un manojo de nervios y miedo. El alfa frunció el ceño, preocupado y se acercó tres pasos cuando el Omega se liberó, como si el terror por verlo le hubiera dado la fuerza suficiente para liberarse de otras manos.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora