diecinueve

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—No lo haré.

—Calmará tu dolor —insistió nuevamente el alfa.

Ezra frunció el ceño, más molesto que tranquilo. La habitación empezó a llenarse de un aroma fuerte, casi sofocante para él, y sin embargo volvió su vista al alfa, impaciente y enojado, hacia media hora con aquella bandeja en manos, con su pastilla y el vaso de agua, elevó su mirada y dijo fuerte y claro.

—No lo tomaré.

El alfa frente suyo inspiró ondo, el Omega lo miró de cuerpo entero, demasiado grande, antipático y tenebroso. Las cicatrices caían como lluvia sobre su piel e incluso, la que cortaba con su rostro y lo dejaba tuerto era la que más le intrigaba. Sabía que Drozhin adiestraba a sus propios sirvientes de una manera salvaje. Más nunca le interesó saber por qué. Los alfas se volvían más gruñones y amargos con ello.

—Entonces muérete de una puta vez, estúpido fenómeno —rugió, llevándose la bandeja en manos y caminando hacia la salida. Ezra hizo una mueca, llevando automáticamente su mano hacia su vientre. Cuando el alfa se retiró se quedó solo en la gran habitación, miró a sus lados, y se levantó con cuidado esta vez para ir al baño.

Empezó a quitarse la ropa, más lento de lo que pensaba, sus huesos le dolían, su cadera, su cintura, todo. Tenía leves manchas rojas en su piel y sentía cosas extrañas dentro de su cuerpo.

Cuando se miró frente al espejo notó el cambio rotundo de su anatomía. Ezra suspiró, sintiendo el nudo en su garganta crecer y la angustia que subía por su pecho. Miró su rostro, cada vez más definido y delicado, un poco aniñado para su parecer. Sus rizos estaban desechos y su piel se volvió más pálida y débil. Había dejado de comer mucho hacia dos días, desde que sospechó que le ponían drogas a su alimento. Sabía que lo hacían, que lo dormían y lo llevaban a otro lugar. Eso hacía que se sintiera cansado y que durmiera mucho.

Claramente era para seguir la transición en su cuerpo, en sus feromonas, su aroma, su útero, cualquier otra cosa que pudiera volverlo más Omega ante sus ojos. Y Ezra no podía negar el miedo ante eso, sus manos temblaban cuando pensaba en la posibilidad de ser abusado por él mientras se encontraba en un estado de completa confusión, tenía miedo de ser completamente fértil para el alfa, de tener un cachorro dentro suyo, creciendo, alterando su cuerpo y posiblemente rompiendo sus costillas para caber mejor. Su rostro se puso pálido ante la idea y presionó su vientre con molestia. Si llegaba a tener un bebé definitivamente una o dos de sus costillas se romperían, su esqueleto no estaba hecho para esto, su abdomen plano, los pocos músculos, no podría arriesgarse a ninguna cirugía pero tampoco podía hacerlo de forma natural. No al menos que Drozhin le removiera los putos huesos. Y sin embargo, su mirada quedó petrificada cuando notó cómo sus caderas habían crecido, estaban anchas, y sus piernas más regordetas. Y le dolía, le dolían como el infierno, pasó su mano suavemente por la piel, cuando notó el pequeño tajo cicatrizado que tenía a la altura de su pelvis. Era casi invisible, Ezra se inclinó para observar, pinchando con su dedo cuando se volvió rosa y buscando retener el vómito dentro de su cuerpo. Su cabeza empezó a dolerle cuando notó la cicatriz, era reciente, a láser y su boca se secó cuando notó otra.

Su mano empezó a temblarle, se sentía asfixiado, confundido y asustado al no poder pensar con claridad sobre el asunto. Se cubrió con rapidez, y salió del baño, Ezra revolvió las sábanas de la cama, buscando el pedacito de pastilla mal triturada que había encontrado en su comida, sus manos temblorosas la sostuvieron con miedo, necesitaba analizarla. Necesitaba saber qué mierda cambiaron, si la transición seguía con éxito o si era un completo fracaso. Necesitaba saber qué mierda estaban haciendo con su cuerpo.

Y cuando ya no podía pensar en nada más que cachorros, abusos y sufrimiento, Ezra lo sintió, su nariz picando por aquél aroma levemente dulce inundando la habitación, su cabeza empezó a palpitar, su nuca, se volvió buscando al intruso entre las paredes. Buscando el origen de aquél aroma fuerte, que se intensificaba como una plaga cada que se lo buscaba con más desesperación.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora