treinta y cuatro

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—¿Qué te dijo? —preguntó el alfa levantándose de la silla de su escritorio con rapidez, el beta se quedó en silencio un rato, admirando el rostro del hombre con atención. A decir verdad el Señor Drozhin era un hombre atractivo, a pesar de su edad y los ligeros cabellos blancos que empezaban a notarse entre el negro de su pelo. Su estatura no superaba el metro noventa y era tan musculoso como un alfa debía ser. Y supuso que ya formaba parte de su jerarquía tener el físico así, en cambio, su condición de beta lo dejaba a la raya de lo normal, puesto que las personas como él se habían vuelto la mayoría respecto a población.

Suspiró y bajó la mirada un poco cansado, el aroma de Drozhin era pesado y podía sentir la ansiedad incluso en su propio cuerpo.

—Sigue en negación —cortó y observó cómo el alfa volvía a caer sobre su asiento. La mirada del beta se centró en sus movimientos, en la forma en la que se inclinaba hacia el escritorio y como sus grandes manos iban directo a su cabello. Se veía rendido, desesperado. Como si no supiera ya que hacer con esa situación. El Señor Jones levantó las cejas y volvió a suspirar—. Entonces...

—Ya... Está bien, no te preocupes, sé que hiciste de todo para intentar convencerlo —le mencionó aún sin mirarlo, levantó la cabeza y miró con atención sus ojos grises—. Me encargué de que acepten la solicitud de tu hija como acordamos, busqué un buen colegio. Si tiene problemas con el contenido y no puedes resolverlo gustoso la convertiría en un aprendiz mío. Felicidades.

El beta se quedó callado unos segundos, sus labios se volvieron una fina línea y asintió lentamente. Obviamente estaba feliz por su hija pero le avergonzaba un poco los métodos que usó para conseguir aquél deseo que anhelaba. No se animaba a decirle a Drozhin que la situación de Ezra era un poco delicada, la confusión que había instaurado en él le estaba carcomiendo la mente con lentitud, y lo sabía.

—¿Y qué hará para que el Omega se quede? —preguntó tranquilamente, el alfa se notaba inquieto y nerviosamente toqueteo sus manos detrás de la espalda. Drozhin negó con la cabeza, y gruñó, fastidiado.

—No lo sé... Yo... No quiero criar a Mijaíl sin Ezra, pero tampoco quiero que se lo lleve si lo dejo libre... —comentó, apoyando la cabeza sobre el escritorio. Sus ojos grises se perdieron en el clima que rodeaba su casa, tan deprimente que se sintió enfermo. Sus pensamientos se movían con tal rapidez que sentía cómo su cráneo palpitaba del dolor de cabeza. Cerró los ojos, y pensó en todas las cosas que le gustaban a Ezra, lo que le apasionaba. Los lugares, los países, las personas cercanas a él. El gusto amargo en su boca se presentó al recordar la noticia de que sus hombres habían matado a Baltazar. Frunció el ceño, y maldijo en su interior como lo hizo aquella vez que se enteró.

Recordó a los omegas que ayudaba en su casa, los había visto numerosas veces e incluso sintió una pequeña esperanza cuando recordó a los niños que había. Tal vez debería traer más omegas a la casa...

—Señor Drozhin... Si me permite, creo que lo mejor sería dejarlo ir.

Mencionó el beta con un murmuro, Drozhin levantó la cabeza con lentitud y clavó su mirada gris en aquél hombre. Su alfa gruñó en su interior por las palabras, sin embargo, su mente lo cayó por completo.

—Es eso justamente lo que no quiero que pase, Señor Jones, ¿Acaso me está prestando atención?

—No me refería a eso, Señor Drozhin —negó el beta, acercándose—. Usted dice que lo quiere para que esté junto a Mijaíl, para que esté aquí a su lado. Pero... ¿No es mejor desistir en buscar su amor? ¿No notó que cada vez que se acerca a él con otras intenciones lo único que hace es empeorar todo? Es mejor deternerse, deje de permitir que su alfa controle la situación y piense bien lo que va a hacer.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora