Sentía que se ahogaba. La inminente sensación de caer al vacío se apoderó de su cuerpo antes de siquiera abrir los ojos para evitarlo. Se levantó apenas como si la fuerza en su anatomía se hubiera reducido a un gramo por hueso, miró, nada. La nada era aquella que gobernó su visión y generó que el aire chocara con fuerza contra sus pulmones, desesperado, ido por todo. Ezra no entendió la situación cuando se sentó sobre la camilla donde yacía acostado. Tocó su cuerpo, su pecho, parecía que todos sus órganos se hubieran puesto en marcha después de mucho tiempo. Como si los meses, los días, hubieran oxidado cada mecanismo natural que regía lo cotidiano para él, porque, diablos, cada bocanada de aire le era insuficiente para calmar lo que sentía. Sus manos temblorosas fueron a su rostro, su piel fría no lo sorprendió, y cerró los ojos con fuerza. La habitación estaba a oscuras y el hedor a sangre cubría cada partícula que nadaba en el aire. O eso pensó antes de sentir la ventisca suave y fría que entró por la puerta abierta.
La luz que se asomó lo alivió y de repente supo que el cansancio lo agobiaba por completo cuando intentó moverse. Sus pies desnudos tocaron el suelo con temblor, se sentía débil, tan pequeño y sin energías que no pudo evitar marearse al dar el primer paso. El Omega cerró los ojos con fuerza, jadeando, su cuerpo le rogaba descanso y sin embargo, la necesidad de ver lo que pasaba a su alrededor lo llamaba con fuerza.
—Mi bebé... —susurró avanzando, buscando el apoyo que las paredes le brindaba, requería ver a su cachorro, sentirlo en sus brazos. Pero se detuvo un paso antes de llegar a la sala principal, justo cuando la claridad era más evidente y la luz se marcaba con fuerza. Ezra abrió los ojos y centró su atención en las ligeras manchas de sangre que había por todo el suelo. Sintió que todo su peso caía al suelo cuando el aroma a sangre podrida hizo que casi vomitara.
Ezra llevó una mano a su boca y frunció el ceño avanzando, la sala era un completo desastre, la elegancia, los cuadros, los muebles viejos y caros de Drozhin estaban destruidos. La puerta principal estaba abierta y supo al instante que se trataba del amanecer más limpio que hubiera sentido. El viento empujó una de las puertas y Ezra infló el pecho, aire puro, a tierra mojada, sangre... Las feromonas de Drozhin apestaban con fuerza, el aroma de otro alfa.
Sus ojos verdes chocaron con el cuerpo decaído del hombre que alguna vez miró con admiración, terror, miedo. Ezra se quedó tan atónito al sentir su presencia que no pudo mover músculo alguno.
—¿Drozhin...?—lo llamó, el alfa estaba de rodillas en el suelo, parecía dormido, tan tranquilo que no entendió la situación a su alrededor. Su ropa estaba cubierta de sangre, destrozada en algunos lados. Y poco a poco pudo ver cómo su cuerpo se movía al respirar. Ezra dió un paso con sigilo, intranquilo, malas sensaciones se unieron a su cabeza cuando el aroma del alfa empezó a afectarle—. Drozhin...
Lo llamó y escuchó un sollozo a lo lejos. El omega miró para todos lados al notar el llanto de su bebé, tan bajito, tan tímido, como si evitara ser escuchado. Ezra sintió que su garganta se secaba.
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EL LLANTO DE ISAK
WerewolfIsak era feo, pensó, era el tipo de alfa que te desgarraba el corazón de una mirada y te ahogaba al segundo siguiente con su aroma putrefacto. Era el tipo de bestia que te obligaría a correr aun si tuvieras los tobillos rotos, ahí, al primer momen...