treinta y cinco

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Nueve meses después

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Nueve meses después.

—Vamos Ilya —alentó el Omega con voz suave, sus manos se extendían hacia el pequeño cachorro de pie, tambaleante. Su cuerpecito diminuto apenas se mantenía, ya abrigado hasta el tope con camperas polar sobre el enterito rojo que traía. A través de los meses su cabello se había tornado de un castaño oscuro y sus ojos, tan jade y luminosos eran grandes y llenos de inocencia y curiosidad al mundo. Estaba a pocas semanas de cumplir un año y lo que le preocupaba a su madre era lo poco que podía mantenerse en pie.

Ezra se había resignado hace mucho tiempo en la idea de escapar, desde su dura discusión con el alfa de la casa todo había permanecido tranquilo. No lo buscó desesperadamente y la actitud de Drozhin había cambiado, se había vuelto un poco distante y aunque le incomodaba un poco su cercanía sabía que sólo lo hacía por Ilya. El señor Jones le había repetido numerosas veces que lo estaba esperando, de cierta forma.

Pero poco le importaba. Se sentía más sereno estando solo con su cachorro y parecía que las neuronas finalmente se habían prendido como luces navideñas en la cabeza de Drozhin, porque no lo buscaba como antes, siquiera en los recientes celos que tuvo. Sin embargo, la inquietud de aquello le daba mala espina, había pasado tantas noches pensando y cayó en la conclusión de que Drozhin no lo molestaba más porque finalmente había conseguido lo que siempre quiso, una "familia".

Siempre que dudaba y se llenaba de terror el Señor Jones le hablaba y hacía rectificar sus pensamientos. Ezra se había vuelto, de cierta forma, callado, e incluso había aprendido algunas cosas como cocinar o lavar su propia ropa. A pesar de ser un hombre grande nunca vio la necesidad de aprenderlo, puesto que siempre hubo alguien para hacerlo. Pero algo le inquietaba aún entre la servidumbre en aquella casa. Como si le vigilaran. Incluso había llegado al terror de obtener comida envenenada.

-—Baah... Ah —masculló el bebé sentándose en el suelo. Ezra frunció el ceño y dejó caer sus brazos cuando el cachorro empezó a gatear hacia él, babeando un poco su ropa. Sus pequeñas manitos se levantaron, pidiendo que lo cargue, el Omega lo tomó y lo sentó en sus piernas, colocando el chupete verde sobre sus labios pomposos y rosados—. Dah ¡Ah!

—No aprenderá a caminar nunca si lo alzas cada vez que se niega —escuchó una voz gruesa entrar a la habitación y Ezra levantó la mirada, sus ojos verdes conectaron con los grises de Drozhin y el alfa sonrió suavemente, mirando al bebé que se removió entre los brazos del Omega. Ilya empezó a remover sus piernitas y a estirar sus manitos, Ezra se sonrojó ante la emoción del bebé. Sintiendo incomodidad de repente. El alfa se acercó y se lo quitó de los brazos sin importar la mirada que Ezra le echó, el hombre sacó de su bolsillo una paletita pequeña de chocolate con forma de oso y los ojos verdes del cachorro lo miraron con curiosidad—. ¿Lo quieres? Claro que lo quieres, Mijaíl.

Drozhin se sentó en el suelo a la vista atenta del Omega, rápidamente sacó el chocolate del envoltorio y despojó al bebé de su chupete. El cachorro abrió la boquita.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora