treinta y ocho

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Lamento la tardanza, tuve que hacer algunas cosas y todavía no termino. Maratón (2/2)

 Maratón (2/2)

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—¿Ezra, me estás escuchando? —preguntó con suavidad, inclinando la cabeza para mirar los ojos esmeralda del chico. El rizado levantó la mirada de su cuadernillo, las hojas estaban blancas, sin ningún rayón ni apunte que siempre sacaba. El alfa sonrió con amabilidad—. Estás distraído.

Confirmó, y Ezra bajó la mirada.

—Disculpe, Señor Drozhin —murmuró, apoyando los codos sobre la mesa. Su padre jamás le dejaba hacerlo, pero el alfa frente a él parecía no importarle—. Mi padre habló conmigo esta mañana.

El mayor lo miró, sus ojos grises se aflojaron y lentamente fue cerrando sus labios en una fina línea. Se acomodó en la silla y cerró el libro de medicina frente a él.

Sabía de antemano de qué se trataba esa charla. Y no podía acotar nada al respecto, puesto que su relación con la familia Viscott era solo laboral, y no podía meterse mucho en las decisiones del padre con respecto a su único hijo.

Ezra cumpliría sus catorce años en unos meses, había crecido, su cuerpo lentamente se iba formando directo a la pubertad. El alfa lo miró con firmeza, sus hombros caídos, pequeños, su piel lechosa y blanca le daba un aspecto suave. A decir verdad, era la persona más hermosa que había conocido, y sabía de antemano que su alfa mantenía un fuerte aprecio con aquél adolescente. Drozhin bajó la mirada apenas, su rostro serio, sus facciones duras, debía conformarse con la realidad.

—Prometió mi mano al hijo mayor de los Ivanovic —habló bajito, el alfa lo miró, Ezra tenía la vista perdida, las mejillas rojas y el manto de lágrimas listo para derramarse. Su pecho subía y bajaba con fuerza, y lentamente se inclinó a su lado—. Y-yo... Siquiera me he presentado como Omega... Yo...

Drozhin miró las manos del chico, rojas por el frío, Ezra rompió en llanto bajo y silencioso. El alfa miró a sus lados, y posó suavemente una mano sobre la del chico, tan fría, tan contraria a la calidez que él mantenía. Conocía al hijo mayor de los Ivanovic, un alfa joven, de tan sólo veintiún años que se ganaba la vida como heredero de una empresa dedicada a la fabricación de computadoras. Cabía decir que tenía un harén de Omegas dispuestas en su casa, tenía un fetiche extraño con la virginidad de los jóvenes, pero lejos de eso era un alfa corriente y aburrido. O al menos esa fue la primera impresión que tuvo de él.

—Todo saldrá bien, deja de llorar —habló, alejando su mano con lentitud. No era la mejor persona para consolar, a decir verdad se quedó quieto cuando Ezra no dejó de llorar. El chico levantó el rostro rojizo, tan agitado y con sus hermosos ojos verdes irritados. Drozhin tragó saliva con fuerza cuando su alfa se agitó, rogando a tientas que lo consolara.

—No quiero... Yo no quiero... —sollozó, Drozhin sintió que su corazón se aceleró. Su alfa rugió en su interior con fuerza cuando Ezra asomó su mano cerca de la suya. La apartó enseguida, le incomodaba mucho que su lado animal se comportara así. Cuando se levantó, Ezra lo copió, llorando bajito, tímidamente se acercó a él, sus pequeños brazos delgados rodearon su pecho y el alfa no respiró—. Dígale que no, haga que cambie de opinión, por favor, no quiero irme a otra casa, no quiero dejar de estudiar, no quiero, no quiero, no quiero...

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora