nueve

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—Y-yo... —las palabras le quedaron atascadas en la garganta. Sintió la fina mano blanquecina de Ezra, y la miró con rapidez, el anillo brillaba con más notoriedad a la luz del lugar y no pudo sentir más que miedo ante eso—. No puedo. No puedo yo...

—Eres un alfa —gruñó con fuerza el Omega, se hizo para atrás sorprendido y bajó la mirada—. Eres un maldito alfa que posee la fuerza necesaria para hacerlo.

—No puedes pedirme eso, eres un Omega —habló con rapidez, frunciendo el ceño y tomando con suavidad su mano. Ezra se alejó, su rostro cambió a una ira pura, al enojo claro en sus ojos—. No... Deberías pedir eso, ni tampoco podría.

—Eres un desperdicio —escupió de manera venenosa, las feromonas del hombre se intensificaron e Isak se sintió débil ante eso. Era enojo—. Dame eso.

Adentró la mano en su traje y le quitó las dagas, lo sujetó con suavidad—. Ezra.

—No tienes derecho a llamarme por mi nombre, alfa —el Omega apartó la mano nuevamente, y lo miró de pies a cabeza. Se dió la media vuelta y caminó hacia aquella dirección donde el hombre se había perdido. Ezra calmó sus sentimientos, evitando el flujo de feromonas agridulces que estaba liberando. Se detuvo un segundo y apretó con fuerza la daga sobre su mano. Estaba cerca de encontrarlo, había pasado meses buscando a ese hombre y al final este vino hacia él. No sabía si eso era buena o mala señal.

Observó la puerta entre abierta que revelaba aquellos pasillos bien decorados. El aroma a limpieza del lugar  lo tambaleó y entró en aquella habitación apenas iluminada por una lámpara. Observó con atención, era un estudio pequeño, lleno de libros, un hogar sin prender y un escritorio con papeles ordenados sobre él. Y estaba ahí, de espalda a él. Su cuerpo entero se estremeció y evitó soltar un jadeo cuando se volvió frente suyo, estaba más viejo, al parecer los años habían caído como siempre.

—Ezra.

Apretó los labios, ocultando sentimiento alguno en su rostro.

—Padre.

El hombre frente a él hizo una reverencia, y no respondió. El nudo que se formó en su garganta le molestaba, y su mirada hipócrita le daba vuelta el estómago.

—Sigues siendo igual de joven —le habló, su voz gruesa, vieja—. No te veía desde tu adolescencia, hijo.

—Pasaron cosas durante tu ausencia, padre —caminó con elegancia y lentitud, tratando de tranquilizar su corazón. Tocó el lomo de un libro gordo que estaba apoyado en un estante—. Cosas... Inapropiadas. Asquerosas, repudiables, odiosas... Pasaron muchas cosas.

—Eres un Omega, debes aceptar el destino que se te impuso —Ezra apretó con fuerza la daga y se volvió con extrema paciencia hacia su padre. Se acercó de la misma manera que se acercaba a Isak, lenta, sigilosa. No sabía si era para intimidar, o si era para saber si había miedo en los ojos de la persona frente a él. Cuando veía a Isak notaba el miedo que le tenía. Incluso para un alfa, el miedo era superior a su naturaleza. Pero veía a su padre, y lo único que encontraba era un vacío negro y solitario.

—Un Omega... —susurró—. Un Omega chico... —apretó la daga, y abofeteo a su padre con fuerza, una fina línea de sangre le atravesó el rostro, y escupió con desprecio sobre sus ojos cuando el alfa cayó al suelo—. Esto te mereces y mucho más puerco asqueroso. Me vale mierda tu edad, tu estatus, tu condición de alfa. Me vale mierda si decido dejarte con los intestinos fuera del cuerpo, como tú decidiste mi destino yo dictaré tu muerte. Porque soy Ezra, Ezra, no un Omega, ni un beta ni alfa. Soy Ezra. Y no permitiré nad-

Se detuvo y retrocedió al instante, su padre se cubría la cara con fuerza mientras la sangre se le escapaba de las manos. Ezra tembló, y la daga se le cayó de la mano, maldijo en su interior y frunció el ceño cuando sus ojos se cristalizaron y el calor empezaba a quemarle la piel. Empezó a sentir el peso de sus feromonas en la habitación, del calor entre sus piernas y el agudo dolor de su estómago y espalda.

Lo apretó con fuerza y cayó al suelo, jadeando, la risa de su padre era eco en sus oídos. Sus pies parecieron dormirse y se sentía débil, pequeño, se sentía menos.

—No puedes negar lo que eres, Ezra, porque eso eres, un Omega, un dulce Omega débil. Una carga, mira tu condición, siente cómo el celo te pone en tu lugar —Ezra apretó los dientes. Tomó la daga y reunió todas las fuerzas que pudo para atacar a su padre. Este lo empujó con rapidez y facilidad, dejando su cuerpo inmóvil sobre el escritorio, temblando y necesitado. Las manos de su padre eran frías, mojadas en sangre, y grandes. Gimió y se retorció, dejó que las lágrimas liberaran su pena, su vergüenza.

—Siquiera detienes tus necesidades ante sangre de tu sangre —susurró y lo apretó con fuerza, Ezra se debilitó al instante, sintiendo sus piernas como gelatinas y su ego en el suelo—. Tu cuerpo llama a un alfa, cualquiera que sea, porque no puedes controlarlo, Ezra, tu naturaleza, tu anatomía. Tu mente no puede contra eso.

—T-te... Te mataré...

—Suéltalo —su padre se volvió y Ezra sintió una calma repentina en su cuerpo, se removió mientras las lágrimas caían de su rostro—. Suéltalo.

Su padre olfateó el aire, sintiendo el aroma de Isak, apenas tenue entre lo agridulce, casi amargo. Miró a su hijo.

—¿Es tu alfa?

Ezra jadeó y cerró los ojos con fuerza cuando Isak habló.

—Es mi Omega —El padre de Ezra se carcajeó y se apartó de su hijo. Este último cayó al suelo, débil. Observó a su padre mirar de pies a cabeza a su experimento.

—Chico... —susurró, limpiando la sangre de su rostro—. No sabes en qué te estás metiendo.

—Es mi Omega.

El padre de Ezra sonrió y pasó por su lado, Isak se centró en el aroma agridulce que emanaba aquél. Sintió la presencia del alfa mayor acercarse a él.

—Ezra ya tiene un alfa, y si te metes con su Omega, te hará mierda —se quedó quieto, neutro hasta que lo vio salir. Se acercó con lentitud y observó al Omega vomitar en el suelo.

—¿¡Por qué no lo mataste!? —gritó. O eso intentó, porque no salió más que un sollozo lastimero. El aroma de Ezra lo embriagó por completo, se acercó y limpió sus labios con un pañuelo. Este lo miraba con odio, desprecio. Lo cargó y Ezra lo pateó sin fuerza, se veía débil—. Puedo caminar yo solo.

Isak se apartó y Ezra se levantó, tanteando y temblando, sus piernas no tenían la fuerza necesaria siquiera para mantenerlo y al dar el tercer paso cayó al suelo. Isak apartó la mirada cuando notó la pequeña mancha en sus pantalones. El aroma del lubricante natural de Ezra lo estaba sofocando.

—Justo hoy... Justo hoy... —susurró. Sus rizos estaban despeinados y sintió cómo su cuerpo se estremeció cuando aquél rostro sonrojado, lleno de odio y asco se volvió hacia él—. ¡Vámonos, inútil! 

Lo dejó cargarlo y salieron por la puerta trasera de la casona. El frío bajó y calmó un poco al Omega, lo recostó en el asiento trasero del auto y le dijo al chofer que vuelva a casa. Ezra temblaba, mientras sus ojos verdes contenían aquellas cristalinas lágrimas y sus labios evitaban soltar ruido alguno.

Cuando llegaron volvió a cargarlo y lo llevó a su habitación correspondiente. El aroma de Ezra inundó más sus fosas nasales, su alfa se retorció gustoso y se quedó en trance cuando lo dejó sobre la cama. Ezra se arrancó la camiseta, el listón, y no pudo despegar la mirada de su pecho delgado, con las clavículas marcadas y la pancita apenas notoria. Apartó la vista cuando entró Ángel alarmado.

—Sácalo de aquí... ¡Sácalo! —Ezra escondió el rostro en la almohada y observó cómo sus manos luchaban para arrancarse los pantalones. Isak quedó hipnotizado y volvió a la realidad cuando Ángel lo empujó fuera de ahí. Le lanzó una mirada de disculpa y cerró la puerta. La cicatriz en su rostro fue lo último que su atención captó.

Isak se quedó de pie frente a la puerta demasiado tiempo de lo esperado, escuchando los jadeos de aquél Omega terrorífico, sin sentimientos ni compasión. Caminó a su habitación en un trance absoluto mientras oía gruñidos y gemidos. Se quedó pensando un instante, recordando el cuerpo de Ezra con mayor atención.

Y se preguntó, con la garganta vibrando y los ojos dilatados, sintiendo cómo su alfa gruñía molesto, quién era la persona que dejó una bonita marca en el cuello del Omega.












Tanto tiempo.

SIN EDITAR.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora