diecisiete

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—Ayúdame a bajar, Isak —Ezra sacó su mano y rápidamente el alfa la tomó acompañando al más grande a salir de la camioneta. El Omega hizo una mueca cuando se puso de pie sobre el suelo con fuerza y miró al chico molesto.

—Lo siento —Isak bajó la mirada y procedió a buscar el bastón negro de Ezra, estirándose un poco para inclinarse cuando sintió la mano fría y pequeña del mayor tocar parte de su cintura, Isak sintió el escalofrío y la electricidad recorrer su cuerpo y su rostro se sonrojó apenitas cuando, ya con el bastón en manos, se lo entregó al Omega.

—Estás un poco delgado, alfa —comentó desviando la vista, los betas entraron a la casa que habían alquilado por una semana. Isak levantó la mirada, asombrado por la hermosa decoración exterior. Las calles eran estrechas y le gustaba el tono amarillento y antiguo que tenía todo—. Podemos recorrer más tarde si gustas.

Isak se volvió al más bajito, Ezra tenía los ojos cansados, sus rizos estaban un poco desechos y se encontraba igual de pálido que días antes. Su mal estado lo delataba mucho y sonrió apenas antes de tomar su cintura y ayudarlo con cuidado a entrar a la residencia.

—Me gustaría, pero quiero que descanses —Ezra asintió dirigiéndose al living del lugar, se sentía un poco cansado y agitado, el aire caliente le molestaba y aflojó un poco los listones de su cuello cuando se sentó en uno de los sillones de textura suave que había.

El Omega se quedó quieto, observando a Isak mientras este recorría el lugar, mirando todo como un niño curioso. El ambiente neutro, aromatizado artificialmente se llenó de las feromonas del alfa. Su olor era agradable e inspiraba tranquilidad y serenidad. Ezra se sintió derretir, débil, y cerró los ojos un poco abatido por el viaje.

—Señor —escuchó una voz suave, se revolvió en la superficie cómoda y calentita donde estaba y pegó su rostro con molestia a una almohada que había aparecido debajo de su cabeza. Asumió que había ido a su habitación en algún momento y murmuró algo inentendible con molestia—. Señor, son las siete de la tarde, debe tomar sus pastillas.

Ezra abrió los ojos con molestia, sus párpados se sentían pesados y su cabeza daba vueltas. Se movió apenas un poco y el dolor en su cuerpo causó que se quejara bajito. Respiró suavemente y miró a Paul a su lado, sonriendo con una pastilla blanca, y medianamente grande en sus manos. El Omega levantó su mano con lentitud y la tomó, se la metió en la boca y más tarde bebió un poco de agua. Su cuerpo había empezado a dolerle por la falta de aquella droga y no se sentía a gusto de que ya sean las siete de la tarde.

—Perdimos un día... —susurró con molestia, apoyando una mano sobre su cabeza. Paul soltó una risita, arropando al Omega con cuidado—. No... Voy a levantarme.

—Deje que la pastilla haga efecto primero —le detuvo Paul, Ezra asintió y se recostó nuevamente. Miró a sus lados, a los estantes de libros y la ventana abierta que dejaba entrar aquél aire caliente—. Al parecer va a llover pronto. Preparamos todo para mañana, encontramos el paradero del señor Orsini, se encuentra en San Gimignano dentro de lo que fue alguna vez una tienda de curanderos.

—Uhm, está bien... —Ezra hizo a un lado las sábanas y se sentó lentamente, sintió retorcijones en su cuerpo y su cuerpo se curvó con dolor. Sus brazos cubrieron su estómago bajo y dejó escapar un jadeo de su boca. Paul se apresuró a recostarlo nuevamente y Ezra negó, sintió que sus tripas se revolvían, y el ardor intenso en su vientre le causó arcadas, se levantó como pudo, mientras Paul intentaba retenerlo.

—¡S-señor! —gritó cuando el Omega vomitó en medio del piso, se había resbalado y la sangre y bilis cubrió el suelo. Paul miró sorprendido la escena, estático mientras Ezra se arrastraba al inodoro y vomitaba con más fuerza. Su rostro se tornó rojo, las venas se marcaban con fuerza y el llanto en sus ojos lo hizo estremecer. Incluso, para ser un beta, sintió el aroma a sangre y desesperación que emanaba.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora