treinta y nueve

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Un mes después

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Un mes después.

—¡Pa... Pa-dah! —escuchó a lo lejos y se quitó el cubrebocas con rapidez, la cabeza del alfa se levantó extrañada y pudo divisar a la beta de pie desde la ventanilla de la puerta. Drozhin suspiró cuando sintió el malestar de Mijaíl a unos metros de él, miró el enorme cuerpo del lobo sobre la mesa de metal y se quitó todo atuendo manchado en sangre—. Pa.

El alfa salió de la habitación donde tenía a Isak y se encontró frente a la niñera de Mijaíl. Era una mujer joven y bonita que se había convertido en la cuidadora de su hijo la mayoría del tiempo. Cuando sus ojos grises conectaron con los verdes del cachorro sintió que su corazón se llenaba de tristeza y angustia.

—Mi niño —susurró con cariño, tomándolo en brazos, el bebé se agarró con fuerza a él y ocultó su rostro lloroso en el pecho del alfa. Drozhin miró a la beta y le indicó que se retirara. Necesitaba un rato a solas con su hijo—. Cachorro, no llores, no llores...

Murmuró el alfa besando la frente suave del niño, sus dedos gruesos y largos hicieron a un lado su cabello fino y suave, el rostro de Mijaíl estaba tan rojo por el llanto que la cicatriz que Isak le había dejado parecía brillar en su piel. Drozhin acarició con suavidad dejando que el cachorro descargara todo llanto en su hombro. No lo culpaba por llorar casi siempre, a decir verdad, todo se había vuelto más complejo después de que Isak dañara a Ezra. Mijaíl se había transformado en un cachorro llorón y caprichoso. Drozhin estaba demasiado ocupado durante el día por resolver los problemas de salud de Ezra y por la tarde buscaba devolverle a Isak su humanidad. Su rutina diaria se había basado en aquellas dos personas, y un tanto en Mijaíl. Pero verdaderamente no le gustaba que el cachorro rondara por esos ambientes.

—Ya, Mijaíl, me estás mojando toda la ropa —habló bajo, dejando al bebé sentado sobre el escritorio de Ezra, Mijaíl lo miró con sus grandes ojos esmeraldas, tan irritados y llenos de tristeza que el alfa pensó en posponer las sesiones con Isak por ese día. El niño sollozó y llevó una manito a su rostro cuando olisqueo el aire que los rodeaba.

Drozhin supo al instante cuando observó cómo su naricita se fruncía y las lágrimas empezaban a renacer de sus ojos que Mijaíl notó las feromonas de Isak rondando todo el lugar. El pequeño cachorro lloró con fuerza, buscando trepar por el pecho del alfa para cubrirse de aquél aroma. Sin embargo, Drozhin se hizo para atrás.

—Ya, ¿Vamos a ver a mami? Te aseguro que se encuentra mucho mejor hoy que otros días, puedes cepillar su cabello si quieres y... —habló y se detuvo cuando notó que Mijaíl no le prestaba atención. Drozhin lo miró con el ceño fruncido, los ojitos verdes del niño veían con asombro, temor y sopresa detrás de él. El alfa se volvió y notó al gran lobo aún en la camilla, tendido, como si estuviera muerto—. ¿Quieres verlo?

Le preguntó y lo miró a los ojos, Mijaíl negó numerosas veces cuando Drozhin lo bajó del escritorio y lo posó de pie en el suelo. El cachorro se agarró con fuerza de su pantalón, negando, mirando con temor a la bestia. Drozhin notó cómo su pequeño pecho se agitaba, y la fuerza con que lo tomaba de la pierna. Con cuidado lo alejó y se agachó a su altura cuando este empezó a respirar con fuerza.

EL LLANTO DE ISAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora