siete

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Su mirada no podía apartarse del espejo.

Recorrió el elegante traje negro que traía, a su medida, justo como le encantaba. La tela era suave y cómoda con un delicioso aroma a ropa limpia. Observó los anillos sobre el lavabo y se los colocó en los dedos. Eran gruesos y un poco pesados de lo normal, salió con lentitud y empezó a ponerse los zapatos bien lustrados que le prepararon. El beta-omega que había limpiado su mugre al parecer se llamaba Ángel y era extranjero. Sin embargo, no notó ningún acento distinto al suyo, charlaron un poco y el chico se negó a contarle algunas cosas.

Se sentó en la cama y observó aquél objeto extraño de su mano, no sabía cómo llamarlo y tal vez le vendría bien un nombre. Recordó las palabras del Omega, de su unión. El anillo que traía en su mano tenía la misma estructura, lo  sentía pegado a su piel y se preguntó si el Omega también sentiría lo mismo. A decir verdad, la herida de la mano ya no le dolía, sin embargo le inquietaba de sobremanera saber que dentro de su cuerpo se puede expulsar una toxina terminal. Lamió sus labios y pensó en lo que tendría el anillo del Omega.

Su unión. Un pequeño lazo mortífero que podría acabar con su vida. Prometía fidelidad y cercanía. ¿Qué tanta diferencia tenía de la mordida? Lo pensó un poco, el miedo, el desamor, el interés distinto. Tal vez no era por la misma razón.

—Isak —escuchó y se volvió con rapidez, quitó las manos de su unión con el Omega para mirarlo a los ojos. Aquél lo veía con la barbilla levantada, con orgullo y valentía, traía un traje elegante ceñido a su delgado cuerpo, con un listón fino en lugar de un moño como él traía. Observó sus típicos tirantes y su porte elegante. Inclinó la cabeza y le sonrió—. Veo que ya estás preparado.

Suspiró liberando la tensión, olfateó y sintió levemente el aroma del Omega, tan sólo una pizca. Medio amargo, casi agridulce. Bajó la mirada cuando este se acercó y frunció el ceño.

—¿Estás nervioso, Isak?

—No, Señor —el Omega levantó las cejas ante las repentinas palabras.

—¿Te encontraste con Ángel? —preguntó haciéndose a un lado, dejando su atención sobre un mueble repleto de diferentes colonias—. Es un buen chico.

—Sí —mencionó el alfa quieto, miró al Omega olfatear algunas colonias reposando todo su peso en una pierna. Bajó su mirada a la piel pálida y lechosa, un leve jadeo se le escapó de los labios, luchando por buscar su aroma—. E-em... Yo estoy listo.

—No —sentenció el Omega caminando hacia él, llevó sus manos hacia el cuello de Isak y este se hizo unos centímetros para atrás. El Omega conectó sus miradas y le sonrió con dulzura, hechizando al alfa con sus encantos. Rápidamente el aroma al perfume fuerte lo embriagó por completo.

—E... Están húmedas.

—No quiero que sientan tu nerviosismo, Isak —le susurró con lentitud, desviando la vista hacia su cuello. Los ojos verdes del hombre estaban tan claros, y respiró con dificultad, pensando en hundir su rostro en aquél cabello chocolate. Su alfa se estremeció ante su tacto. Tan débil era.

—¿A dónde vamos? —Isak lamió sus labios, el Omega apartó su vista de él y se volvió, caminó hasta el mueble de ropa y se agachó, estirando la mano por debajo de esta—. ¿Qué haces?

—Necesito que lleves esto contigo —sacó una pistola calibre trescientos ochenta, lujosa y plateada. Se le secó la boca al instante y miró con incredulidad al Omega—. ¿Qué? ¿Nunca has usado una?

—Claro Omega. Déjame decirte que me han entrenado toda la vida para esto, no lo sabes, incluso esperaba el momento de que me la des, estaba sediento de amenazar a alguien con ella. Porque claro, soy un asesino que va de fiesta en fiesta con un arma colgando de la ropa.

—Me alegra que sepas usarla, Isak —el Omega se volvió y la recargó, el más joven arrugó el entrecejo—. Déjala nomás, la usaré yo.

Isak se encogió de hombros y el hombre frente a él le tendió la mano, era blanquecina, de piel lechosa y de aspecto suave. Estiró la suya y la tomó, su corazón se aceleró cuando depositó en su palma tres pequeñas y finas dagas. Lo miró sorprendido.

—Para algo tienes que servir Alfa —caminó hasta la puerta sin siquiera prestar atención a su reacción—. La regla es simple, debes protegerme, o mueres conmigo.

—No me gusta dañar a las personas —confesó aturdido.

—El problema de los Alfas, Isak, es que consideran personas a quienes les conviene. Los Omegas son objetos para los tuyos, los betas peones, ¿Qué tiene de malo cambiar el sistema?

—Es la naturaleza —gruñó con los dientes apretados, recordando al chico beta—. ¡No puedes cambiarlo, no puedes manipular lo que somos!

—Corrección, sí pude —el Omega se volvió con los ojos hecho furia, liberando feromonas tras feromonas de disgusto—. Pude convertir a un Omega en beta. Puedo quitarte a tu alfa Isak. Yo crearé un nuevo mundo.

—Me niego —susurró con los dientes apretados, tiró las dagas al piso con fuerza, alterado. El Omega lo miraba desafiante—. ¡No dejaré que lo hagas!

Su corazón se aceleró, su pulso era inquietante. La boca se le secó y las palabras le eran difícil de liberar, sus manos temblaron y su alfa le gritaba incoherencias cuando el Omega se acercó sigiloso y calmado, la alteración misma de su corazón se sentía en el suelo. Y él, aquél Omega tan lleno de osadía y misterio domaba a su alfa, lo enloquecía. Retrocedió. Más por su instinto de alfa que por él mismo. Los ojos de Ezra, de ese Omega, ese simple Omega dictaba su sentencia de muerte tras la claridad de sus orbes.

No tenía escapatoria.

—Isak... —susurró de forma lenta—. Todos ganaremos. Si me ayudas y eres leal a mí. Dejaré que pidas lo que quieras. Puedo poner frente a ti el deseo que más anhela tu corazón —le mencionó, acarició su pecho—. ¿Enserio quieres vivir en un mundo así?

—Es... Es el único que conozco —murmuró. Sentía la cercanía del Omega sobre él, su calor, sus delicadas manos recorriendo su pecho. Sus ojos verdes mirándolo con compasión, con ternura. Era tan hermoso que su alfa caía rendido a sus encantos.

—¿Tú... Recuerdas a tu hermana, Isak? ¿Recuerdas a Sara? Esa linda Omega que murió en manos de un alfa, de alguien como tú. Nublado por sus instintos. Agresivo. Pobre Sara ¿No lo crees? No podía estar con su familia, la oprimía, le negaba verte cuando tú agonizabas por ella —el Omega lo soltó—. Porque los alfas ven algo que le gusta y creen que es suyo. Creen que pueden tenerlo todo. Isak, millones de omegas fueron violados, ultrajados y vendidos por alfas. Cada vez somos menos. Y la caza hacia nosotros es mayor. ¿Qué harían los alfas sin los Omegas? Sí ya no quedara uno solo sobre la tierra se darán cuenta de lo equivocados que estaban.

Isak quedó quieto en su lugar. Y el Omega lo tomó del cuello con suavidad, su mirada era tan clara y llena de confianza.

—Yo cambiaré al mundo.



SIN EDITAR.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora